Si hay en Plasencia una ruina envuelta en leyendas y misterios, es la del Palacio de El Berrocal. Aunque la historiografía local afirma que fue uno de los edificios más notables de la ciudad, realmente es muy poco lo que se sabe de él. Fue el palacio de recreo (o casa de campo) de Diego Esteban de Carvajal, una de las más poderosas familias nobiliarias de Extremadura. Por su cronología, segunda mitad del siglo XVI, podríamos considerarlo una villa renacentista, pero su tipología es muy diferente a la que vimos de Fabián de Monroy; también al resto de palacios de Plasencia.
En planos antiguos aparece cercado por una muralla, pero no aparecen indicios de jardines ni fuentes ornamentales. Las características físicas del lugar donde se ubica el edificio tampoco son las más idóneas para trazar jardines regulares, ya que se trata de un agreste roquedo granítico; de ahí su nombre de berrocal. Sin embargo, de la singularidad del enclave deriva en gran manera la singularidad del edificio que, se adaptaba a la topografía del terreno de modo simbiótico.
Las ruinas que hoy vemos apenas son las raíces del palacio: una gran bóveda de cañón sustentada entre la ladera rocosa y dos grandes contrafuertes; su correspondiente fragmento de fachada con una portada y dos ventanas; y restos de muros aquí y allí. En una segunda planta desaparecida, un elegante patio de columnas apoyaba a medias sobre esta bóveda y las rocas. El patio, de proporciones cuadradas, tendría dos de sus lados a modo de galería abierta al paisaje, mientras que a los otros lados se adosarían cuerpos del edificio. No parece que la puerta conservada fuese el acceso principal; tras ella se accede a una sala, denominada con toda propiedad “sala del agua”, donde brota un manantial de las mismísimas rocas, visibles tras dos arcos y un pretil de piedra, que hacen las veces de depósito o aljibe.
Su conservación ha sido posible gracias a un singular proceso de reutilización de sus espacios, rincones y resquicios para construir viviendas. Las pequeñas casas se fueron incrustando en el esqueleto pétreo de la ruina, del mismo modo que el palacio se había ceñido al roquedo, dando como resultado una macla arquitectónica llena de encanto, pero muy deteriorada.
Hace años, desde la Escuela Taller se intentó, sin éxito, un proyecto de restauración de fachadas y elementos originales. Hoy, la mermada comunidad vecinal, en otro tiempo numerosa y viva, hace lo que puede para mantener sus casas. Nunca tuvieron ayudas oficiales. Sin embargo esta curiosa amalgama de viviendas y ruina palaciega bien merecía un proyecto de recuperación que ofreciera viviendas de alquiler a precio razonable.