Para Kurt Hielscher (1881-1948) toda España es un gran museo al aire libre, que alberga tesoros culturales de los tiempos y pueblos más diversos: las paredes de las cuevas de Altamira ostenta el tan conocido toro, pintado hace miles de años por el hombre de la Edad del Hielo y en Barcelona se alzan las fantásticas y exóticas construcciones del arte neocatalán actual.
Celtas, íberos, romanos, cartagineses, moros y godos lucharon sobre el suelo español por su posesión y hegemonía. De ello hablan aún hoy las piedras; son cronistas, informan sobre luchas encarnizadas y sobre la cultura y las aspiraciones artísticas de tiempos pasados. Muchos vestigios se transformaron en polvo y ruinas. Lo que perduró en el tiempo sirve hoy de puente gigantesco para volver al pasado.
El destino me deparó una permanencia en España de más de cinco años. La guerra mundial me sorprendió allí en un viaje de estudios y me ví separado de mi patria. Aproveché esta estancia involuntaria para conocer con detalle el país hasta en sus más apartados rincones. Viajé de un lado para otro desde los ventisqueros de los Pirineos hasta la playa de Tarifa, desde el palmeral de Elche hasta las olvidadas Hurdes de Extremadura.
Mi cámara Zeiss Ikon fue siempre la inseparable y fiel compañera de mis viajes en solitario; recorrimos por España más de 45.000 Kms. Nos fijábamos atentamente en todo. Su valioso ojo de cristal, el objetivo de Zeiss, se unía a los míos propios como el observador más leal. Lo que mis ojos convertían en propiedad espiritual, lo fijaba para siempre en la foto el ojo de mi compañera de viaje. Volvimos a casa después de nuestras correrías con miles de fotos. De esta profusión ofrece mi libro una pequeña selección. La elección no fue sencilla pues hube de rechazar fotos para mí muy valiosas.