“Yo no sé si a Ud. le haya pasado: Cierra los ojos y enseguida comienza a ver visiones”. Yo lo he vivido durante mucho tiempo, aunque ahora casi que he logrado dominar esa sugestión. Y todo comenzó de manera sutil que incluso puedo aducir que la sugestión hace parte de nuestros imaginarios que otros nos forman mediante la radio, la televisión, la familia, la sociedad, o la manipulación de estos personajes que yo llamo: “Los intelectuales de la locura”. Durante años de años viví una inestabilidad sicológica que fue aprovechada por otros, o que sabiéndolo quisieron orquestar su fanfarria con el fin de lograr sus propósitos. Lo que no se entiende es que siempre hayan salido de donde estos pululan por doquier por que al fin y al cabo es su oficio, y mucho menos que familias enteras y sapos de re-sapos se hayan prestado para estos mismos fines, y que curiosamente uno termina entendiendo que ha sido una especie de conejillo de indias por cuenta de estos farsantes que creyendo conseguirse algo conmigo, lo único que hicieron fue dañarme mi vida igual a lo que han hecho con los míos donde más de uno ha participado en ese festín, y que ya he contado en los diferentes blogs que escribo por Internet. Desde antes de comenzar a oir voces después haber llegado a Bogotá, de tratar de sobrevivir a cuenta de la venta de un apartamento heredado en “La Fraguita” y a pesar que había vivido en “El Murillo Toro” muy cerca del Quiroga y de “La Casa Embrujada” del barrio Centenario en el sur de la metropoli, como si siempre hubieran tenido algún negocio por cuenta de otros, o porque en realidad si lo hacían lograban ´conseguir algún peculio, aunque durante años me hicieron pensar que era por mis ideas o amistades que tuve de joven. Las apariencias engañan. Este es un país adonde uno cree que es por alguna cosa, y después se va enterando que es un negocio el que han tenido. La ambición rompe el saco.
Fueron muchas las amenazas que tuve y he tenido, que en las mismas calles y en los trabajos que hice, terminaron por formarme una especie de delirio de persecución, que uno termina sabiendo que este es un país de infames adonde las marcas siniestras no solo de la sociedad sino de la misma familia terminan convertidas en aparentes persecuciones de carácter policivo como si en verdad uno fuera un rufián, cuando en realidad son estos últimos lo que instigan y zahieren en las calles, dañan los negocios, desestabiliazan a los que lo rodean, y hacen parte de esa peste que comúnmente llamamos “Rumor”, que el cual más se cree con el derecho de organizar su festín para que la persona que lo sufra, termine aturdido. Ni siquiera se da cuenta que lo quieren matar en medio de la locura que le han provocado. Usan hasta a sus hijos, que incluso provocan la paranoia en todos los que lo rodean, mientras estos angelitos de buenas familias que no matan ni una gallina terminan convirtiendo las calles en toda una pesadilla.
Después rezan por el muerto o por el loquito que termina en un manicomio o en un hospital tal y como me pasó a mi, aduciendo que era que el diablo se le había metido en la cabeza, o que por andar alcoholizado todo eso le pasó. Y no es cierto. Tuve muchas amistades que a más de uno le colaboré, e incluso familiares que después de haberles ayudado a conseguir un préstamo difícil de conseguir para que pudieran obtener sus sueños, con los años uno termina entendiendo que tenían su negocio con uno, y que todo lo que pasó no fue más que la ordalía de un extraño complot de familia para conseguir alguna ventaja económica. El problema no es el dinero o los bienes, sino los diferentes intentos sui generis de asesinato, adonde si uno lo cuenta termina denunciado por calumnia porque estos angelitos que participaron en el festín y en el enredo siendo villanos, ante los demás son las mansas palomas que ni atracan ni sacan a las personas a punta de amenazas para quedarse con bienes ajenos, aparentando ser de ley. Lo viví más de treinta años en la casa que digo, y aún así todavía los granujas salen a ver que más se consiguen. En medio de semejantes situaciones adonde su vida ha esta en peligro, además de haber sido víctima de atracos y otros complots que no valen la pena recordarlo por el momento, la paranoia se impone. ¿ A quién no le ha pasado que después de recibir un sufragio, renuncie de su cargo y termine abandonando el país?
