Ahora que celebramos los 400 años del Quijote no podemos dejar pasar la oportunidad de reivindicar la ubicación legendaria de uno de los mejunjes más fantásticos de la historia, una poción mágica capaz de curar todas las dolencias del cuerpo humano y de sanar heridas terribles y enfermedades incurables. Una pócima que formó primero parte de las leyendas del ciclo carolingio, y que después recogió Cervantes para aderezar su inmortal obra: El bálsamo de Fierabrás.
Don Quijote le comenta a Sancho en el capitulo X que conoce la receta del bálsamo, (ya no tan mágico y si más pedestre), cuyos ingredientes son aceite, vino, sal y romero, todo ello hervido y acompañado de un ritual consistente en 80 padrenuestros, 80 avemarías, 80 salves y 80 credos. La pócima parece funcionar sólo con caballeros, ya que tras beber la milagrosa poción a don Quijote le atacan vómitos y sudores, pero se siente curado después de dormir. Sancho, sin embargo, sufre un efecto laxante y poco edificante.
Sin embargo, el auténtico y mágico bálsamo de Fierabrás tiene orígenes mucho más legendarios. Algunas fuentes, de hecho, afirman que Fierabrás era el feliz propietario de una espina de la auténtica corona de Cristo, de la que nacía un rosal mágico que florecía todo el año, con rosas de variados colores y aromas, uno rosal del que más tarde los templarios cortaban flores para el altar de la Virgen, cuyas espinas no herían y del que se extraía su famoso bálsamo.
Este rosal se encontraría ahora sumergido en las aguas del pantano de Alcántara, bajo la torre de Floripes, últimos restos del castillo templario que guarda la romántica leyenda de amores e deseos incestuosos, entre Fierabrás, Floripes y el caballero Guido de Borgoña, paladín de Carlomagno.
De hecho, cuenta la leyenda que un moro cautivo enseñó a Carlomagno y a sus caballeros el escondite de este rosal, junto al que se ocultaba un mantel mágico (también traído por el gigante) que procura toda clase de alimentos si se dicen correctamente unos conjuros y al que es fácil relacionar con el mantel de la Última Cena, reliquia que se encuentra expuesta desde hace siglos en la catedral de la cerca Coria. Curiosamente, en la misma catedral, en su museo de las reliquias, se guarda también una espina de la corona de Cristo… ¿Podría ser la que dio origen al rosal mágico?
Y aún existe una leyenda mucho más trascendental, que afirma que cuando el gigante Fierabrás (el de fieros brazos) y su padre Balán conquistaron Roma, robaron en dos barriles los restos del bálsamo con que fue embalsamado el cuerpo de Jesucristo, que tenía el poder de curar las heridas a quien lo bebía.
Estos barriles fueron arrojados al Tajo en el combate final entre Fierabrás y Carlomagno, cuando el gigante se vio perdido. Pero todavía pueden recuperarse, porque en la zona se cree que las extrañas formas que se ven en algunos remolinos que forma el agua cerca de la torre son los toneles del famoso bálsamo de Fierabrás, que en la mañana de San Juan, cuando el sol dora la Torre de Floripes, emergen por un instante desde el fondo de la Rocha Frida para demostrarnos a todos que la magia aún existe.
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