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Los paisajes del horizonte

 

 

 

Extensas planicies que tienen como límite el infinito. Paisajes abiertos con un claro estilo minimalista. Son, estas llanuras y seudoestepas, la esencia de la naturaleza. Es aquí donde habita la sencillez.Foto©Andrés Bernal

 

Al fondo una delgada linea del horizonte separa el  azul cielo de la áurea tierra.  Arriba las  nubes contrastan con lo añil, con movimientos constantes; aunque a veces dejan a los cielos huérfanos. Abajo sólo la grama seca, o los rastrojos, emergen enhiestos desde el suelo. No hay árboles, ni arbustos, no hay sinuosidades ni ondulaciones ostentosas, sólo existe el llano y el confín de un territorio con una identidad propia. Extensas planicies que tienen como límite el infinito. Paisajes abiertos con un claro estilo minimalista. Son, estas llanuras y seudoestepas, la esencia de la naturaleza. Es aquí donde habita la sencillez.

El viajero de la naturaleza, el observador de paisajes, centra todas sus miradas en el color, en la escala, en el espacio circundante y en una estoica biodiversidad. Una austeridad estilista que hemos configurado los hombres a través de muchos años. Nuestro empeño en sobrevivir nos llevó a moldear estos entornos para conseguir un mejor aprovechamiento agrícola y también ganadero. Los paisaje son culturales no lo olvidemos. Y, es por ello, que debemos de pagar un tributo a la naturaleza , en forma de ayuda medioambiental, para conservar estos frágiles ecosistemas.

Extremadura se atavía con estos paisajes en muchos lugares de su extenso territorio.Foto©Andrés Bernal

Extremadura se atavía con estos paisajes en muchos lugares de su extenso territorio. Lugares donde las tierras parecen dormidas en las estaciones de los extremos: verano e invierno. Pero de somnolientas nada de nada; sólo son pausas vegetativas que permiten estoicamente soportar los dramatismo climáticos. La vegetación, en su sabiduría infinita, saben ralentizar sus ciclos biológicos.

Los ralos cultivos del secano se esparcen por toda la campiña. Son los protagonistas de estos paisajes con suelos humildes. Pero con coberturas vegetales que nos ofrecen, desde el verde más provocativo en primavera hasta  pasar al color del sol en verano.

Sembrados de trigo, cebada, avena, centeno,…; que ahora en verano, musitan sobre labores realizadas con la periodicidad de siempre. Son cultivos con los tiempos muy bien definidos. Labores donde la lluvia se convierte en el  aguador accidental. Definiendo milimétricamente la frontera del agua: del éxito o del fracaso de la cosecha.

Antes, la liturgia de la siembra estaba llena de incertidumbres. Ahora intentamos asegurarnos la inversión, y algunos métodos, respetuosos con el medioambiente,  se olvidan. Como dejar una parte del terreno desnudo para el barbecho, alternándose así los lugares de siembra. Dejando que la naturaleza, por sí sola, enriquezca los suelos, para así no atiborrarlos de elementos nocivos.  Tiempo, eso es lo que naturaleza necesita para recuperarse, y lo que al hombre le falta para seguir subsistiendo.

Es aquí donde el clima mediterráneo se vuelve más árido, lo que propicia que la naturaleza dibuje bocetos de vida con un interesante valor ecológico. La biodiversidad es igual de importante, tanto por su singularidad como por su escasez.

Pero incluso, estos ecosistemas en verano, resultan igual de atractivos. Al amanecer o al atardecer , entre estas estepas ibéricas , el naturalista curioso se llena de fascinación.  El frescor de estos momento del día alivian sobremanera, el calor que inunda el resto del día en cada espacio de estos paisajes.

Los rastrojos del cereal ambientan con olores a paja el campo.  Las pacas se agrupan en formatos variados formando estructuras geométricas. El tiempo da una tregua,  y es la hora de las enormes  avutardas, que a falta de arbustos, parecen ellas emularlos. Haciendo ostentación con su presencia. Deambulando como gigantes en estos paisajes del horizonte.

Cuaderno de campo de avutardas y aguilucho en los Llanos de Cáceres. Dibujo©Andrés Bernal

La perspectiva te permite ver ocasionalmente los vuelos sonoros de sisones; con cuyo aleteo dinamizan la vida en la llanura. Cuando aterrizan desaparecen, su plumaje los convierte en invisibles, se disfrazan con el entorno como la mayoría de las aves esteparias. Son algunas de las virtudes de estas aves tan extraordinarias del llano.

Mientras las alondras se ponen a recitar su canto desde la atalaya que le brinda una piedra: sin duda todo un lujo de altitud.La calandria agita el paso por los linderos, y por las rodaduras de caminos.

Gangas y ortegas, agrupadas en bandos, se amparan en los ambientes más eriales de estos paisajes. Van en busca de esos oasis que son los abrevaderos cuyos niveles de agua ya besan el suelo de los mismos.

Pero reconozco mi debilidad por una rapaz que habita en estos lares. Es el aguilucho cenizo. Un ave de presa con vocación de planeador. Él, con sus vuelos, convierte los campos de cultivos en ondulantes olas del mar. Con sus planeos, el aguilucho,  sin apenas agitar sus alas sigue la caligrafía de la “ola” como si de un surfista del secano se tratase. Moviéndose con elegancia por el espacio aéreo de campos sembrados. Vuela raudo pegado a los cultivos. Una y otra vez planea por el cereal, hasta que un giro, modifica su rutina de vuelo y se deja caer sobre su presa.

Me quedo aquí en estos paisajes del horizonte, perdiéndome entre vuelos de aguiluchos, y entre los caminos nómadas, que atraviesan estos paisajes. Contemplando como este hato de ovejas, se ornamenta con oportunistas garcillas bueyeras. Aves buscando que el ganado les espanten su almuerzo con forma de insectos.

Contemplando como este hato de ovejas, se ornamenta con oportunistas garcillas bueyeras.Foto@Andrés Bernal

 

 

 

 

 

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