Lo de los sufragios era muy común hace unos treinta o más años antes de la transformación que sufrió el país por cuenta de la droga y el sicariato. Y sin embargo para los que hemos tenido otras suertes de torturas sicológicas adonde fuimos llevados casi que al cementerio y a la locura nuestros andares por estas moles de cemento en la ciudad ha sido toda una tortura de “Lesa humanidad” organizada por esos personajes siniestros que saben crear el rum rum. En el caso mío parece que tacaron burro, pero sin embargo me dejaron sus secuelas.
En esos días siniestros donde perdí un apartamento y fui obligado ha abandonar una casa en Bella Vista, y después terminé viviendo en el barrio San Antonio, hasta culminar en “La Casa Embrujada” durante once años, tal y como me lo decía el heredero aparecido que me tiró un golpe con su mano sobre el hombro izquierdo a manera de mazo como para que me cayera sobre unos vidrios que acababa de romper de la puerta de la entrada de la casa, ya que el imaginario de “El Embrujado” había contado que se le dormía siempre la parte izquierda de su cuerpo, y que en alguna ocasión le hizo perder el equilibrio. A mi me había leído por Internet que incluso cuando apareció en la casa lo hizo con una casita de un perro muy parecido a los que una vecina había criado, como para amedrentarme de paso sicológicamente, pues el temor que me habían impuesto durante años me hicieron arrojar de un segundo piso en las oficinas de la alcaldía en Bogotá en la calle once entre octava y novena porque el dinero de un contrato que tenía no me lo pagaban, en medio de un delirio tan funesto que aunque cerraba los ojos veía policías que me perseguían, como si en realidad fuera cierto. Las pesadillas visuales las seguiría viendo cada que cerraba los ojos que incluso duré días y días sin dormir antes de intentar suicidarme, y de andar por todo San Victorino y en gran parte de la ciudad andando todo ido de mi mismo. Unas pesadillas amenazantes que me impedían cerrar los ojos, pero que para reforzarlo estaba en esas calles de pavimento rodeado de esbirros que querían reforzar dicha situación, como si en verdad estos intelectuales ya supieran de esos caminos mentales en que una persona va ida de si mismo en medio de un temor, o seguramente saben que a los que drogan subrepticiamente mientras estos personajes ridículos hacen sus pantominas en las calles, logran que uno termine muerto por el miedo, o que otro lo mate y aparezca como si lo hubiera hecho en defensa propia.
Tuvieron que pasar años de años para poder salir de ese atolladero sicológico, para que cada que cerrara los ojos no viera enemigos por doquier. Como cuando lo amenazan en su misma casa para obligarlo a irse para siempre. Muchos años antes había vivido otras situaciones parecidas que no entendí en su momento, pero que bien vale la pena contarlo.
Eran los días en que estudiaba en la universidad Libre, y que después de unas celebraciones que hice por esos días con varios compañeros al ir a almorzar a un restaurante de un familiar de Memín, pude ver como una rata de ojos brillosos se me acercó desde la cocina e hizo que yo no pudiera almorzar tranquilo. Pagué el almuerzo sin siquiera haberlo probado y me fui.
Después que me enloquecieron y al ir a la Bibliotaca Luis Angel Arango a leer libros sobre alcoholismo y locura comencé a comprender muchas cosas, que después de todos estos oprobios a que he sido sometido bien vale la pena que otros lo sepan, pues el episodio de aquella rata que digo que vi sin ser cierto, son los mismos que sufre cualquiera que haya sido drogado por alguna sustancia sicótica, o por el excesivo uso del licor. Y claro que yo aduzco otra cosa porque el tiempo me ha dado la razón.