Las golondrinas han sido desde siempre las pregoneras de la primavera. Rehiletes azules de vuelos constantes y malabares aéreos que, en sus raudos y veloces revoloteos, dibujan imágenes cargadas de buen tiempo. Empatía exclusiva entre el clima y una singular ave.
En Extremadura siempre ha existido una cierta simpatía hacia la golondrina común. Protagonista de refranes, inspiradora de cuentos, poemas, e historias singulares. Como una que, a mí, me gusta mucho: la que narra cómo, antiguamente, los habitantes de los pueblos pensaban que las golondrinas pasaban el invierno escondidas en el barro.
Las gentes observaban que, con el inicio del otoño, las golondrinas comunes desaparecían. Y el imaginario de la cultura popular lanzó su peculiar tesis sobre este acontecimiento: “Las golondrinas, con los primeros fríos se esconden en el barro”.
Era lógico pensar esto si uno ve su pecho y frente de color rojizo arcilloso. Y, si a esto, le sumamos el material que dominaban perfectamente para construir sus nidos, pues era lógico imaginarlas ahí, en su particular baño de arcilla, acurrucaditas, a la espera del buen tiempo que les haría despertar de su letargo.
Es una interesante leyenda para una especie muy ligada a los entornos humanos. Y ya sabemos que la proximidad con el hombre confiere y otorga el protagonismo de muchas historias.
Desde siempre han sido las pregoneras de la primavera. Rehiletes azules de vuelos constantes y malabares aéreos; que en sus raudos y veloces revoloteos dibujan imágenes cargadas de buen tiempo. Empatía exclusiva entre el clima y un ave.
Este volador incansable lleva ya unas semanas en Extremadura, adelantándose a la fecha oficial del inicio del equinoccio de primavera. Se diría que la estación del buen tiempo llega tarde. Los cambios climáticos aceleran tácitamente los acontecimientos naturales. Y muchas veces no los percibimos si no es corroborando la presencia y mirando las acrobacias aéreas de las golondrinas.
Su periplo migratorio está lleno de “mares” , desde “los mares de arena” del desierto del Sáhara, pasando por el mar Mediterráneo, y llegando al “mar de encinas” que existe en Extremadura.
Con apenas una longitud de 18 centímetros es capaz de realizar un trayecto de más 3.000 kilómetros para pasar el invierno en el continente Africano y regresar a Europa. No me digan que no es toda una proeza.
Su fidelidad a los lugares de cría les anima a viajar a los mismos sitios donde nidificaron en años anteriores. Si los dos miembros de la pareja han sobrevivido, comenzarán con el galanteo y el consabido enamoramiento. Sus paradas nupciales se visten con libreas de color azulado oscuro, de canciones chirriantes, haciendo ostentación de saturadas gargantas y frentes rojizas, enmarcadas con un collar negro.
Pero su éxito, el de los machos, va a estar, sobre todo, en el tamaño de su cola: No se rían, es cierto. Los machos tienen las rectrices externas más largas, configurando esa cola ahorquillada.
Y en esta especie las hembras, sí: dan mucha importancia al tamaño, y al color pardo rojizo de los baberos de los machos. Cuanto más saturados los ocres del plumaje, más éxito. ¿Quién dijo que los machos no son coquetos?
Las golondrinas son muy rústicas, y en Extremadura este ave tiene su particular paraíso. Les gusta sobre todo las casas bajas, los establos, los balcones, y los lugares no más altos de cinco metros. En estos acogedores lugares construirán sus famosas “taza de barro”. Su nido ocre de arcilla, construido a base de moldeadas bolitas, se ubicará en una sola pared, pegadito al techo, como para evitar que nadie pueda molestar sus labores reproductivas, o simplemente por querer tener cierta intimidad.
Su lecho, el de esta cuna de barro, estará forrado con delicado plumón, y en él criarán avivadamente a su prole, atiborrándolos de insectos. Como curiosidad, decir que los datos indican que cada golondrina, durante esta época, caza dos y tres veces su peso en insectos para alimentar a sus pollos. Es bastante si pensamos que su peso está entre 15 y 20 gramos (echen cuentas).
Cuando comienzan a independizarse los pollos es espectacular ver a los progenitores cómo alimentan a sus retoños en el aire, haciendo alarde, una vez más, de sus habilidades voladoras. Ello no quita, si todo va bien, que hagan varias puestas más.
la golondrina dáurica, es muy similar y se confunde con cierta frecuencia con la común. Es más modesta en hábitos y costumbres. Llega unos días más tarde, -tal vez esta especie sea más seria y respeta los tiempos oficiales del inicio de la primavera-.
Pero existe otra especie de golondrina que también habita en Extremadura: la golondrina dáurica, que es muy similar y se confunde con cierta frecuencia con la común. Es más modesta en hábitos y costumbres. Llega unos días más tarde (tal vez esta especie sea más seria, y respete los tiempos oficiales del inicio de la primavera).
Como todas las golondrinas, las destrezas aérade las daúricas son inmejorables. E Identificarla en vuelo es de notable alto. Pero esta especie tiene unas pautas volanderas que son más pausadas, planea mucho más, y es fácil verla una y otra vez , descolgarse por “laderas de viento”.
Sus ropajes son también diferentes. Viste un delatador color crema en su obispillo (la parte inmediatamente superior a la cola). Su dorso y cola azul oscuro contrasta con el vientre, pecho y garganta uniformemente coloreadas de castaño rojizo. Otro alarde de buen gusto y del arte de la naturaleza.
Su comportamiento es más bohemio, es más solitaria y amiga de zonas naturales, más campestre, no tan urbanizadas. Aunque no descarta habitar en casas abandonadas, los túneles y puentes para colocar su peculiar nido que tiene forma de “botella de barro” o “pera”.
Se trata del típico nido de barro, cuya entrada es alargada, como si se tratara de un pequeño túnel. Y, que al igual que su “prima”, la golondrina común, construyen con mucha habilidad el macho y la hembra. Esta especie es más silenciosa, no es tan escandalosa como la otra. Su canto consiste en emitir un gorjeo corto, sutil y más dulce.
Podemos encontrar golondrinas por toda Extremadura, por la gran mayoría de los paisajes humanizados.
Mi imagen preferida es ver retahílas de estas aves sobre los cables, emulando notas sobre un peculiar pentagrama. O volando con quiebros imposibles entre las calles estrechas de nuestros pueblos. Siendo malabaristas del aire. Y obstinadas cantantes de amaneceres.