Hace ya unos años, cuando Carrefour se llamaba Pryca, estando realizando alguna compra, me sobresaltó los gritos infantiles que procedían de un pasillo más allá del que yo me encontraba. La curiosidad me llevó a, con falso disimulo, a acercarme y ver el siguiente espectáculo, un niño de unos 4 años sentado sobre una cortadora de césped a modo de cochecito, una madre de los nervios, un vendedor más apurado aún, y como 5 o 6 espectadores, todos tan curiosos como yo. Al niño que estaba sentado sobre la cortadora de césped, le salían fluidos por todos los orificio visibles, y entre gemido y gemido gritaba “El coche es mío”, la madre, “Venga que nos tenemos que ir” acercaba su mano para coger al niño y cuando éste notaba que su madre le intentaba coger, lanzaba un alarido con su consiguiente “el coche es mío”. El dependiente, “Si, es tuyo, luego te lo llevo yo a casa. Ahora ve con mamá”. El niño, cada vez que le hablaban, más alto chillaba lo del coche mío. La cosa se iba calentando y a mí alrededor empecé a escuchar murmullos, in crescendo, del tipo… “menuda bofetada tiene el niño”, “anda que si fuera mío”, “ y la madre el papo que tiene”. Y que verdad es que para los hijos de los demás hay que ver lo resueltos y seguros que nos mostramos a la hora de educar. No sé cómo terminó la historia, yo me fui antes de que alguien dijera ¿tu no eres psicólogo?… pues venga!!!
Muchas veces me han preguntado por las bofetadas a tiempo, hay muchas personas que creen en su valor educativo y consideran que muchos de los males que “asolan” a las familias hoy en día son debidos a la falta de una buena bofetada a tiempo.
El tiempo de las bofetadas surge en unos momentos y en unos espacios muy concretos, el de los conflictos, que como repetiré muchas veces, son situaciones normales en las que nos vemos inmersos padres e hijos mientras educamos. Y surgen porque llega un momento en el que creemos que ya no sabemos qué hacer o decir para que obedezcan, para que no falten al respeto, para que se callen, para que dejen de gritar, para que no nos miren con cara de perdonarnos la vida. El tiempo de las bofetadas surge cuando los padres estamos más asustados y perdidos. Ninguna bofetada se nos escapa educando mientras permanecemos confiados, tranquilos, seguros y convencidos de lo que hacemos.
Nuestros hijos necesitan normas y límites, y son esas normas y esos límites, presentes de forma sistemática, los que tienen que darnos seguridad a los padres. En esto reside nuestra fortaleza durante el tiempo de la educación, durante los conflictos, en que tenemos unos objetivos, una meta hacia la que nos dirigimos. ¡¡¡¡Estamos educando!!!! Y educamos con nuestras conductas, nuestras actitudes y con nuestras palabras.
Normas y límites son imprescindibles para educar, y se proponen y se defienden con la convicción que da la razón y se mantienen por el cariño que sentimos por nuestros hijos. Las normas y los límites no necesitan apoyarse ni en la fuerza ni en el miedo.
Yo me acuso que algunas, pocas, bofetadas se me han escapado, y tengo la certeza de que todas ellas las di a destiempo, que ninguna llegó en el momento preciso, que en todas ellas estaba irritado. Entiendo muy bien que se escapen bofetadas, y entiendo la desesperación que a veces los padres sentimos ante el comportamiento de nuestros hijos.
Pero ¿no creéis que cuando nuestros hijos están más perdidos, más desafiantes, más descontrolados es el momento en el que necesitan a unos padres más firmes, más seguros, más controlados?
Para intentar que no se nos escapen las bofetadas debemos estar convencidos del valor de las normas y limites que hemos establecido, ser constantes, persistentes en la observancia de esas normas y límites. Aplicar, las consecuencias por no seguir esas normas y valorar la tarea de educar. Valorarnos como educadores.
Yo cuando algún padre, a pesar de otros argumentos, me insiste en las “bondades” de la bofetada a tiempo le digo, “tienes razón”. Y a continuación le digo, oye imagina que vas en tu coche, sólo, o con tu familia, con tus hijos y sobrepasas el límite de velocidad, vas a 70 kms/hora por una carretera con límite de velocidad a 50. Y un poco más adelante te para la Guardia Civil de Tráfico y el agente te dice “Señor, esto me duele a mí más que a usted, lo hago por su bien, usted me lo agradecerá en el futuro”… y te diera dos bofetadas.
Yo prefiero la multa y la pérdida de puntos. Para mi y para mis hijos. ¿y tu?
Felíz Año Nuevo, os deseo salud, mucha salud, trabajo y mucho ánimo para seguir con la tarea de educar. Podemos.