La señora Fermina ve muertos. Ha comenzado a verlos ahora, a la vejez, a sus 86 años bien llevados, cuando pensaba que ya solo le quedaba descansar. Pero los muertos tienen otros planes, y han decidido no darle tregua, aunque ella preferiría hacer lo que hacemos todos, tenerlos presente solo en estas fechas, cuando nuestros difuntos parecen estar más cerca de nosotros.
Fermina tiene los achaques propios de la edad, pero conserva bien puesta la cabeza y los nervios. Sobre todo desde que el año pasado comenzó a verlos. Primero fueron sus propios familiares, pero poco a poco los espectros de muertos desconocidos comenzaron a asediar su casa y su calle, bajando en riadas desde el cementerio, agolpados en las ventanas. Vigilantes, siempre vigilantes, pero silenciosos, como una marea muda que, sin embargo, ansiaba hacerse entender.
Todo empezó en diciembre de 2014. La señora Fermina se encontraba en su casa de Feria, un bonito pueblo pacense que se derrama en forma de lagarto rojiblanco a los pies del imponente castillo del ducado.
Fermina me cuenta con brillo en los ojos lo contenta que se puso cuando vio a su hermana salir por el pasillo y detenerse en el portón de la casa.
– “Me dio mucha alegria de verla, ¿sabe usted?
– ¿Y eso porqué? – Le pregunto, intrigada.
– Porque estaba muerta – responde con una tranquilidad pasmosa.
– ¿Y la vio usted ahí mismo? – Le pregunto mientras miró de reojo el portón de la casa, a un metro escaso de donde me encuentro tomando notas– ¿Y la vio bien?
– ¡Toma, Claro! – se ofende Fermina– ¡Tan bien como la estoy viendo ahora, que está ahí, sentá desde esta mañana junto a otra difunta a la que no conozco!.
A Fermina el fantasma de su hermana no le incomoda, porque se le aparece tal y como era, “sin darme miedo ni ná” y también porque Fermina ya estaba avisada. Cuando su hermana vivía era viuda, y estaba sola, y cuando Fermina, que la visitaba asiduamente, llegaba tarde, ella la amenazaba, medio en serio, medio en broma, con aparecerse después de muerta:
– Fermina, ¿Por qué llegas tan tarde? Pues que sepas que cuando me muera “te voy a salir”…
Y bien que “le sale”… Incluso la acompaña en la ambulancia que la desplaza dos veces por semana hasta el hospital de Badajoz, donde le realizan sus diálisis periódicas. Cuando Fermina entra en la ambulancia ya está allí su hermana esperándola. Sentada. Y a veces, el fantasma llora. Y le enseña un papel blanco con letras azules, pero como Fermina no sabe leer, sigue sin saber que quiere decirle su hermana, y la pena la embarga.
Unos meses más tarde, en marzo de este año, murió su marido. Pero eso no significó que la señora Fermina dejase de verlo.
A veces lo ve como si estuviera vivo, otras veces ve su rostro flotando sobre su cama “en una especie de corona, negra como las plumas de los cuervos negros”, y a veces incluso le tira de las sabanas de la cama. Otras veces mueve la boca como diciéndole algo, pero ella no puede escucharle. Y a veces, también llora.
Pero Fermina no está sola en esta experiencia. Otras mujeres de la familia tienen extrañas vías de comunicación con el mas allá. Su nieta ve presencias extrañas en su casa que la avisan de desgracias en su familia, y su hija, que también se llama Fermina, tiene el extraño don de saber si una persona va a morir pronto. No se equivoca nunca, y vive asustada por verlo en alguien cercano. Ella también ha notado la presencia de su difunto padre en la casa. Lo escucha suspirar y a veces incluso ha notado como le tiran del cabello.
Pero al fin y al cabo, la hermana y el marido de Fermina son de la familia, y no molestan demasiado. Lo peor vino después.
“Un día– me cuenta Fermina- estaba yo sentada a la puerta de la casa para tomar el fresco, que es como nos ponemos ya de que se quita el sol, cuando de repente vi bajar del cementerio una camá de personas, la calle abajo.
– ¿Y como vienen Fermina?– Le pregunto asombrada.
– Pues unos varios vienen vestidos con una especie de bata lila, y otras varias vienen con pañuelos y vestidos negros hasta el suelo…
Fermina está cansada de ese río de muertos silentes. Quiere ayudarlos, pero no sabe cómo.
-Y les digo “hijos míos, pero decidme lo que queréis de mí, si misas, si velas, si dar limosnas, si ir al santo… lo que sea”… Pero es que abren la boca y yo no sé lo que dicen, no puedo oírlos… – Me confiesa con la mirada triste.
La señora Fermina reza todas las noches a las Animas Benditas. Dos veces. Una por su marido, y otra “ellos”.
Ellos, los muertos anónimos que se suben a los pisos de las casas. Se meten dentro de las casas que dan a la suya y se asoman, están siempre asomados por las ventanas, tranquilos, sosegados, quietos… “y en cuantito que yo me siento, vienen ya todos. Y hasta las tres de la mañana están ahí”.
A las tres de la mañana, como si se produjese un ensalmo, los difuntos desaparecen y Fermina descansa, pero sólo hasta la mañana siguiente.
Y Fermina ya está cansada. Está cansada de que los muertos la observen, silenciosos, desde las ventanas y los espejos. Cansada de verlos encaramados y atentos siguiéndole sus pasos. Quiere que se vayan, que la dejen tranquila en su casita blanca, que no le hablen más con palabras mudas, que no le hagan señas que no entiende, que descansen en paz los difuntos y ella.
– “Si al menos me dijesen que es lo que quieren…– musita Fermina con los ojos llorosos- Pero siguen aquí, detrás de ustedes, mirándome desde la ventana, desde todas las ventanas, en todas las ventanas…
Con un escalofrío recorriendo nuestra espina dorsal, recogemos libretas, cámaras y grabadoras y abandonamos las empinadas calles de Feria. Volvemos taciturnos a casa y dejamos a Fermina con su pena y con sus muertos. Con todos sus muertos.