A ver, queridos padres y madres, os voy a hacer un spoiler: nos vamos a morir. La muerte es algo natural, no es una fiesta de disfraces, es una realidad hoy, aquí y ahora.
Nuestros hijos conviven con la muerte, ven flores marchitarse, mascotas que ya no ladran y abuelos que dejan muchos silencios. Si lo piensas bien, lo raro no es morir: lo rarísimo es vivir como vivimos, como si fuéramos inmortales mirándonos el ombligo.

Hoy es un día muy apropiado para hablar de la muerte, y como adultos, nuestro trabajo no es hacer magia para ocultar la realidad, nuestra tarea es la de educar. Educar es acompañar. Y sí, a veces hay que educar, acompañar, sin saber muy bien dónde tenemos el norte emocional, pero no te preocupes, tampoco lo saben los demás.
Hablar de la muerte con nuestros hijos no puede ser una tarea que nos haga temblar, no hay que ser psicólogo (bueno esto ayuda), ni poeta, ni actor, solo tienes que evitar tres frases peligrosas:
“Se ha ido a dormir” (Comparar la muerte con el sueño es peligroso porque luego te andarás preguntando por qué el niño se niega a acostarse…)
“Se fue de viaje” (porque irse lo pueden interpretar como una forma de abandono y te va a preguntar constantemente que cuando vuelve, ¿y si vuelve? Te vas a asustar tu.)
“Está en el cielo, en una estrella” (vale, muy bonito, muy poético, pero recuerda: si está en otro sitio, ¿ por qué no viene a vernos?, ¡menuda sensación de abandono!).
Qué es lo que podemos entonces hacer, y que funcione de verdad
Lo primero es decir la sencilla y simple verdad: “Ha muerto. Ya no va a volver, y estamos tristes porque la queríamos mucho.”
Inmediatamente valida sus emociones: “Es normal que llores, yo también lloro porque echo de menos.”
Permite que te haga todas las preguntas que necesite hacerte, y contéstalas con sinceridad.
Haz posible que pueda participar en ritos funerarios. No llevamos a los niños a funerales o al cementerio para que no sufran, ni se asusten (pero ayer en Halloween iban de miedo). Los ritos ayudan a entender qué es lo que ha pasado. Y se pasa mal, claro que sí, pero es que cuando muere alguien que queremos se pasa mal sí o sí.
Y, por último, cultiva el recuerdo. El recuerdo de lo vivido junto a personas queridas no lo quita la muerte, así que ayuda a tus hijos a recordar, porque el recuerdo es el mejor bálsamo para calmar el dolor.
No lo olvides, hablemos claro. Con amor, con verdad… y si se puede, con sonrisa. Porque llorar y reír no son enemigos: son compañeros de asiento en esta montaña rusa que es la vida.
Habla de la muerte con humanidad. Y humanidad, de esa sí que tenemos (aunque a veces se nos despiste).