Charlton Heston no pudo haber buscado mejor tiempo para visitar Mérida. Eran los primeros días de abril de 1975, y la ciudad celebraba el Bimilenario de su fundación.
Esta historia, como tantas otras de guiris venidos a Extremadura me la ha proporcionado Jesús Gozalo, entonces un joven recepcionista del Parador Nacional de Turismo Vía de la Plata de Mérida y una de las pocas personas que por aquel entonces podían mantener allí una conversación en inglés fluido, por lo que fue requerido para acompañar a Heston, su esposa y una amiga sevillana a visitar pormenorizadamente los monumentos de la antigua capital de la Lusitania.
También visitaron la exposición que en ese momento tenía abierta con gran éxito el pintor Miguel Ángel Bedate, que regaló al actor alguna obra con referencia a ánforas y ungüentarios romanos.
Y es que la predilección de Charlton Heston por todo lo romano venía de bien atrás. Aunque especializado ya en cine histórico (Los Diez Mandamientos, 1956), fue en 1959 cuando rodó la mítica película Ben-Hur, que le llevaría a conseguir el Óscar por su caracterización del Príncipe Judá Ben-Hur, una historia con todos los ingredientes para triunfar: consiguió 11 estatuillas.
El estado ruinoso en el que se encontraba el Circo Máximo de Roma, obligó a reconstruir en “cartón piedra” los exteriores de lo que en el celuloide sería este recinto, y filmarse en los estudios de Cinecittá.
La jornada que Heston dedicó a la visita incluyó sobre todo una detenida estancia en los restos del Circo Romano de Mérida ya que, para él, las escenas que hicieron referencia a la carrera de cuadrigas en la película quedaron como el cénit de su carrera cinematográfica.
Como puede verse en el vídeo que acompañamos hoy, el actor no quiso ser doblado y aprendió a conducir las cuadrigas.
En Mérida fue informado de la vida de los aurigas y pudo contemplar además de los restos del circo, la incomparable iconografía que hace referencia a la cuadriga de Marcianvs, un verdadero ídolo en su época y su caballo Inlvminator.
Podría pensarse por parte de alguien no iniciado en el mundo romano, y a la luz de la importancia monumental del Teatro, que éste era el mayor espectáculo de masas de la época. Nada más incierto. El verdadero espectáculo popular que desataba las pasiones del público era las carreras de caballos y de carros que conducían los ases de la velocidad de la época.
Los aurigas y sus equipos desarrollaban el papel que ahora podría adjudicarse al fútbol, participando estos por equipos y escuderías, diferenciándose entre ellos por el color de sus vestimentas para tomar parte en ligas y campeonatos.