Hay un patrimonio que se escribe con mayúsculas y que el conjunto de la ciudadanía reconoce como propio, aunque no llegue a entender bien el por qué de tal valoración. Y hay otro patrimonio olvidado y menospreciado, que no figura en ningún catálogo de bienes dignos de conservación, ni disfruta de ningún beneficio ni atención por los expertos oficiales.
La definición del concepto “patrimonio” es más amplia de lo que muchos conocen y de lo que otros tantos están dispuestos a reconocer. Y así pasa lo que pasa: estamos perdiendo buena parte de los testimonios de otras formas de vida, usos y costumbres, arrollados por un progreso mal entendido y malbaratados por una obsolescencia obtusamente entendida.
He visto maquinaria de molinos destruida a martillazos por el simple motivo de ganar espacio libre para acoger otros usos más rentables o modernos. El propio río Jerte está lleno de malos ejemplos en la conservación de molinos, que en otros tiempos fueron tan importantes para la economía local y para la alimentación humana, y hoy yacen en ruinas, abandonados, sin darles valor alguno.
He visto derribar una larga lista de hermosos edificios de finales del siglo XIX y principios del XX: eclécticos, modernistas, racionalistas; algunos eran preciosos chalés (hotelitos como se decía entonces) como Villa Ramona, otros construcciones entre medianeras como la casa del Dr. Sayáns, algunos irrepetibles, como los pabellones de recreo de las márgenes del río Jerte. Todos sin protección alguna, fuera de catálogo, bienes desechables.
Veo en lamentable abandono todo el conjunto de bienes del patrimonio etnográfico que contiene el Monte de Valcorchero, y como el viejo camino de Castilla se deteriora cada vez más. Su reconocimiento oficial como Paisaje Natural Protegido, para bien poco ha valido hasta la fecha.
Veo tantas cosas de ese patrimonio menor, que deberían ser valoradas y conservadas y que además, en muchos casos, supondría un gasto mínimo, el esfuerzo de un pequeño gesto, un detalle de valorización de aquello que a ojos insensibles carece de representatividad y que, a la postre acaba dando un tono de calidad a las acciones o intervenciones. Y pongo un ejemplo: conservar las tapas de alcantarillado de los años 30 (siglo XX) con el escudo de Plasencia al renovar el pavimento de las calles principales del Casco Histórico.