Se cumplen ahora 460 años de la muerte en Extremadura del emperador Carlos I de España y V de Alemania. El 21 de septiembre de 1558 exhalaba su último suspiro el hombre más poderoso de la época, asesinado por uno de seres vivos más insignificantes: el mosquito.
Fue en el monasterio de Yuste, en Extremadura, en un lugar mágico fundado entre leyendas y en el que el emperador había decidido retirarse de la pompa mundana. Pero el retiro fue más corto de lo que pensaba, porque enfermó de paludismo (de malaria, vamos, o de tercianas, como se llamaban esas fiebres por estos lares) y agonizó durante días hasta que expiró finalmente rondando el equinoccio de otoño.
Siendo el lugar mágico y la fecha también, no es extraño que según los frailes y los escritos, su muerte estuviera rodeada de hechos sobrenaturales: señales celestes, flores milagrosas, fantasmas embozados, extrañas aves ladradoras y hasta damas blancas anunciadores de fallecimientos de alcurnia.
Los fantasmas aparecieron antes incluso que la enfermedad.
La aparición del primer espectro la recogen el verato Delfín Hernández, caballero de la orden de Yuste, y el escritor Luis Martínez , quienes afirman que unos días antes de contagiarse, y mientras estaba rezando en su habitación , al emperador se le apareció un misterioso espectro embozado.
Carlos, sorprendido, le preguntó su nombre, a lo que el fantasma respondió desembarazándose de su capa. Lo que vio el emperador debió de dejarlo atónito, porque el fantasma era él mismo. O al menos, su doble, punto por punto, que además le habló anunciándole que su muerte estaba cerca, y que debía prepararse para morir.
Seguramente el fantasma no tendría ni que haber hablado, porque el que fuera emperador de Alemania tuvo que reconocer enseguida que la figura fantasmal que tenía delante era un Doppelgänger, el doble fantasmagórico de una persona viva que se considera augurio de muerte en la cultura germánica.
Este papel de emisario de la muerte que constituye el Doppelgänger en la mitología norteuropea lo encarna en la mitología celta la Banshee, la Mujer de los Túmulos, una dama espectral y gritona que se aparecía a las familias nobles irlandesas para avisarlas de una muerte próxima.
Y al parecer, los Habsburgo también tenían una dama fantasmal que se encargaba de aparecerse a cada uno de ellos cuando la hora de la muerte estaba próxima: La Dama Blanca de Los Habsburgo.
Entre otros muchos miembros de la familia, tuvo la mala suerte de verla María Antonieta en las Tullerías, cuando esperaba para ser guillotinada en 1792, durante la Revolución Francesa.
También el archiduque Rodolfo la vio, si hacemos caso a el periódico Le Figaro del 5 de febrero de 1889, quien publicaba días después de la muerte del archiduque que Rodolfo veía espíritus y fantasmas, y que la Dama Blanca se le había presentado.
Incluso se apareció una década después a la famosa emperatriz Sissi en Montreaux, once días antes de ser asesinada en Ginebra, el 10 de septiembre de 1898, y a un montón de parientes menos conocidos pero igual de nobles…
Pues bien, según cuenta Paul Morand, la Dama Blanca de los Habsburgo inauguró esta tétrica y funesta tradición familiar en Extremadura, apareciéndose por primera a Carlos V en Yuste justo antes de su muerte.
Ignoramos si solo se apareció uno de los fantasmas o se le aparecieron los dos, pero lo cierto es que el emperador pilló la indirecta y dispuso que le organizasen los famosos funerales en vida, unas macabras exequias que quedaron asimiladas a otras leyendas que surgieron alrededor de su muerte.
Y es que los sucesos sobrenaturales siguieron adueñándose del hasta entonces tranquilo monasterio de Yuste. Porque según cuenta en 1701 Faminius Strada, hasta los cielos se llenaron de extraños presagios:
“…poco después que enfermó, se vio en España un cometa, al principio no de mucho resplandor, pero que, creciendo la enfermedad (…) aumentaba más la luz, hasta que, vuelta hacia el asiento de san Jerónimo la funesta crin, la hora en que Carlos dejó de vivir, él dejó de ser visto”.
No solo los cometas anunciaban la muerte del emperador. Cuentan en la zona que la noche de su muerte la sierra de Tormantos se encontraba desvelada. Que ladraban los perros y balaban las ovejas en los apriscos, que las cabras anunciaban una extraña madrugada y que los gallos despertaron antes de llegar el alba. Y no fueron los únicos portentos: una azucena floreció esa noche en el jardín del monasterio.
Y no solo la sierra de Tormantos y el Vallle de la Vera se envolvía en prodigios. Más allá de las tierras extremeñas, en el reino de Aragón, la agorera campana de Velilla tocó sola anunciando la muerte del emperador, entrando a formar parte de las lista de las numerosas campanas sobrenaturales que pueblan nuestra geografía.
Y aún hay más, porque los sucesos extraños y maravillosos no cesaron con la muerte del emperador. Una semana más tarde (concretamente el 27 de septiembre de 1558) nos cuenta el prior de Yuste, fray Martín Angulo, cómo al disponerse a acostarse escuchó en el claustro el ladrido de un perro. Salió de su celda con el fin de sacarlo extramuros y se extrañó al ver a unos cuantos frailes recostados en el antepecho de la galería, mirando al cielo.
A parecer, como había una buena luna, todos los vieron con claridad. En el tejado se encontraba un pájaro del tamaño de un buitre, mitad blanco y mitad negro, que después de un rato salió volando.
Cinco noches seguidas estuvo esa extraña ave realizando el mismo ritual: Llegaba desde la parte de Jarandilla, ladraba cinco veces y se marchaba en dirección a Garganta la Olla. Y siempre se posaba sobre la sepultura del emperador, bajo el altar de la iglesia del monasterio, donde quiso reposar para que todo el sacerdote, mientras celebraba la misa, pudiese pisar su cabeza y su corazón.
Este extraño animal tiene grandes similitudes con el llamado Pájaro de la Muerte, conocido en numerosas zonas de Extremadura y al que se relaciona con los fallecimientos. En algunos pueblos se le relaciona con el cuervo, un ave que en ocasiones puede imitar sonidos como el ladrido de un perro.
Pues bien, tanto el cuervo como el mismo perro son animales psicopompos, es decir, que según la mitología son los encargados de trasladar el alma de los difuntos al Mas Allá.
Quizás en este caso, esa extraña bestia que se posaba noche tras noche sobre la tumba del emperador, venía a llevarse su alma a las regiones etéreas, pero el cuerpo se quedó aquí. No en Yuste, donde duró poco, sino en la cripta real del monasterio del Escorial, rodeado de todos los suyos, momificado y sin meñique.
Pero aunque la momia ha podido contemplarse en algunas ocasiones, en algunos lugares de Alemania, según recoge el folclorista y etnógrafo Van Gennep aún se cree que Carlos V, al igual que ocurre con Federico Barbarroja, no ha muerto, sino que vive en el interior de la legendaria y misteriosa montaña de Untersberg, cerca de Salzburgo. Está dormido, sentado junto a una mesa. Su barba ya ha rodeado dos veces ese mueble, y se asegura que cuando la haya rodeado por tercera vez, el emperador despertará y llegará el fin del mundo.
Será cuestión de acercarse con un buen barbero. Por si acaso.