Nuestra imaginería es común. Sí como antiguamente en la edad media todos los caminos llevaban a Roma, también todos iban a Santiago de Compostela; y como tradiciones religiosas donde los milagros y las sanaciones abundan, aquí en Colombia también se suceden por obra y gracia de la misma fe católica y nuestra cultura hispánica que son un legado común. Y ésto, motivado por una charla sucedida ayer en una cafetería en Ibagué, en uno de esos encuentros de dos personajes que se diferencian en edades, pero que sus crencias los hacen tan comunes, seguramente a las de los españoles en esas tierras lejanas de la Extremadura de donde este blog se expande en el internet.
-¿Y de qué vive?
Le pregunta un señor muy mayor, a otro que no es más que un mozalbete, que lo acaba de llamar para invitarlo a tomar un perico(un pocillo de cafe con leche), en una cafetería que queda muy cerca de la gobernación del Tolima.
-De yerbas, le responde.
El joven apenas deja vislumbrar su confianza en sí mismo, al contestar; y que hace que yo lo mire de reojo al escucharlo, pues en medio de esos aguaceros que se suceden a diario en estos días en esta ciudad musical, puedo ver que no tiene complejos para decirlo, porque su apariencia en su mirada así lo refleja. Era una de esas charlas que uno suele escuchar en las cafeterías, las cuales ya se me habían olvidado porque debo de decir que ya casi no entro a ellas, porque otros sitios que no son acordes con esas costumbres de comer pan, tomarse un café, o porque como todo autista que respete su criterio y su confianza, no es la de sentarse a dejar que pase la vida entre estos espacios en los que el común de los ciudadanos se encuentran para una cita que de antemano se han hecho, o porque van allí a un refrigerio mientras descansan de sus trabajos. O simplemente porque van a comprar el pan para llevarlos a sus casas.
-Me va bien,siguió diciendo. Trabajo con los espiritus.
Es muy probable que cuando pase por la iglesia de la catedral, algún día lo vuelva a ver rezando, ya que los espiritistas que he conocido, e incluso los que practican la magia negra o blanca, que son tan comunes en estas tierras, también lo hacen. Son esas costumbres tan arcaicas y tan comunes entre los nuestros, que a mí no me preocupan. Es seguramente su oficio. Lo pude ver cómo miraba a a su contertulio cuando le preguntó:
-¿Y por qué tiembla tanto?
Sí. Le temblaba su brazo. Aunque no supe lo que le contestó, sufría(o sufre) de ese mal que afecta a las personas mayores, que no los deja tranquilos y que yo viví también. Eran unos espasmos que me hacían doblar el cuerpo sin poder controlar los movimientos reiterados de todo mi cuerpo, recién que fui operado de la columna vertebral por un accidente provocado por unos mendaces que casi me matan cuando me enloquecieron en esas calles que yo llamo del infierno, por que los que viven en ellas parecen salidos de los mismísimos infiernos, iguales a los que no describe el Dante en “La Divina Comedia”, o a donde bien podrían estar Federico Fellini o Passolini como convidados de esos mundos fantasmagóricos escribiendo y contándonos sus mundos alucinantes.
Debo de decir, que si los pudiera denunciar, muy probablemente ya estarían condenados por los delitos de lesa humanidad, porque son materialmente los autores sicológicos de lo que me ha acontecido, y así yo tendría que pasar el resto de mi vida tratando de hacer la carga de la prueba en lo penal para demostrar que lo que hicieron fue delincuencia pura y real, y que sus secuelas ahora me la recuerdan otros que han querido participar del festín que ellos comenzaron.
Aunque se levantaron muy rápido de la mesa vecina, el muchacho siguió arguyendo sobre lo bien que le iba en la vida.
-Me gusta la independencia. Y uno gana más. Con solo mirar a mis clientes, yo ya sé quiénes son. Los analizo…
Aunque no pude oír la continuación de esta charla, supuse que el muchacho estaba en lo cierto. Seguramente le ofrecería una cura milagrosa a aquel anciano. Yo casi que caigo en otra situación parecida, cuando mis nervios me impedían saber, dilucidar, organizar mis ideas, pues había sucumbido ante el improperio de los malos, que resultaron no ser otros que unos astutos imaginarios, que conocen de calles, saben lo que poseen sus víctimas, dilucidan sobre la honra de las personas, y además como buenos y astutos sicológos pueden trastocar sus sueños; drogarlos en el momento oportuno con un soporifero para robarlos, hacerlos caer en alguna tentación de la que son astutos para hipnotizar a cualquier ciudadano de bien que caiga en sus redes, dejarlos extenuantes e idos del mundo tal y como me pasó a mí, y como buenos conocedores de toda esas mangualas de comediantes adonde las prostitutas, los ladrones y homosexuales hacen las veces de los caifases, que son capaces de transgredir las leyes hasta llevarlo a uno mismo a los mismísimos infiernos. No sin advertir que en una sociedad como la nuestra, con esa imaginería canibalesca donde los informantes se ganan el pan de cada día haciendo sus oficios malabarescos para quedar bien con los malos y los buenos, y hacen lo que sea con tal de sacudir con miedo y amenazas a los que llegan a estos mundos atávicos con tal que los dejen trabajar, porque lo hacen hasta gratis. cuidanderos de carros, vendedorescallejeros, dueños de negocios de diferente índole, que creen estar cumpliendo con lo que la moral y las buenas costumbres, y porque estan amparados por la ley, creen en su sabiduría de que lo que se les ordena, esta bien hecho. Y he ahí, que allí salen los delincuentes a lucirse que lo pueden matar en medio de una provocación.
