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Israel J. Espino

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Las aventuras extremeñas del rey Don Rodrigo y Florinda “La Cava”

Pocas leyendas tan conocidas y que tanto marcaron un país como la leyenda de Don Rodrigo, el último rey visigodo, y Florinda “La Cava”. A primera vista, ni el uno ni la otra tienen nada que ver con nuestras tierras, pero a poco que investiguemos vamos a encontrarnos que ambos pasearon sus legendarios palmitos (ya que no se puede asegurar que estuviesen de facto) por nuestras cuevas, castillos y monasterios.

Cuenta la leyenda que Don Julián, Conde de Ceuta, envía a su hija Florinda (llamada por los árabes “La Cava”),  a la Corte de Toledo para ser educada. Por aquella época, el rey visigodo Don Rodrigo (que sería el último, aunque él no lo supiese)  padecía la incómoda enfermedad de la sarna, y era la bella Florinda la elegida para que le limpiara la sarna con un delicado alfiler de oro. Mandar a tu hija a la Corte para que te la afinen y que la pongan a rascar a sarnosos  (por muy regios que sean) ya era como para que su padre  montara en cólera, pero aún faltaba lo peor.

El  rey Don Rodrigo, entre pinchacito y pinchacito, se fue fijando en ella (que sarna con gusto, no pica), y llegó un momento (suponemos que más aliviado), en que  “quísola poseer, pero no en matrimonio”. Como a la joven el sarnoso no le ponía, Don Rodrigo, “guiado por la lascivia”, viola a la desdichada  Florinda.

Pero “La Cava” era mujer de recursos, y “tras la consumación del acto”, envía a su padre una serie de regalos entre los que coloca hábilmente un huevo podrido. Debían tener un lenguaje secreto o entenderse a la perfección, porque Don Julián, al recibirlo, en lugar de pensar que el huevo se ha estropeado en el largo camino (o que su hija es un poco rarita para los regalos),  comprende inmediatamente  lo que ha pasado.

Va  a Toledo a reclamar a su hija, pero para no levantar sospechas afirma que debe llevarse a Florinda con él, ya que su mujer está terriblemente enferma y sólo la visión de su hija puede hacer que recobre la salud. Don Rodrigo no desconfía y entrega la chica a su padre. Don Julián regresa a Ceuta y más ofendido que nunca entabla conversaciones con Musa (el famoso moro Muza)  para desembarcar en la Península Ibérica. Lo demás es historia.

Los árabes conquistan la península en general y Mérida en particular. Musa entra en la ciudad y los agarenos construyen la alcazaba cercada por  la calle Cava, (que aunque  cavus  en latín signifique “foso” y al-âqaba sea “cuesta” en árabe,  es lógico que el vulgo prefiera creer que la bella Florinda paseo por sus adoquines).

Monasterio de Cubillana (Garrorena)

Pero no acaba aquí la historia, sino que empieza de nuevo la leyenda, que afirma que  Don Rodrigo, en su huida desesperada de las huestes moras, llega hasta Mérida. Y como rescata el Académico de la Historia Jose Luis de la Barrera, para expiar sus culpas se recluye en el Monasterio de Cauliana, hoy Cubillana, donde existía uno de los cenobios cristianos más reputados de Hispania y una escuela de novicios. Allí reside Romano (nombre que ni al pelo para un emeritense, si es que lo era), uno de los escasos monjes que quedaban, pues la mayoría había huido ante la llegada de los moros. Al ver al rey postrado ante una cruz, lloroso y contrito, le anima a acompañarle en un último viaje, Lusitania adentro, para poner a resguardo una preciada carga: la imagen de la Virgen y un pequeño cofre con las reliquias de San Bartolomé y San Blas. En el viaje muere Romano, pero Don Rodrigo cumple la misión fundando en Portugal, frente al océano, una ermita bajo la advocación de Nuestra Señora de Nazareth, en un sitio que bautizó como San Bartolomé, y  donde él mismo terminaría sus días.

Otra versión, también extremeña, mucho más extraña y apasionante, y esta vez en romance, la ha encontrado el antropólogo Flores del Manzano en Las Hurdes. En ella se afirma que Don Rodrigo, huyendo de los moros, se mete en una cueva hurdana y a las siete semanas (número mágico) aparece una serpiente encantada que le come  “las sus partis”. Sin comentarios y sin desperdicio.

 

«Huyendo fue don Rodrigo hacia una cueva lobera,

la boca seca de sede y entumías las carrilleras.

– ¡Maldita sea la mi suerte, que peor no la tuviera!

Por mantener a mi reino, me veo d’esta manera.

En lo jondu de la cima, en lo jondu de la cueva,

echó a penas las sus culpas, que muchas y grandes eran.

Pasaron siete semanas, siete semanas en penas;

pasadas que había otras siete, una sierpe se le allega:

– Prepárate, don Rodrigo, a purgar todas tus penas,

que el reino perdíu lo tienis por culpa de una alcagüeta

Ya le royi los sus pies, ya le royi las sus piernas,

ya le comi las sus partis, por ser las más pecaderas.

– Bien te lo digo a ti, sierpi, si es que-una sierpi fueras,

comerás mi corazón y que revientin mis penas.

– Comeré tu corazón, cuando se acerque la fecha,

aún te quedan por penar siete semanas enteras».

Y si aún dudan ustedes de la presencia legendaria de este trío en nuestras tierras, pueden acercarse a Torrejón el Rubio.   Allí, en  las ruinas del castillo al que conduce la “Calleja de la Cava” hay un infante encantado que  atrapa a cuantos muchachos pasan de noche por allí y los mete en el castillo, donde desaparecen para siempre. Ese niño es el hijo de La Cava y  Don Rodrigo, que permanece encantado desde entonces y encierra en la fortaleza a los muchachos que por allí pasan, con el fin de reunir  un poderoso ejército para reconquistar el trono de sus mayores.

Leyendas y creencias de una tierra mágica

Sobre el autor

Periodista especializada en antropología. Entre dioses y monstruos www.lavueltaalmundoen80mitos.com www.extremadurasecreta.com


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