Ilustración: Borja González Hoyos
A caballo entre la realidad y la fantasía, el pájaro de la muerte sobrevuela las noches altoextremeñas en busca de alguien próximo a morir. El verdadero aspecto de este pájaro varía de un pueblo a otro.
Para los habitantes de El Cerezal, en Las Hurdes, el Pájaro de la Muerte es de color ceniza, Según afirma el investigador Felix Barroso. Es un pájaro muy esquivo, que se ve con poca frecuencia y se alimenta principalmente de higos. Este pajarraco, cuando canta, dicen que habla:
– “Todo para mí!, ¡Todo para mí!”.
Su canto anuncia la muerte, y si llega a posarse sobre el tejado de alguna casa, es señal segura de que algún morador de esa vivienda dejará próximamente de existir.
En esta alquería también se le denomina La Guarriona, y aún hay paisanos, como Elías, que recuerda la noche en la que se la oyó no hace muchos años, en la era del Tío Miranda, en La Majailla, mientras los chavales jugaban al fútbol un atardecer de agosto.
En la era grande había una parva recien trillada y como era costumbre, alguien de la familia se quedaba a dormir cerca para que nadie se la llevara. La parva era del Tío Manuel, el de la Quica, que de repente apareció corriendo con la manta al hombro , asustado y con el pánico en el rostro, mientras gritaba:
– ¡Venga muchachos, vamos,vamos, salí corriendo todos pa casa que este sitio a estas horas ya no es pa nosotros!… ¡Venga pa casa de prisa y no salgais que está aquí la guarriona, que la he sentío yo!.
Esa noche, según cuentan, los chavales no durmieron y las madres rezaron.
Y es que La Guarriona a veces no se limita a posarse. A veces habla. Luciano, otro paisano, la escuchó en La Valdi La Loba mientras regaba de noche con su hermano Domingo. Tan clara era la voz que “le respondiamos y todo, pensado que era mi madre llamándonos”. El susto llegó cuando de vuelta a casa su madre les aclaró que ella no les había llamado para nada. Desde entonces tienen claro que escucharon a La Guarriona.
En algunas alquerías del norte, los lugareños describían hace siglos al pájaro de la muerte como un ser provisto de grandes ojos y alas hermosas, con un pico afilado y torcido hacia abajo que solo se ve de noche, único momento en el que «el mensajero» se decide a volar hasta algún pueblo donde a las pocas horas habrá un difunto. Transmitidos de padres a hijos, aún perviven relatos en los que el pajarraco habló con voz cavernosa a través de los ventanucos donde luego tendría lugar la tragedia.
Sin embargo, en otros muchos pueblos al pájaro de la Muerte se le llama El Guarro, y tiene nombre y apellidos: Corvus corax, el cuervo, que aparece desde hace siglos como anunciador de óbito en las aldeas. Y es lógico, ya que el cuervo es un pájaro omnívoro y carroñero, que come la carne de animales muertos, lo que hizo que se relacionase con las creencias en ultratumba y con las divinidades del Más Allá. Además, la inteligencia de los córvidos entre las aves contribuyó a que fueran consideradas aves agoreras y capaces de predecir el futuro.
Además, los cuervos están estrechamente relacionados con los augurios en diversas mitologías, tanto en la clásica greco‐romana como en la céltica, idea que ha perdurado en las creencias populares de Extremadura.
Ya cuando éramos celtas hablábamos de los cuervos alrededor de las hogueras. Como señala Martín Almagro-Gorbea, las diosas de la guerra podían transformarse en cuervos o cornejas y solían presentarse a los guerreros para anunciarles la muerte o darles elaugurio antes de la batalla y, después, en forma de cuervo, devoraban sus cadáveres.
Más tarde, cuando fuimos romanos, recordábamos, recostados en nuestro triclinium, el mito de Coronis, la amante de Apolo cuyo nombre significa “Corneja”. Coronis se enamora de Ischos, y un cuervo se lo cuenta a Apolo, quien castiga al ave por divulgar mentiras, volviendo negros a todos los cuervos, que antes eran blancos. Sin embargo, al descubrir la verdad, Apolo mata a Coronis (ya sabemos cómo se las gastaban los dioses) e instituye que los cuervos sean considerados aves sagradas, otorgándoles la capacidad de anunciar las muertes importantes.
