Asustar a un niño no es gracioso, asustar a un niño o a una niña aprovechándote de su inocencia es sencillamente una conducta que sólo un adulto algo sádico disfruta haciendo.
Si, una conducta sádica. Porque el adulto que asusta a un niño sabe perfectamente que lo que quiere conseguir es ver el pánico, el miedo, la desesperación, en la cara de un niño. Es una conducta sádica porque además ese adulto disfruta con la respuesta de miedo del niño. Menuda gracia.
A los que le quitan importancia a estas cosas les pido que imaginen que alguien los llamara por teléfono y les dijera convincentemente que le va a hacer daño a un ser querido. ¿Te asustarías?, hombre no te pongas así que es una broma. ¿A que no tiene ni pizca de gracia?
No, no es una broma porque cuando le hablamos a un menor, a un niño, es muy probable que el niño crea, porque confía en el adulto, que aquello que se le está contando pueda ser verdadero.
No es una broma generar miedo, ni pánico en nadie.
Meter miedo no educa. Meter miedo no hace valientes. Asustar sólo sirve para que uno sea capaz de descubrir hasta qué punto tiene miedo. Meter miedo sólo sirve para despertar una falsa sensación que llamamos cobardía.
Y digo falsa sensación porque tener miedo no es de cobardes, tener miedo nos sirve para sobrevivir, es un mecanismo de supervivencia. Pero ningún niño se siente bien cuando descubre el miedo, porque ese día descubre al cobarde que vive en él. Un cobarde del que los demás se ríen, menosprecian. Algo de lo que avergonzarse. Asustar a un niño es hacerle sentir poca cosa. Y un niño no debería sentirse poca cosa nunca, porque la infancia es un bien, algo que cuidar con mimo.
La cobardía es asustar a un niño, sólo un cobarde, sólo un sádico disfruta con “la gracia de asustar” a un niño.
A los niños hay que educarlos, hay que protegerlos. El amor, el cariño, la empatía es cosa de valientes, de los valientes que educan.