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Israel J. Espino

Extremadura Secreta

Señores de las tormentas: Los Amorachinis

Desde la antigüedad el hombre a mirado al cielo. De él venían los rayos benefactores del sol y la lluvia que hacia crecer las cosechas, pero también del cielo provenían los rayos que incendiaban los pajares, los truenos que hacían temblar los cimientos de las casas y los pedrizos que machacaban las cosechas.

 Y el hombre siempre ha creído que alguien mandaba en esas nubes…

 Ya las leyes bárbaras de la época de Chindasvinto condenaba a “los productores de tempestades que con sus encantos , malogran las viñas  y mieses” y siglos más tarde Antonio de Torquemada (el escritor del siglo de oro, no el famoso inquisidor) , nos  habla de los demonios que mueven los vientos con mayor furia de la acostumbrada, congelan las negras nubes fuera de tiempo, atraen el horrísono trueno, los rayos y los relámpagos, y provocan aguaceros, granizadas y pedriscos para fustigar las mieses y las viñas, y así originar la desolación en los campos y reducir a nonada las esforzadas y henchidas de esperanza labores de los agricultores.

 

 

Aún hoy, y según nos cuenta el historiador Jose María Dominguez Moreno, por la comarca de la Tierra de Granadilla el genio que vive en las nubes es «un demonio enfáu». La presencia de tal demonio en el foco de la tempestad es conocida en la práctica totalidad de la provincia de Cáceres, ya bajo el prisma de la escatología cristiana, ya como un ente mítico.

Y en otras zonas de Extremadura tenemos al zancarrón, un personaje mítico extremeño que tiene poder sobre las tormentas, los pedriscos y la lluvia.

Y en Las Hurdes, tenemos al peculiar Duende Entignao, del que ya hemos hablado en otra ocasión, y también a los “primos” de los nuberos astures: los amorachinis.

Los amorachinis son pequeños seres maléficos, algunos con aspecto de bebés, que juegan sobre las negras nubes de tormenta. Dicen que solo tienen un ojo, pero con una puntería tal que bien pueden incendiar una casa con su certero lanzamiento de los rayos que fabrican en el volcán de El Gasco.

 

 

Contra ellos, en muchos montes se clavan rudimentarias cruces de torvisco, aunque de poco les sirve a los incautos contra los que lanzan sus rayos para entretenerse.

Aún recuerdo como hace ya quince años, en una pedanía de la Siberia, oculta entre bosques, paseando por el minúsculo cementerio de la iglesia, mientras contemplaba una tumba toscamente labrada escuche la voz de un pastor  a mis espaldas:

–       A ese lo mató una nube…

 

Y otro botón de muestra nos lo ofrece el periodista Iker Jimenez cuando recoge el desgraciado accidente como el que tuvo por protagonista al pastor Daniel Azabal Martín al que el 8 de mayo del 1995 le partió un rayo en el sentido más literal de la expresión. Esa tarde se vio atrapado por una ruidosa tormenta que le obligó, en las cercanías de la alquería de Cambrón, a guarecerse debajo de un viejo puente de piedra.

 

De repente, de un modo inexplicable, las cabras que se protegían temerosas salieron corriendo de la guarida y quedaron en medio de una explanada. En cuanto Daniel salió al exterior notó «como si ardiera por dentro» instantes después que un gran relámpago quebrase el cielo oscurecido. Un rayo le había entrado por el hombro izquierdo y había atravesado todo su organismo hasta desembocar por el testículo del mismo lado rebotando de nuevo en el suelo mojado.

Encontrado  por un matrimonio que paseaba  tras la tormenta, fue ingresado de urgencia en el centro de salud de Pinofranqueado y fue posteriormente trasladado al hospital Virgen del Puerto de Plasencia, donde todos los doctores quedaron asombrados al ver un hombre alcanzado por un rayo en pleno campo y que no era ya cadáver.

La recuperación, al parecer,  fue prodigiosa, y el facultativo demostró que, a pesar de que el rayo físicamente había recorrido órganos vitales, no había daños en su interior. A su regreso a Cambrón, muchos ancianos le decían al oído:

 

–        «Eso son cosas de los “amorachinis”»…

 

Los amorachinis viven en las nubes y las conducen… (Jimber)

A estos amorachinos se les llama también “mulachinih del cielu”, y asegura el investigador Félix Barroso que lo de “mulachín” viene de “amolanchín” o de “amolador”. Nada de extraño resulta que la antigua mentalidad creyera que, entre las nubes, habitaban unos seres capaces de dar vida a los rayos, asimilándolos a los amoladores, que hacen brotar chispas de las muelas cuando afilan algún objeto metálico; de aquí que a los rayos se les denomine comúnmente en esta zona como “chispas”.

Así, y del mismo modo, a los afiladores gallegos o portugueses, que en determinadas épocas solían acercarse por estos pueblos, también se les nombra como “mulachinih”. De hecho, en numerosos pueblos de Extremadura se afirma que la llegada del afilador anuncia lluvia…y desgracias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Leyendas y creencias de una tierra mágica

Sobre el autor

Periodista especializada en antropología. Entre dioses y monstruos www.lavueltaalmundoen80mitos.com www.extremadurasecreta.com


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