Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que en la ermita cacereña de San Benito se curaban mudos, cojos y mancos, se realizaban teletransportaciones de continente a continente y se sacaba a los demonios de los cuerpos de pequeñas niñas que aullaban poseídas y hablaban con voces infernales.
La ermita se yergue ahora escondida en una moderna urbanización de chalés, pero cuando se levantó, antes de la conquista musulmana, se encontraba enclavada en un lugar mágico del que algunos investigadores, aún hoy, han encontrado numerosos indicios.
El historiador cacereño Antonio Rodriguez González ha investigado a fondo el origen de la ermita y su posible vinculación con las órdenes militares, y ha coincidido, al igual que otros investigadores, en afirmar que el lugar donde se levanta la ermita no es casual.
Para Rodriguez, existe una alineación de ermitas que coincide con un camino histórico: la antigua calzada romana que unía Medellín con el puente de Alcántara, e incluso se plantea “una vinculación de esta vía de comunicación con los templarios, ya que existe constancia documental de que la orilla norte del puente de Alcántara estuvo en posesión de dicha orden, al menos entre 1295 y 1307”.
A raíz de sus recientes investigaciones, sostiene que el origen de algunas ermitas cacereñas se remontaría al siglo XIII, y su fundación y patronazgo tendría que ver con la Orden del Temple y el control que ésta ejercía sobre el Camino de la Plata como cañada trashumante y ruta de peregrinación. “No olvidemos que los templarios adoptaron desde sus inicios la regla benedictina, en su versión cisterciense, y podríamos considerarlos como el brazo armado de la orden monástica”, señala Rodríguez.
Esta función de hito en el camino de peregrinación en el camino Mozárabe de la Ruta de Santiago la suscribe también el arquitecto técnico Agustín Flores, quizás la persona que más años ha dedicado al estudio de este enigmático lugar y el que mejor lo conoce, ya que es el técnico del ayuntamiento de Cáceres que ha llevado a cabo los trabajos de recuperación de la ermita. Flores descubrió pronto que el edificio y su enclave escondían numerosos secretos tanto en su forma material como inmaterial.
Agustín ha estado investigando durante los últimos dieciocho años todas las materias que pueden ayudarle a desentrañar los enigmas que encierra la ermita: arquitectura, astronomía, astrología, geometría, geología, arqueología, radiestesia, misticismo, filosofía, marcas de cantero, simbología, cábala, alquimia, mitología o cultos religiosos, desde el cristiano hasta el hebreo pasando por el islam y concretando en los ritos benedictinos y templarios.
Flores, ayudado por radiestesistas, ha encontrado en determinados puntos de la ermita una gran afluencia de energía telúrica, situados estratégicamente en lugares claves del edificio.
Flores también ha seguido durante los últimos seis años el movimiento del Sol y la Luna, tanto en el interior como en en el exterior, en determinadas fechas y en horas precisas, y ha concluido con un descubrimiento sorprendente: la arquitectura de la ermita está realizada para que funcione como un reloj de tiempo donde gracias a las proyecciones del sol y de la luna se marcan los equinoccios, los solsticios y otras fechas importantes para los que la construyeron y para aquellos que allí moraban.
También la piedra fundacional de la ermita y las pinturas murales que aparecieron al restaurar el edificio parecen guardar determinadas claves para descifrar el enigma de San Benito.
Flores está convencido de que en San Benito se empleó la magia blanca, lo que no es sorprendente teniendo en cuenta que allí tuvieron lugar más de dieciséis milagros en el siglo XVI, unas curaciones milagrosas se producían tras pasar un periodo de nueve días (número mágico en la ermita, cuya planta tiene precisamente forma de nueve) durante los cuales se rezaba en comunidad siguiendo un recorrido dentro de la misma que hoy desconocemos. “Esto –afirma Flores- nos hace pensar que San Benito se comportaba por entonces como un resonador de energías tanto telúricas como cosmológicas y que eran utilizadas junto con los rezos y la sapiencia de los benedictinos para dichas curaciones”.
Pero quizás las curaciones más espectaculares sean las expulsiones de los demonios de los cuerpos femeninos, especialmente de niñas. José Luis Hinojal, en su libro “Magia y superstición en la vieja villa de Cáceres”, ha recogido algunos de estos exorcismos.
