En Extremadura abundan las moras encantadas, pero no faltan tampoco las berberiscas de alta cuna. Reinas Moras tenemos unas cuantas, y princesas agarenas tampoco escasean entre encinas y alcornoques. Pero no les arriendo yo las ganancias, porque ser de alta alcurnia y berberisca es en nuestra tierra sinónimo de mala muerte. Y de la suerte ni hablamos.
Conocemos ya en Segura del Toro a la Reina Mora del legendario castillo de Verdeoliva, convertida en gallina, y pronto visitaremos La Alcazaba de Mérida, donde se encuentra el aljibe que el pueblo denomina “Baño de la Reina Mora”, envuelto en alguna leyenda de sangre y pasión que alguna vez me contaron.
Proseguimos hoy en El Torno, donde una Reina Mora sin nombre tenía su palacio en el terreno denominado Los Vinazos, donde han aparecido tumbas pétreas y abundantes restos de cerámica. El pueblo cuenta que los reyes moros tuvieron que abandonar sus estancias palaciegas precipitadamente tras una derrota a manos de los cristianos.
Como no pudieron cargar con todas sus riquezas dejaron los objetos de más valor escondidos bajo tierra. En este tesoro destaca una enorme cadena de oro, muy bien labrada por expertos orives árabes, con que adornaba su hermoso cuello la Reina Mora.
Afirma Flores del Manzano que “algún informante torniego es más preciso en la localización del tesoro, y lo fija en un breve trecho de terreno comprendido entre Los Vinazos y el Canchal de las Colmenas. Cuando alguien adquiere una finca en esos contornos o, sencillamente, se le ve rozando o arando hondo por esos pagos de ascendencia moruna, la gente dice, bromeando, que si va en busca de la cadena de oro de la reina mora. Nadie, que se sepa, encontró su escondite hasta ahora”.
Si la Reina Mora de El Torno no tiene nombre será quizás porque otra Reina Mora de nuestras tierras tiene dos. Se trata de la que habitaba en el castillo de Magacela, a la que algunos otorgan el nombre de Gazzala y a su castillo hisn Umm Gazzala, el Castillo de madre Gazzala, nombre del que derivó el de Magacela.
Corría el año 1234 cuando Arias Pérez, quinto maestre de Alcántara, llega con sus caballeros a atacar el castillo. Tras varios intentos, una noche los cristianos apelan a un medio sencillo e ingenioso que pondrá en sus manos la fortaleza: reúnen un centenar de cabras, y después de atarle a los cuernos haces de paja embreada, las encienden y azuzan para que suban la pendiente del castillo. En loca carrera llegan las cabras hasta sus muros del cuando la reina se encuentra cenando con los suyos.
Y cuenta F. Carlos G. Villacampa que aquellos resplandores siniestros llenan a los sitiados de terror y la reina, loca de espanto y en su ansia por salvarse, ordena a sus servidores que arrojen por uno de los ventanales del castillo todos los colchones, almohadas y cojines que hay en él para saltar encima, con tan mala fortuna que, al llegar a la ladera, los almohadones se convirtieron en piedras, entre las que, al caer, quedó destrozada la infeliz reina. Sembrado ya el desconcierto y el espanto entre los moros, los cristianos se apoderaron del castillo sin dificultad.
Otras voces y otras plumas como la de Sendín dan a la Reina el nombre de Laila, La Bella , quien tras pronunciar la frase “¡Amarga cena!!, (De ahí Magacela) ensombrecida en lo alto de la escalera, pero radiante de dignidad y de vigor y mirando al maestre de Alcántara, que intentaba subir hacia ella, levanta briosamente su retorcido puñal moruno, y clavándolo en su corazón, rueda escaleras abajo hasta reposar sangrante a los pies del conquistador, que sólo puede arrodillarse y besar su sangre de infausta heroína.
Fuese su muerte como fuese, se murmura en los lugares cercanos que, aún hoy, hay una Reina Mora de gran hermosura, que cada noche de luna llena recorre los lugares del castillo llamando a sus soldados muertos en la cruel batalla.
En 1902 ya nos habla Publio Hurtado de la Reina Mora que habita en la Fuente de Velasco, junto a Cabeza del Buey, dedicada a bordar unas babuchas al Zancarrón, con tal sutil labor que tal vez tendrá tarea para lo que dure el mundo.
De nuevo la leyenda coletea y se retuerce como una serpiente, y afirman otros que la moracantana no era Reina, sino bella muchacha mora a la que un rey cristiano hizo prisionera. Ella, no obstante, jamás se avenía a obedecerle.
Una noche de invierno, aprovechando la oscuridad y la ausencia de su dueño, se decide a escapar del castillo. Aterida de frío, vaga toda la noche. Y cuenta Francisco López Arza- Moreno que, al amanecer, unos labradores de La Serenavieron que sus mulas se espantaban cuando se acercaban a un pozo sin brocal. Acudieron, atraídos por la curiosidad, y descubrieron unos hermosos vestidos de mujer flotando en sus aguas.
Desde aquel día se repite la historia que asegura que se oye en las noches de San Juan un canto irresistible de mujer, que atrae la atención de los viandantes y los llama desde las ondas del pozo de la Velasca, que cambia así de nombre. Y se afirma que nadie ha sobrevivido para contarlo, porque atrapados y trastornados por la belleza de su figura, se ven impulsados a lanzarse a la quietud de sus aguas.
Y aún hay quien afirma que ni reina ni morita de a pie. Que las encantadas de la Fuente de La Velasca son tres princesas moras hijas de un rey moro y de una princesa cristiana, condenadas por la eternidad a bordar babuchas en las inmediaciones del pozo. A Jose Maria Merino le contaron que las encantó con un mago contratado por su abuelo, el rey cristiano, al no poder rescatarlas y que un estudiante encontró en Toledo un manuscrito que explicaba cómo desencantarlas en la noche de San Juan.
Si usted tiene dos amigos solteros y quieren emparentar con la realeza a toda cista, solo tiene que acercarse con ellos en la noche de San Juan y que cada uno pronuncie una de las frases mágicas:
Zaida, tu madre me manda.
Zoraida, tu madre me envía.
Zobeida, salid las tres.
Si no les funciona, prueban a cambiar los nombresporque a Garrido Palacios le contaron que las princesas eran de madre cristiana, que las encantó el rey (que además de moro era mago) por enamorarse de cristianos, y que sus nombres eran Ana, María e Inés.
Pero prepárense para pasar miedo porque, aunque el origen de las leyendas se entremezclen y entrecrucen, lo cierto es que hasta hace bien poco nadie quería pasar por el camino de la Fuente de la Velasca, porque lo creían maldito.
Y cuentan en los contornos que a unos ladrones que fueron a robar la almáciga a una casa de campo que hay por allí les salieron al paso las moras y murieron por no poder aguantar el susto. Nadie quería pasar por ese camino porque lo creían maldito. Tenían miedo.
Y aún recuerdan los más ancianos a un bromista que burlándose de las apariciones de la mora encantada se escondía en el cementerio y asustaba a las mozas que iban a coger agua gritando: “!soy el fantasma de la mora!, ¡soy el fantasma de la mora!”… y las mozas corrían y tiraban los cántaros en el camino creyendo que era de verdad.
Hasta que un día el bromista no volvió a aparecer en el cementerio. Ni en la fuente. Ni en el pueblo. Y dicen que se lo llevaron las moras “a lo profundo” y que se quedará allí para ciento y un años.