Hoy se cumplen 72 años de la aparición de un tesoro en nuestras tierras. Corría el 5 de marzo de 1943 cuando tres vecinos de Bodonal de la Sierra, Julio y Leandro Quintanilla Guerra y Manuel Quintanilla Martín, empezaron a extraer tierra de un pequeño montículo con la intención de cerrar una zanja abierta en La piedra El Cano, dentro de la finca Los Llanos.
Allí encontraron, sobre una roca, una vasija de cerámica. Jamás imaginaron que dentro encontrarían un tesoro compuesto de 19 piezas de oro macizo de más de un kilo y medio. Las piezas son de la Edad del Bronce y el tesoro se puede contemplar en el Museo Arqueológico Nacional.
De todas las piezas, del siglo XII a. C., tres son brazaletes y 16 son fragmentos de torques o collares, en parte rotos.
Los brazaletes se realizaron a partir de lingotes doblados y martilleados, sencillos y de ejecución tosca presentando secciones poligonales irregulares. Los fragmentos de torques pertenecen a un tipo de collar caracterizado por un grueso alambre con los extremos ensanchados y vueltos, cuyo origen es irlandés y su área de dispersión abarca Gran Bretaña y Francia. Su presencia en Extremadura se debe al influjo de las corrientes culturales atlánticas del Bronce final que caracterizan la orfebrería y metalurgia de esos momentos.
Llama la atención el hecho de que en la proximidad del «tesoro» haya aparecido en una estela antropomórfica de la que solo lo separan unos centenares de metros, lo que indica según el profesor Luis Berrocal-Rangel que ambos pudieran estar estrechamente relacionados.
Aunque no puede afirmarse que existiera una exclusiva implicación entre estos antropomorfos y el trabajo o comercio de objetos aúreos, Almagro Gorbea lIega a aventurar el «carácter jerárquico de las personas representadas y su posible relación con sociedades mineras, tal vez especialmente dedicadas a la obtención de oro».
Esto refuerza la supuesta relación entre los dos hallazgos de Bodonal, bien considerando los fragmentos de torques de oro como material de un aurifer, preparado para su refundición, bien como apreciado ajuar funerario, destruido ritualmente tras la muerte de su dueño.
El antropomorfo de Bodonal representa una manifestación (posiblemente póstuma) de un personaje, probablemente una mujer, con un gran prestigio social, económico y religioso. Esta manifestación, propia del mundo atlántico peninsular, es el último eslabón de una tradición de motivos antropomorfos megalíticos, reflejos de cierta religiosidad cuya función se volvió eminentemente funeraria coincidiendo con el Bronce Final Atlántico, época de un gran esplendor en intercambios y en explotaciones metalúrgicas, en especial del oro.
Tesoros, al fin y al cabo, materiales y mágicos, aúreos y pétreos. Tan desconocidos y atrayentes como nuestros propios antepasados.