En la entrada anterior revisábamos los secretos de Pascualete, finca propiedad de la familia Romanones, en las cercanías de Trujillo, donde ha transcurrido parte de la fascinante vida de Maria Aline Griffith, sobre la que hoy después de repasar su último libro, El fin de una era, publicado por la Editorial Ediciones B podemos seguir indagando. Late en varios de sus capítulos un desbordante amor a todo lo que significa Extremadura y lo extremeño. Sus tierras y sus gentes. Un ejemplo de alguien que figura en las listas Vip de Europa y EEUU.
Maria Aline Griffith Dexter, Condesa de Romanones, nació en Pearl River, Nueva York, el 22 de mayo de 1923. Licenciada en Literatura, Historia y Periodismo por la Universidad Mount Saint Vincent de Nueva York, fue reclutada por el O.S.S., el primer servicio de inteligencia de EEUU. En España conoció al Conde de Romanones, con quien se casó, y llegó a considerársela una de las más elegantes damas de la alta sociedad de Madrid.
En EEUU fue conferenciante durante doce años y siguió trabajando como agente secreto hasta 1986. Sus libros se han publicado en 15 países, y La espía vestida de rojo fue best seller en EEUU. El fin de una era es su sexto libro.
Cuando llegué a Madrid, las tropas de Hitler todavía amenazaban con entrar en España por la frontera norte para cruzar el país hasta capturar Gibraltar y controlar así el Mediterráneo. Los europeos que escapaban de la amenaza nazi llegaban en tropel a Madrid y, lo que era más importante para mí, había muchísimos agentes secretos enemigos operando en el interior de la intrincada vida social de la ciudad. Por lo tanto, mi destino resultó ser el mayor centro de espionaje internacional del mundo durante toda la Segunda Guerra Mundial, y supuso mi introducción en la selecta y distinguida alta sociedad del siglo XX. Aunque nunca perdí el amor por mi país de origen, con el tiempo me volví tan apasionadamente española como si hubiese nacido allí. Sin duda se debió en gran parte a mi marido español, pero también a la gente y a la belleza de España. Como todavía era muy joven cuando me casé, tuve la ventaja de madurar en el seno de una familia famosa, a través de la cual conocí a las personalidades destacadas de la época. Estas dos lealtades, España y los Estados Unidos, siempre han formado parte de mi actitud.
En España, es tradicional recibir visitas de amigos durante semanas después de una muerte y rezar el rosario en la iglesia cada tarde a las ocho durante dos semanas con la ayuda de familiares y amigos. Fui incapaz de seguir aquella costumbre durante todo ese tiempo, o de hablar con la gente. Estaba destrozada y desconsolada, así que me fui a Pascualete, sola. Pero incluso allí me sentía perdida. La casa parecía haber perdido toda su calidez. Le echaba todavía más de menos. Era incapaz de montar a mi caballo favorito. Hacía frío, lo único que podía hacer era sentarme delante del fuego y pensar en él, corazón y espíritu de mi vida. No me interesaba nada. Ni siquiera mis hijos me podían ayudar a adaptarme a aquel terrible vacío. Había sido mi amor, mi amigo, mi profesor. Gracias a él me había vuelto tan española como si hubiese nacido allí. Me había abierto mundos nuevos, incluso el mundo del arte, de las antigüedades y de los cuadros, aunque nunca fui capaz de asimilar correctamente aquella parte de su existencia. Él era un artista, yo no. Luis era el hombre más admirable que yo había conocido.
Me sumí en una tristeza infinita, era como una enfermedad. En Pascualete no mejoré durante muchos días, y sin embargo me quedé allí sola durante un mes. Llegó Año Nuevo. Era 1988, no sólo me faltaba Luis, casi todas las personas que había conocido en Pascualete también se habían ido. Primitivo y María habían muerto hacía algunos años, Pillete mucho antes que ellos, María Luisa estaba muy enferma. Felisa también. Pero finalmente fue en Pascualete donde encontré algo de paz, y gradualmente fui volviendo a mi vida normal.
Me di cuenta de que los cambios de los que se habían quejado diez años atrás aquellas viejas damas mientras tomaban el té no habían acabado. La Guerra Civil había marcado tan sólo el principio de los cambios, los años de franquismo habían impulsado innovaciones más radicales. Las masas de turistas habían traído consigo nuevas maneras de vestir y códigos morales diferentes. No sólo la vida en las ciudades había perdido gran parte del atractivo del que yo disfruté al llegar, si no que también me parecía que mucha de la belleza que yo conocí había desaparecido. En Pascualete ya no había burros, sólo los que yo conservaba para que los montaran mis nietos y porque a mí me gustaba mirarlos. Los bueyes ya no araban los campos y los pintorescos chozos de paja, que habían sido durante siglos los hogares de los pastores ya eran historia. Las cosechadoras modernas y los tractores habían reducido el número de personas con las que podía hablar cuando montaba a caballo por la propiedad. Pero, por fortuna, en Cáceres se estaban construyendo fábricas por todos lados, lo cual había traído prosperidad a los habitantes de Santa Marta, muchos ya tenían grandes automóviles relucientes. En Cáceres también habían hecho una gran universidad y en todos los pueblos había buenos colegios.
Resultaba difícil encontrar pastores, la gente ya no quería vivir en el campo, aunque nuestros pastores tenían electricidad y televisión en las casas nuevas que les habíamos construido. Preferían vivir en las grandes ciudades, pensaban que allí la vida era más excitante y rentable. Habían mejorado muchas cosas. Pero me alegraba haber conocido España cuando todavía era muy española, parecida a como era el mundo siglos atrás. Había sido testigo de la transformación de un país de costumbres centenarias en un país moderno y mecanizado en espacio de pocos años. Era como un milagro. Trujillo ya tiene doce mil habitantes. Madrid es tan moderna como cualquier otra capital europea, con grandes atascos y una actividad frenética, con una población de más de cinco millones de personas en vez de los novecientos mil que había cuando yo llegué.
Pero a pesar de que muchos de los que habían formado parte de mi vida en Pascualete hayan muerto, algo de cada uno de ellos permanece en el viejo palacio y en los campos que lo rodean. Es como si María, que bordaba las coronas y los emblemas en mis sábanas, siguiese allí, y por la noche, cuando me voy a la cama, sigo oyendo los fantasmas moviéndose por encima de mi cabeza. Primitivo, que enseñó a Juan a enganchar las mulas al carro. No está nunca muy lejos cuando salimos a pasear a caballo. En la actualidad la nieta de Pillete dirige un restaurante en Trujillo y cruza la plaza corriendo para saludarme, los sonrientes rostros de Santa Marta no son muy distintos a los de sus abuelos.
Los años y trece nietos me ayudan a afrontar un mundo a años luz del que conocí con Luis, a veces me parece que ha pasado más de un siglo. Y, sin embargo, si miro bajo la superficie, España y sus gentes siguen siendo los que más admiro y quiero. Para mí, representan el valor y la pasión de aquellos antepasados suyos que conquistaron y descubrieron un nuevo mundo hace siglos. Han conservado las cautivadoras cualidades de aquellos españoles que protagonizaron su gloriosa historia. Y cuando veo una perdiz saliendo de un macizo de arbustos, veo a Luis con la escopeta al hombro, como si fuese un espejismo, y me doy cuenta de que los años y la belleza que conocí no se han borrado del todo. Entonces vuelvo a sentir la magia de España.