Más en el sur de Extremadura, en los pueblos de Bodonal, Segura de León, Fregenal, Barcarrota, o Jerez, pero en toda la geografía extremeña, podemos encontrar multitud de casas, particularmente construidas en los años 20 y 30 del pasado siglo, pero con prolongación hasta la mitad de la centuria, que incorporan quizás sin saberlo, en sus cancelas, puertas, pasillos, lucernarios, lucetas, óculos o miradores, y elementos decorativos cuya gestación e invento vienen directamente de la casas coloniales.
Todo el Caribe posee una arquitectura y unos motivos decorativos que enlazaron con posterioridad con el art-decó y constituyen su seña de identidad. Lo colonial generó moda, y quedan en pie numerosos testigos de este ciclo.
Fue el caso de las vidrieras que, aunque provenientes desde el siglo XII en centro Europa, alcanzan en el Caribe a mediados del XIX un uso doméstico embutidas en madera, como diferencial también al uso en plomo que en catedrales e iglesias se les había proporcionado. Las así construidas se denominan hechas con la técnica del embellotado.
Los colores en las vidrieras se usaron con sentido simbólico-semiótico representativos de signos codificados para la época y para la idea. De esta manera fueron reflejados los cuatro elementos: Tierra, Fuego, Agua y Aire se representaron en los días iniciales del vidrio cromático, por medio de los colores verde, rojo, azul y blanco, los que sirvieron, además, para identificarse con las cuatro estaciones del año.
Entendemos, acaso, que eran una forma del brise-soleil, neutralizador de reverberaciones, como lo fueron también, durante tanto tiempo, los medios puntos de polícroma cristalería criolla que volvemos a encontrar, como constantes plásticas definidoras, en la pintura de Amelia Pelaez o René Portocarrero.
Debemos recordar lo que explicaba Alejo Carpentier en su obra “La ciudad de las columnas” (Editorial Letras cubanas, La Habana, 2004).
“El medio punto cubano-enorme abanico de cristales abierto sobre la puerta interior, el patio, el vestíbulo, de casas acostilladas de persianas…
Para entablar un diálogo con el sol hay que brindarle los espejuelos adecuados. Espejuelos que sirvan al sol para ser más clemente con los hombres. De ahí que el medio punto cubano haya sido el intérprete entre el Sol y el Hombre.
Si el sol estaba presente, tan presente que a las diez de la mañana su realidad se hacía harto deslumbrante para las mujeres de la casa, había que modificar, atenuar, repartir sus funciones, había, que instalar, en la casa, un enorme abanico de cristales que quebrara los impulsos fulgentes, pasando lo demasiado amarillo, lo demasiado áureo, del incendio sideral, a un azul profundo, un verde de agua, un anaranjado clemente, un rojo de granadina, un blanco opalescente, que diese sosiego al ser acosado por tanto sol y resol de Sol.
Crecieron las mamparas cubanas.
Se abrieron, en su remate, los abanicos de cristales y supo el Sol, que para entrar en las viejas mansiones –nuevas entonces- había que empezar por tratar con la aduana de los medios puntos.
Porque la mampara, puerta trunca a la altura del hombre, fue la verdadera puerta interior de la casa criolla, durante centenares de años, creando un concepto peculiar de las relaciones familiares y en general de la vida en común.
La mampara clásica de la clase media cubana era todavía, en días de nuestra adolescencia, una puerta superpuesta en cuanto a la colocación de los goznes a la puerta real que nunca se cerraba o abría sino en casos de enfermedad o muerte del morador de una estancia, o cuando soplaban “los nortes” del invierno.
Su parte inferior que, en las casas de viviendas no así en las oficinas era de madera, se adornaba en la parte superior, por lo general, de dos piezas de cristal opaco a menudo de diseño ojival, cuyos dos cuerpos eran cerrados por una borla de madera semejante a una granada. Las calcomanías decorativas, según fuese el gusto del morador, representaban manojos de flores, pequeños paisajes o escenas humorísticas de tipo callejero el requiebro a la mulata, el marinero de juerga, el asno empecinado cuando no conjugaban el tema geométrico (greca, astrágalos, arabescos…) comprados al metro en alguna locería bien surtida”.
También, además de las vidrieras, podemos ver como alguna construcción que nos es bien conocida tiene una clara inspiración colonial. Por ejemplo, el Gran Teatro de Cáceres, que fue inaugurado en 1926.