“El Hombre del Saco” que se llevaba a los pequeños cuando anochecía o “La Mano Negra” que habitaba en los pozos son algunos de los asustaniños que utilizaron nuestros bisabuelos y que aun se siguen recordando en los pueblos extremeños. Hablábamos hace poco de los Sacasagrandes, Estripaores, Sacamantecas y Tíos del Unto, y vamos a descubrir hoy, de la mano del investigador Fermín Mayorga, a otro extraño y legendario personaje que habita el Guadiana.
Fueron muchas las personas de Cheles y de otras poblaciones cercanas que perdieron sus vidas al ahogarse en este siempre legendario y mítico. Para evitar que los niños se acercasen al sus peligrosas aguas, se les relataba la leyenda de “El Barquero del Colmillo”. Una leyenda que Fermín, aunque la oyó contar cuando era un niño, no ha podido olvidar:
“Hijo, los niños nunca deben acercarse hasta la orilla del río Guadiana, se comenta que por esos lados anda el hombre del saco y la mano negra, pero sobre todo hay un hombre que anda buscando a los muchachos de tu edad para matarlos, el “barquero del colmillo”. Dicen que se han encontrado en otros tiempos flotando en las aguas del río, algún muchacho de tu edad al que le había clavado el barquero un gran diente como el de un jabalí que le sale de la boca.
Dicen que si es un portugués, y los que lo han visto cuentan, que suele salir de entre las grandes matas que se encuentran en el medio del Guadiana montado sobre una barca rectangular pintada de color negro. Va siempre de pie con un palo largo que le sirve de apoyo y fuerza para hacer mover el barco. Los que lo han visto relatan que va vestido como un fraile, que lleva una gran capucha de color marrón y una gran capa de color negro sobre sus espaldas. Cuentan que la cara nunca se la han visto, pero que si se le ve relucir un gran diente que le sobresale desde su boca. A los muchachos que coge se lo clavan y les chupa la sangre, dejándoles tirados en el río para que parezca que se han ahogado. Tú nunca vayas por allí, no vaya a ser que a ti te ocurra lo mismo. La guardia civil anda detrás de él, pero siempre se les escapa porque es muy rápido remando y siempre llega hasta Portugal en un periquete”.
Ante esta terrible y terrorífica historia el corazón del pequeño Fermín y de sus amigos latía a una tremenda velocidad y el miedo les atenazaba el alma, razón más que suficiente para que buscasen cobijo entre las piernas de alguno de sus progenitores. El mensaje había quedado claro: al río no se podía ir porque el terrible barquero acechaba a los niños entre las matas que estaban situadas en el centro del río.
Se cuenta en la zona que muchos fueron los contrabandistas que pululaban por la comarca y que aparecieron exagües, sin un gota de sangre, consumidos por el Barquero del Colmillo.
Lo cierto es que, durante siglos, han sido muchas las personas que se han ahogado en el Guadiana, y tras la leyenda, como ya sabemos, siempre se esconde algo de realidad. Y un cadáver real es el que encontró, en sus investigaciones, un Mayorga ya adulto. Sin derramamiento de sangre, eso si, pero lo suficientemente enigmático como para que diese más pábulo aún a la leyenda de este Caronte guadianero.
Hay que remontarse al siglo XIX, cuando el 21 de junio de 1891 apareció en las orillas del Guadiana el cadáver de un adolescente de Cheles. Se trataba de Ramón Pitera González, un muchacho de 14 años que apareció flotando sobre las aguas del río. Lo que parecía un caso más de ahogamiento terminó siendo un misterio que nunca se resolvió, porque tras el examen médico, se determino que el niño no había muerto ahogado, sino estrangulado.
Y aunque las matas del Guadiana entre las que aparecía el fantasmal barquero duermen ahora bajo las aguas, afirma Mayorga que hay quién dice que al remero se le sigue viendo navegar en noches de luna llena por las quietas y tranquilas aguas de la presa de Alqueva, buscando entre los montes y arroyos cercanos al pantano su particular escondite, desde donde sorprenderá algún niño extraviado para seguir saciando su ansia de continuar succionando la sangre de su cuello.
El Barquero del Colmillo sigue, sin duda, más vivo que nunca.