El Acueducto de San Lázaro, declarado monumento en 1912, desveló ayer uno de los secretos que guardaba desde hace más de cuatro siglos: la presencia en su interior de tres tuberías, una de plomo y otras dos de cerámica.
El descubrimiento, realizado de forma casual, se produjo durante la difícil operación de apertura de una puerta peatonal en uno de los tramos del Acueducto para facilitar la comunicación entre las barriadas de Santa Catalina y San Lázaro.
El Consorcio de la Ciudad Monumental de Mérida estaba muy pendiente de estos trabajos, ya que era la primera vez que se utilizaban medios técnicos tan avanzados en un monumento extremeño, similar a los aplicados en el Acueducto de Segovia y en la Catedral vieja de Vitoria.
De hecho, antes incluso de sospechar la sorpresa que se iban a encontrar durante los trabajos, el Consorcio ya planeaba publicar el desarrollo de estos trabajos, realizados con la más alta tecnología al servicio de la arqueología, en la revista especializada ‘Ciudad y Patrimonio’.