Hablábamos (y soñábamos) hace poco con cabras y tesoros, y escribíamos también de verracos que ocultaban aúreas monedas en sus pétreas tripas. Hoy rizamos el rizo (como cola de cerdo) y recorremos Extremadura en busca de sueños premonitorios y tesoros ocultos en verracos, animales asociados a dioses infernales y del subsuelo.
Comencemos nuestra búsqueda en el bello Valle del Jerte. A orillas de su río, se encuentra Navaconcejo, cuyos orígenes se remontan a la existencias de un concejo medieval (Nava del Concejo) que, poco a poco, se desarrolló alrededor de su iglesia. A este pueblo de adobe, entramados, balconadas, soportales y dinteles historiados llegó un forastero que, dejando atrás la medieval Calle Real y la Casa de la Inquisición, preguntó por un lugar cercano al cementerio. Cuenta Domínguez Moreno que el visitante había soñado tres veces que allí encontraría una estatua de un verraco que contenía en su interior el consabido tesoro. Y así fue cómo se topó con el animal pétreo, que mostraba una ranura sobre el lomo, ranura por la que alguien habían introducido las riquezas (cuan gigantesca hucha) que pasaron a su poder al destrozar escultura. Sólo cuando vieron los trozos de granitos esparcidos por el suelo se dieron cuenta los navaconcejeños de lo cerca que habían tenido el tesoro.
También existía un verraco en Rebollar, en el Cerro Patín, que desapareció en las primeras décadas del siglo pasado. Al parecer, un señor que preguntó por el verraco se lo llevó a lomos de una caballería, no sabemos si con tesoro dentro o sin él.
Otro verraco se localizaba en Barrado, bella localidad a caballo entre el Valle del Jerte y la Vera, fundada por pastores en la Edad Media, y encaramada sobre desniveles formando un dédalo de calles empinadas flanquedas por hermosas casas, algunas de ella con dinteles de cantería que dejan constancia de la riqueza de sus antiguos moradores. Uno de ellos fue el afortunado vecino que encontró dentro de un verraco un codiciado tesoro, tal como le indicara un madrileño de la Puerta del Sol, que había soñado con ello. El paisano, como ya sospechamos, había acudido a la plaza de la capital animado por otro sueño que le dictaba que allí encontraría una gran fortuna. Lo mismito ocurrió, como ya contamos en otra ocasión, con la piedra que dio nombre al Cerro del Verraco, en Pasarón de la Vera.
Es bien sabido que los castros, por ser considerados lugares profanos pertenecientes a los “moros”, fueron cristianizados posteriormente con la advocación de una ermita. Por eso algunos verracos proceden de un lugar donde existe una ermita, lo que es lógico si se piensa que estas esculturas zoomorfas guardan una estrecha relación con castros o con necrópolis y templos.
Es el caso de los dos verracos de Villar del Pedroso que se hallaron en la dehesa «La Oliva», cuyo nombre procede de un templo que allí hubo en honor de Nuestra Señora de la Oliva, hoy en ruinas; en Talavera la Vieja se encontraron dos toros, hoy desaparecidos, en un barranco a 50 metros de una ermita. En Jarandilla de la Vera, la Iglesia Fortaleza de Nuestra Señora de la Torre tiene (o al menos tenía) un verraco ubicado en un muro de la torre.
Otro ejemplo estaba en la fachada de la ermita de la Magdalena de Cuacos de Yuste, en forma de cochinillo de piedra roto. La culpa la tiene un vecino de Garganta la Olla, que soñó una noche (esto empieza a ser ya a “dejá vu”) que su fortuna está en la Puerta del Sol de Madrid. Sin revelar su secreto a nadie, consigue juntar algo de “pasta” entre sus familiares y amigos, y se planta en el kilómetro cero, de donde no se mueve hasta que un día alguien le pregunta que hace allí plantado. El verato cuenta su historia y el madrileño le aconseja que no haga caso de los sueños porque no tienen ningún sentido, porque
– “ … yo mismo he soñado con un cochinillo de piedra lleno de monedas de oro en la portada de la iglesia de un pueblo llamado Cuacos de Yuste”.
El garganteño toma nota, regresa a su tierra, corre hasta Cuacos y encuentra el tesoro.
De soñadores como estos, que se enriquecieron de un día para otro, están llenas las casonas y los palacetes de los pueblos, según cuentan nuestros mayores.
Y de verracos como estos, rellenos de tesoros reales o soñados, están vacíos los pueblos.
Lo que trajeron los celtas se lo llevaron los bárbaros.
¿Quieres más? Adéntrate con nosotros en Extremadura Secreta