Decía que a un familiar paisa cuando yo estaba joven lo había visto todo ido de si mismo. Me parecía extraño verlo así. Estaba trabajando con mi papá en una cacharrería en San Victorino en Bogotá, mientras vivía con una hermana suya en el barrio Trinidad. Usaba bigote y era muy divertido charlar con él debido a que su amenidad nos llevaba en esas tertulias de familia pasar un rato agradable, jugando a las cartas o al dominó, que muchas veces amanecíamos apostando. Sin embargo algo pasó en su forma de ser. Era como si hubiera tenido algún contratiempo que nunca se lo dijo a nadie, pero se notaba que había cambiado para siempre.
Según la tía se había enloquecido. Yo no lo creía porque no podía entender cómo una persona en poco tiempo hubiera cambiado. Se aducía en aquella época que alguna mujer le pudiera haber dado algún bebedizo que lo hubiera puesto de esa manera. Según afirmaban todos los que lo conocían que con los cambios de luna se transformaba porque se afeitaba y se quitaba el bigote, y entonces se veía todo lampiño que casi era irreconocible porque se veía más joven. Hacía parte de una familia a quienes todos llamábamos “pajaritos”. Era uno de ellos. En esas juergas de juventud se sabía que tenia una hija y que vendía tantos cachivaches que siempre a la vuelta de algún tiempo se podía conseguir un carro o cualquier otra cosa sin que se le conociera un vicio. Pero en esos días de sus locuras se transformaba y el cual más decía que era debido a esos cambios de luna que lo afectaban.
Y aunque después me devolví a Ibagué a trabajar unos pocos años en el magisterio siempre me persiguió esa incógnita de por qué se enloquecía. Me parecía extraño. Unos familiares paisas argüían que además de los cambios de luna también fumaba marihuana. No sé de dónde había salido este cuento, pero de todas formas me parecía anormal. Algún tiempo después regresé y trabajé otro tiempo con el cucho (mi papá) donde conseguí el valor de la matricula para entrar a la universidad a estudiar derecho. Sus problemas personales seguramente lo habían vuelto a desestabilizar. Ni siquiera yo presumía que iría a escuchar voces algunos años después, y que mientras tato en una extraña seguidilla de aquellos imaginarios mal habidos de ley usaran a cuanto gamín o gentes de calles para amenazarme, y que mucho menos vecinos de las peores raleas que ha dado este país me amenazaran en la misma casa, mientras gendarmes que aparentando ser de los mejores me arrojaron a otros a burlarse en las calles, y hacerme una vida tan imposible que por último terminé abandonando aquella casa que he dicho que se parece también a la ha vivido mi posible hermano gemelo, y que lo está contando en “Crónicas Gendarmes“.
Por esos años terminé perdiendo mi estabilidad económica, y sin embargo cada rato me lo encontraba. Según decía la tía hermana de mi papá en alguna ocasión se apareció desnudo una noche en la casa de ella donde mi papá tenía una casa en el barrio Trinidad, y además se había vuelto ta violento que terminaron llevándolo a donde un médico que de por vida le formuló drogas para que la familia lo pudiera controlar. Es decir que quedó dependiendo de otros y de su medicina de por vida, aduciendo que la esquizofrenia se llevaba en la sangre y que era para siempre, cosa que lo dudo porque conmigo mediante esas mismas medicinas pretendieron dejarme de por vida todo ido de mi mismo . Nunca lo volví a ver. Y yo presumo que anduviera como me pasó a mí muchos años después, todo distraído sin pensar en nada con una pesadez en los ojos que duré mucho mucho tiempo obnubilado con el convencimiento que si no tomaba esa medicina me iría a enloquecer porque seguiría escuchando voces, medicinas que me hicieron vivir un letargo mental donde yo no sabía de qué mundo era, porque permanecía siempre enclaustrado en la cama en una pieza adonde siempre viví en “La Casa Embrujada”, adonde el vecino que le había vendido la casa a mi otra tía con la que viví gran parte de mi vida, a donde éste dejaba su ropa lavada colgando sobre el techo, tanto que uno uno podía dormir porque era un acoso brutal que cuando como lo cuenta “El Embrujado” las gotas de agua se convertían en una especie de tortura china, mientras en la vida real me pasaron cosas peores. En una ocasión en la entrada de la mima casa unos personajes que decían que eran de la defensa civil me sacaron y me pasearon en un carro antiguo por parte del centro en Bogotá, mientras me preguntaban que qué hacía yo, a sabiendas que trabajaba como profesor en el Distrito. Entendí después que se trataba de todo un trabajo sicológico adonde quisieron recordarme que con un amigo me habían detenido en los calabozos del D.A.S. justo al frente del colegio Julio Cesar García de la Gran Colombia adonde terminé el bachillerato, y que años antes en un encuentro de estudiantes que hubo en Medellín con otro amigo en una redada que hubo en la carretera antes de llegar a Medallo, servidores de la misma institución que digo, a los únicos que nos quitaron los papeles de identificación fueron a (Rurico), un amigo del colegio San Simón, con el cuento de que cuando saliéramos de la ciudad fuéramos por las tarjetas de identidad. Hace poco me lo recordaría otro personaje que conocí en el mismo colegio cuando me dio una patada en el tobillo por los días en que comencé a escribir “Los Silenciosos” y que estudió con el amigo, a no ser que hubiera sido otro gemelo.
He supuesto que a este primo le hicieron el mismo trabajo que también le hicieron a un hijo adoptado por la tía paisa , y que tal como lo he contado en otros blogs lo vi demasiado ido de si mismo después de haber sido obligado a abandonar el apartamento que había dejado su mamá en “Los Bosques de San Carlos” y que por pura coincidencia, mientras yo estaba siendo zaherido por estos imaginarios de la locura en las calles, y cuando ya estaba saliendo de la irrealidad y del miedo a que me tenían sometido aunque tuve que abandonar dicha casa; éste, según supe por una de las empleadas de aquel condominio, mientras otros familiares paisas y adinerados habían sacado todo lo de valor, lo habían hecho salir del apartamento con su trasteo, no se sabe para dónde. El tío Martín, un hermano de la tía, me comentó por esos días que porque no buscó ayuda, que la familia tenía amigos de ley. Fue así como recordé los sucesos vividos en Girardot cuando un policia casi nos mata por allá en lo que llaman la zona, y que curiosamente (Oscar, el primo, y también familiar de “Pajarito”) moriría un p0co tiempo después, cuando trató de ayudar a un vecino que al querer regañar a una hija, esta se trepó al techo, y al buscar éste de su ayuda, el techo se cayó y terminó con los riñones zafos. De ésto murió.
El hijo de la tía lo vería unos pocos años después todo loco como si en verdad estuviera drogado o hubiera salido de algún hospital de reposo, pero yo ya con todo lo que me había pasado comenzaba a hilar mis propias historias.
En la biblioteca Luis Angel Arango descubrí que no estaba loco. Que las voces que iban y venían le sucedían a las personas que hubieran tenido “el delirium tremens”, pero también descubrí otra cosa que algún tiempo después que “Ojos Azules” me quiso matar muy sutilmente:
En esta ocasión las voces que escuchaba por las calles y en la casa no concordaban con lo que decían aquellos libros de Siquiatría.
Era todo un complot.