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Mis días en un hospital 8

Lo de las voces es cosa seria. Parece que estos trabajos son comunes. Recién salido del hospital, cuando estaba todo exangue en mis pensaderías, porque me estorbaba todo aquel que llegara  a verme o visitarme para ver cómo había quedado,  cosa que ahora me parece no querían más que saber si en verdad estaba loco o cuerdo, alcancé a escuchar a unos familiares que hablaban de la tía que murió, y que alcanzó a vivir en “El Caracolí” en Ibagué:

-Escuchaba que en la cocina del apartamento tronaban las ollas.

Los cacerolazos, digo yo.

En Bella Vista en Bogotá, cuando permuté con Aldana el apartamento que me dejo por herencia mi papá en “La Fragua”, yo ya escuchaba las voces de los vecinos en aquella casa que pernocté unos cuantos días, hasta que resulte viviendo en arriendo  en el Barrio San Antonio.  Años más tarde lo constataría. Mis oidos se habían aguzado tanto, que uno escucha cualquier sonido por muy bajo que sea. Yo escuchaba cómo hablaba una vecina que vivía al frente de la casa, y eso fue una de las cosas que más me amedrentaba. Pero la tía, que yo sepa no estaba drogada ni tomaba licor. Claro está, que los médicos que la atendían para el control de la tensión bien pudieran haberle  formulado alguna sustancia sicótica, y así fuera que por eso escuchara el ruido de las ollas en la cocina,  a no ser que sus nervios estuvieran siendo zaheridos sicológicamente por algo o alguien.

Yo en cambio si escuchaba aquellas voces del vecindario, a pesar que estuviera muy lejos. Lo que tampoco sabía, era que también se usaba a los sapos para que cuando pasaran cerca de uno le hablaran en los oidos, y mucho menos que pudieran usar los recursos tecnológicos para que  mediantes las ondas hertzianas de sus transmisores uno escuchara sus discursos amenazantes. Y de ésto, claro que ya he hablado en otros blogs, aunque la historia de esta travesía que no ha sido más que una extraña pisoteada la comencé a contar en Un autista en Colombia        y que por esas paradojas de la vida, todo parece suponer que no ha sido más que la briboneada de personajes de ley que han instigado a unos familiares o vecinos, o que fuera lo contrario en donde todos han salido a ver qué billetico se conseguían. Y si no, que me cuenten otra historia, porque ésta no me la creo. Que lo enloquezcan, que lo hagan aparecer como loco, que cualquier rufian de calle le salga a pedir cuentas como si hubiera andado con uno durante muchos años, o que esos que se encargan de cuidar carros o de inventarse sus negocios al frente de establecimientos de comidas, y que le digan a uno que porque no se larga, después que en una casa me sacaron después de haber vivido más treinta años, donde participaron estos personajes que a todos nos genera respeto por sus actuaciones en la defensa de los ciudadanos de bien, y que en este caso se equivocaron. Pero que se confundan toda una vida con uno.  Eso es más que una tortura de lesa humanidad. O sea que ni la ley ni el derecho vale para los que fuimos marcados desde niños. No entiendo. Y ésto, en un país de leguleyos.

Pero se equivocaron más de medio siglo. Entonces uno sospecha de algún estigma de familia y de policía.

Claro que a los loquitos como … Podría decir:

-Hey, no asusten a mi progenie. Devuelvan a mi hija.

Que después no nos vayan a contar otras historias. Porque no creemos en brujas y en nada que se les paresca.

Así creo que “El Embrujado” lo va a contar en sus historias.

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