Si uno se salva… Usan el rumor, las envidias , los rencores, y azuzan a más de uno para impedir que uno regrese de donde lo sacaron sicológimante por la enajenación mental a que lo han sometido los bribones que en nada se diferencian de los delincuentes.
A mi me salió uno parecido en esos días en que estaba recién salido de un hospital, con varillas en la columna, y de la cual me había escapado porque no tuve más remedio, porque sino… Seguramente estaría arrojando babaza o muerto en esos hospitales que el estado utiliza para llevar a los dementes. Como un buen presdigitador mientras yo me quejaba de mis dolores en la columna vertebral, y de una tembladera implacable en todo el cuerpo, éste llegó un buen día a mi casa en el barrio San Antonio en Bogotá, dispuesto a hacerme desaparecer las varillas que me colocaron los cirujanos en la columna vertebral, pletórico de sus rezos que como buenos sedantes me llevaron a esos mundos oníricos en donde yo rezaba y pedía al dios misericordioso me librara de las varillas que me acongojaban. Vale decir que mi estado mental le permitió meterse en el mío y hacerme creer que en verdad aquellas varillas se derretirían. La droga que me administraron los médicos permitieron que éste casi se convirtiera en el amo de sus aparentes buenas intenciones, iguales a las de los creyentes que van a Santiago de Compostela, y que en Colombia los fieles lo hacen yendo al Cerro de Monserrate. O lo que hacen los seguidores de Mahoma, que en su vida por lo menos una sola vez deben visitar La Meca.
A uno le queda esa sensación de injusticia en unos personajes que uno cree son de bien, pero en los estados mentales a los que me llevaron durante años de años, y que solo comencé a comprender después que intentaron bravíamente varias veces impedir que recuperara el control de mis facultades mentales, y que solo se comparan a los que cometen las dictaduras contra los opositores, y temina casi que con rencor el solo saber que son diestros en estas sutiles artes de enloquecer y de amedrentar.
Después de más de cincuenta años de vivir toda una serie de improperios, uno termina creyendo que ha sido un secuestrado por aquellos mismos que protegen nuestras libertades, y que los que instigan semejantes situaciones se les vé tan pundorosos y de buenas maneras, que lo que hacen son un milagro para lograr que todos mantengamos tan complacidos con sus enseñanzas, mucho más cuando el que escribe estas lineas ni siquiera le pasa un remordimiento por la cabeza, sin dejar de asombrarse de los atropellos a los que puede ser sometido un ciudadano del común.
Los milagreros existen en todas partes del mundo. Yo tuve que acudir a la venta de libros en los buses y en las calles como único recurso para sostenerme en pie y no dejarme enloquecer mientras toda una jauría amenazante lució sus mejores armas ramplonescas que no lograron impedir que en el transcurso de estos últimos años yo fuera regresando a este mundo del cual nos maravillamos porque podemos respirar y vivir hasta el miedo de lo que son capaces estos monstruos que encarnan estos personajes que son capaces de robarse hasta un estornudo en pleno aire. Este es otro milagro de la capacidad de nuestra mente, que aunque hayamos sido convertidos por cuenta de estos supuestos hombres de bien en los peores enemigos sociales, podamos a pesar de nuestras angustias sostenernos, sino físicamente, por lo menos sicológicamente cuerdos. Un milagro también de la capacidad de nuestro cerebro a pesar del miedo a que otros lo puedan someter mediante la amenaza sibilina, que solo nos hace ser conscientes de ha lo que puede llegar a ser el ser humano cuando de por medio hay alguna intriga en donde el dinero y los bienes son los motivadores, y actúan como verdaderos delincuentes.
Unos pocos años después de haber perdido mis facultades mentales, el autor seguiría viviendo otras pesadillas, pues parece que ahora no saben qué hacer para que se sepan estas historias, porque en realidad más que ellas, son delitos donde han participado más de uno de manera organizada en esas calles y en esos vecindarios adonde seguramente muchos elucubran sus complots.
Los milagros en este país, en nuestro continente son a diario. Es un milagro poder estar vivos, y poder ahora mediante el internet, estar contando estas historias que a muchos no les gustan porque les duele la verdad.
Verdades amargas, y siniestras.