Algún día hablaremos de los bandoleros que atacaban sin piedad determinadas serranías extremeñas, y ya hemos habaldo de la Serrana de Monfragüe y de cómo en Torrejón el Rubio, se muestra el abandonado lugar de La Corchuela , un caserío que parece despoblarse a consecuencia de los numerosos asaltos que sufre, ya que no en vano tiene “a sus inmediaciones un puerto, que lleva su mismo nombre, muy trabajoso para la arriería por su mal estado, y muy temible por ser frecuentado de ladrones”.
Pero según afirma el historiador y folclorista Jose María Dominguez Moreno, para los habitantes de la zona no son los continuos atracos los que consiguen la huida de sus habitantes, sino las frecuentes desapariciones de niñas, que casi siempre son halladas muertas y desorejadas. Estos terribles crímenes se achacan a un ser terrorífico con forma de descomunal macho cabrío que echa llamas por los ojos y que por las noches asoma a los riscales para cantar con tenebrosa voz:
Yo soy la cabra cabracha
yo soy la cabra cabreja,
que voy buscando muchachas
pa comerle las orejas .
Esta temible cabra tiene sin duda alguna la forma de otros seres de los que ya hemos hablado: El Macho lanú, y las cabras demoníacas, aunque sus palabras lo aproximen a otro ser extremeño menos legendario y más folclórico: La cabra Montesina.
Esta cabra Montesina pertenece ya de lleno al mundo de los cuentos, y según afirman algunos autores como Manuel Martín Sanchez, en Extremadura es una especie de ogresa cuyo canto es :
Yo soy la cabra Montesina
Del monte Montepiná
Er que pase de esa raya
Me lo trago de un tragá
¡Bieeeeaaa!
Según otras versiones, la voraz cabra vive oculta en “el doblao” y desde allí va devorando a todo el que osa acercarse, aunque le queda la decencia de avisar antes:
– Soy la cabra Montesina
que vivo en Montepelao
y al que pase de mi raya
me lo como de un bocao.
Buen estómago tenían que tener las cabras des estas tierras, porque se zampan a toda la familia, a un pastor y hasta a una pareja de la Guardia Civil antes de que pueda vencerla una hormiga a base de cosquillas.
A otra del mismo rebaño antropófago debía pertenecer la Cornicabra, cuya historia recoge el folclorista Juan Rodríguez Pastor. Se trata de otra cabra que se cuela en una casa y que, como sus hermanas, avisa antes en verso de sus malvadas intenciones:
Soy la cabra cornicabra,
corremonte, correvalle,
papaniños, papafrailes;
si tú vienes pacá,
también te voy a papá.
A esta no se la carga una hormiga, sino que la señora de la casa y su hija, por recomendación de una vecina, llaman a un tal Penenino (bonito nombre) que gasta una porra descomunal (sin comentarios) con la que se carga a la cabra asesina golpeándola en la cabeza. Y por si los símiles fálicos no estuvieran bastante claros, destacan que con la cabra hicieron chorizos.
Normal que con este final todos vivieran felices.