El primero del que se tiene noticia sucedió en 1530, con la llegada de una niña poseída, Isabel de Orellana, procedente de la villa de Búrdalo (hoy Villamesías) cuyos padres recorrieron con ella las diez leguas que separaban su casa de la ermita.
Nada más entrar en ella el padre comenzó a enumerar a viva voz las iglesias a las que pensaba acudir si la niña no sanaba, hasta un total de doce. De pronto, de lo más profundo del cuerpecito de la niña emergió la voz del maligno que se encaraba con sorna al padre, diciendo:
– ¡Cuéntalas! ¡Cuéntalas!
Tras llevar a la niña a rastra hasta el altar y sujetarla de rodilla, el demonio abandonó finalmente el cuerpo, “dando señal” de su huida en la forma de una moneda de origen medieval, una “blanca”, que salió de la boca de la niña y que, como testimonio mudo del suceso, se fijó con un clavo en la puerta de la iglesia.
No es extraño que la restauración de la ermita haya aparecido alguna de estas monedas entre los muros, porque al parecer era la señal que daba el demonio, al menos en San Benito, para asegurar que había abandonado el cuerpo de los posesos. Y cada moneda que el energúmeno echaba por la boca era un demonio expulsado, por lo que la posesa Juana Vivas, vecina del Casar, expulsó el 5 de enero de 1533 tras su exorcismo tres monedas blancas melladas, pues tres eran los demonios que habitaban en su cuerpo, quizás porque al ser adulta más espacio tenían.
Otra blanca y algunas cintas fue lo que expulsó por la boca otra niña poseída, Isabel González, quien una mala mañana de 1532 despertó hechizada y con señales de haber entrado en ella el mismo demonio, pues aborrecía todas las cosas sagradas y espirituales. Como la medicina no acertaba a sanarla, la llevaros a San Benito, donde temblando y profiriendo voces espantosas, subieron a Isabel al santasanctórum del templo y la encararon con el Viejo, forzándola a abrazar la imagen.
La crónica, que no tiene que envidiar nada a las más terroríficas películas, la recoge magistralmente Hinojal en su obra:
“Ataron a la niña uniendo los dedos pulgares de sus manos, con tal violencia que sólo se escuchaban sus fuertes gemidos y gritos, al tiempo que observaban cómo su cuerpo se retorcía adoptando extraordinarias e inverosímiles posturas, que se incrementaron cuando le echaron encima una estola que habían llevado del párroco de la iglesia de san Mateo.
Pero Martín, invocando el nombre de Dios, dijo entonces:
– ¡Da señal, puto! ¡Perro!
– ¡Puta, suéltame, que me iré de aquí! – fue la respuesta que se recibió de boca de la energúmena.
Era necesaria la prueba de abandonar el receptáculo, para la cual, el padre, solicitó con la misma firmeza que había demostrado hasta entonces, que dejase dicho testimonio el mismo instante en que dejar a la niña.
– ¡Da señal!
A esa orden, Isabel tuvo un fuerte espasmo, tras el cual echó fuera dos agujetas, una especie de cintas que antiguamente tenían por objeto abombar los vestidos a la altura de la cintura y de las mangas, al tiempo que volvía a escuchársele:
– ¡Puta, suéltame! Que me quiero ir…
No fue suficiente para los que se encontraban dentro del templo. Los padres, monjes, el escribano Francisco Gómez o el bachiller Ambrosio Becerra, entre otros, estaban admirados presenciando la espectacular escena que se estaba desarrollando delante suya…
– ¡Da más señal!
Esta vez fue una blanca lo que escupió, mientras la enferma entraba en una especie de trance, haciendo grandes extremos, hasta que el cuerpo quedó quieto y sólo se escuchaba un leve y esperanzador sollozo:
– Padre, suélteme, que ya estoy buena.”
La blanca y las agujetas que expulsó la niña endemoniada se exhibieron en los muros del templo, junto a pieles de caimanes y retazos de milagros que comenzaron a languidecer y olvidarse con el paso de los años.
Sin embargo, y a pesar de que muchos de estos sucesos se han olvidado y de que muchas de las claves se han perdido bajo la arena de los siglos, algunos investigadores continúan encontrando entre sus muros y en su entorno señales ocultas y coincidencias asombrosas. Y San Benito vuelve a erguirse, levantándose de sus ruinas, como centro de un mundo mágico y faro emblemático de un mapa oculto que solo algunos iniciados están consiguiendo descifrar.