No sé como sería la llegada Gonzalo Jiménez de Quesada a su llegada adonde hoy es Bogotá. Un licenciado de leyes que murió pidiendo a sus reyes católicos que le avalaran lo conseguido en aquel mundo nuevo, y lleno de aborígenes que se rindieron ante la vista de estos recién llegados que traían cruces y oraban a su dios, mientras con sus armas de fuego subyugaban a más de uno de estos primitivos que nunca se habían visto en un espejo, tal y como se veían en las aguas cristalinas de sus riachuelos cuando rendían sus tributos a Bachué, un dios que se parecía a imagen y semejanza del Dios que estos conquistadores veneraban. Y todos los esperaban, tal vez asombrados por el fuego que lanzaban, por sus armaduras que los protegían de los indios que en todo su recorrido por el río de la Magdalena trataron de evitar que éste y su séquito hombres llegaran hasta esta sabana inmensa que transformó toda su visión, como si estuvieran en un paraiso adonde las montañas de los cerros orientales hacían que el día fuera grisoso, los rayos y centellas que producían aquellas borrascas de manera permanente, en un frío acogedor que nos recuerda la vieja historia de los vikingos en el polo norte en medio de esa bruma; y que fueron a pesar de todo bien recibidos cuando éstos estaban tras la busqueda del dorado, ya que la ambición del oro los había llevado hacia ahí, en confluencia con otros dos conquistadores entre los cuales un alemán venturoso quiso anteponérsele a Jiménez de Quesada. Y moriría en su pleito con la corona española entre el frío de aquellas montañas y el calor de Mariquita, la tierra que lo consoló para paliar sus desventuras, en la que un historiador como Germán Arciniegas nos lo recrearía, mientras otro conquistador de sueños en sus historias nos contaría “La leyenda del Quijote de la Mancha”, y sus desventuras como humano al conocer las historias reales de este otro conquistador español que tanta fama ha hecho en el mundo occidental.
Supongo que los rayos fueron permanentes durante todos estos siglos adonde ahora Bogotá con su pleyade de historias dan fé cierta de lo que son sus inviernos, una tierra que por sus características la hacen pródiga para atraer el magnetismo eléctrico entre esos iones en el aire que la circunda, y que nuestros campesinos durante siglos nos quisieron hacer creer que estos rayos caían como piedras desde el firmamento, pues al estar ubicada en un altiplano surcado por los cerros orientales de sur a norte, hacen que toda esta zona tenga su clima particular, y hacen que en el Sumapaz se produsca la mayor cantidad de agua dulce que fluye de sus montañas y de los nevados que hacen que para todo forastero ésto sea algo increíble, si seguramente éste vive en otras partes del mundo adonde tiene las tres estaciones, mientras nosotros aquí gozamos de todas ellas al estar ubicados en la zona ecuatorial, donde las cimas de las cordilleras hacen que tengamos todos los climas desde los más fríos hasta los más calurosos, que hacen de nuestro país uno de los mejores vivideros del globo terráqueo. Y éso, sin contar con el Amazonas que ha sido declarado como una de las nuevas siete maravillas del mundo.
Bogotá con su peculiar clima, nos recuerda que solo allí podemos disfrutar de un clima frío, unas lluvias trepidantes, que a veces se nos antoja que los dioses además de haberla ubicado tan alto, la han favorecido a diferencias de otras muchas capitales del mundo que siempre están sobre las costas de los oceános.
Colombia, a cambio tiene dos mares, y esta situado en una de las mejores posiciones geográficas del mundo que nuestros dirigentes han menospreciado, y además la ciudad capital goza del privilegio de tener toda una historia y un clima particular.
Así como en el río Bogotá no existe ningún rastro de vida, la prosperidad y la modernidad nos cocnsuelan con este desequilibrio provocado por el mismo hombre. Las grandes alturas de las cordilleras y la propia meseta le dan a este clima tan especial que en otrora fue de una frío que calaba los huesos, adonde la lluvia y las tormentas seguidas de los rayos y los truenos, eran casi a diario; y cuando salíamos en horas de las mañanas no podíamos ver a más de unos cuantos metros, porque la neblina era permanente.
La gigantesca urbe que hoy es, ha hecho que su clima haya cambiado, y tan solo en las noches uno tiene que abrigarse en remenbranza a las que tuvieron que sufrir los conquistadores que como su descubridor, al encontrarse con los primítivos aborígenes que Cristobal Colón llamó indios, que estaban en esa cruenta guerra entre el Zipa y Zaque por su disputa por el poder, adonde uno de sus dioses nos recuerdan a algún dios blanco(Bachué) que era como lo avisoraban nuestros primitivos pobladores, y quiso quedarse allí con los pocos hombres que llegó después de muchas penurias, muy cerca de donde hoy está la Catedral, la Plaza de Bolivar, los monumentos que hoy la rodean incluyendo a sus iglesias, y el barrio de la Candelaria en pleno centro de esta ciudad, que con otros a pesar del frío del altiplano y de la cordillera, de sus viejos inviernos que han perdurado durante todos los siglos del mundo, y que ahora con el cambio climatico, a pesar de sus transformaciones, seguira siendo uno de los inviernos muy diferentes a los que en otras ciudades y otros países se puedan dar.
Los invierno bogotanos, son diferentes a otros en una ciudad rodeada de siglos de historias, y que todavía son desconocidas para nosotros.