Y aún hoy se considera el vuelo prolongado de esta ave sobre una zona o casa concreta del pueblo, como anuncio de tragedia inmediata. Sobre todo, “cuando el guarro guarrea”, es decir, cuando sobrevuela una localidad o una casa en particular mientras emite su “canto” lúgubre: “¡güá, güá, güá!!!” (lo que nos recuerda mucho, por cierto, al famoso Duende del Ladrillar… ¿sería uno de estos pájaros de la muerte?).
De hecho, aún resuenan en nuestros pueblos retazos de sabiduría popular como esta que recuerda Justina Asensio Méndez, de Holguera:
“Cuando el guarro guarrea
carne barrunta;
cuando el milano silba
ya está difunta”.
El mismo adagio tiene en las tierras de Ahigal incluso estas aves fatídicas dan nombre a lugares, como el charco del Guarro, en el río Palomero. Cuando el guarro criaba en esas rocas las muertes se avecinaban por aquellos contornos. Un verano le tocó la mala suerte a Marino el Gareto; algunos años más tarde tuvieron la misma mala ventura tres ovejas de Santos… y afirma e el historiador José María Domínguez Moreno que “la verdad es que desde que el guarro no guarrea las aguas no se roban ni una vida por los meandros del Palomero”.
Y aún en otros pueblos cambian la letra levemente y lo hacen, más que anunciador, portador de la muerte:
Cuando el águila chilla
carne barrunta
Cuando el guarro guarrea
ya está difunta
Y es que pocas especies de aves han tenido tan mala fama como los córvidos en lo concerniente a los influjos mágicos que ejercían sobre personas y acontecimientos, hasta el punto de que, como portadores de desgracias, sólo los búhos y los mochuelos pueden compararse con ellos. Por eso en algunos pueblos el Pajaro de la Muerte es el mochuelo, la cáraba (el cárabo), la coruja, el autillo y hasta el buju (búho).
A Barroso en otro pueblo hurdano, le contaban cómo
Ehtu de la muerti cumu mejol se sabi eh con loh pájaruh. Cuandu pasi la lechuza de la ermita del Crihtu a la Iglesia, o se prepara muchu airi cierzu, o lluevi mucho o se lleva a argunu pol delantri.
Y por eso nos cuenta Domínguez que la lechuza “que s’embocha en la troji” anuncia la muerte del que escucha su canto desde la cama, y el mochuelo que “mía aposau en la cumbri” o alero del tejado predice el fatal desenlace de algún miembro de la casa.
Ya Barroso recogía este testimonio en Vegas de Coria:
“La mi Hipólita, que en pá jehté, ehtaba mu malita en la cama. Ehtaba ya la probi si se iba o no. Serían cumu lah doh de la nochi. En ehtu que comienzu a sintil dendi la calli:
-¡”Meru, ehta nochi te se mueri la mujé!”, y venga a repetí lo mehmu.
Mansomu pol una ventana y veu al pájaru de la muerti aposau en la baranda del barcón. Y aquella nochi me se murió la mi mujé. Bien me lo anunció el pájaru”.
Y áun queda otro misterioso pájaro anunciador de óbitos que vive entre las ruinas sobre las cuales, según afdirman en los pueblos, canta con frecuencia «la gallaraza», «la garandulla» o «la gorulla», una rapaz nocturna que también se la conoce con el nombre de «pájaru de la muerti». Y son muchos los que cuentan que el lúgubre canto de este ave es auténtica premonición de muerte.
Y si vas al molino,
busca bien la madrugada;
mira que al pie del molino
ya canta la gallaraza.
Y todavía afirman en otros pueblos que el pájaro de la muerte es ni más ni menos que el chotacabras.
Y es que, aunque el mensajero cambie de plumas, los efectos de su “canto” no cambian nunca: el ataúd y la pala.
Que los dioses nos libren de escucharlo antes de tiempo.
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