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La muerte “A lo mero, mero”

Es una lástima que se nos haya ido el escritor que durante la mayor parte de su vida nos recreó con sus vivencias personales y el reflejo político que tenía sobre la realidad latinoamericana y del mundo, precisamente cuando un periodista hace poco lo entrevistó  en su participación en la feria del libro en Argentina. Más que este libro que lo catapultó entre lo que fue el boom literario de América latina, sus ensayos sobre los temas esenciales de la cultura y la política influyeron en vastos sectores de nuestra sociedad, y justo ahora que México trasciende por la guerra que libran los carteles de la droga entre ellos y el gobierno, en medio de una violencia generalizada que bien podría rememorar la colombiana durante varias décadas.

Y hace parte de esa realidad que nos subsume en un mundo tan complejo donde los imaginarios de los bárbaros parecen haberse tomado las ciudades mexicanas y de América Central como punto de encuentro que les desbroza el camino de la droga que va desde América del Sur hacia los Estados Unidos, pero que en ese puente del comercio ha encontrado también un buen mercado en la población de estos países que hoy viven la violencia desatada entre ellos, entre el gobierno y los Estados Unidos y las violencias que generan su consumo en amplios sectores de la población, y que sus imaginarios a los que sabemos les está sucediendo un temor con sus muertos que a diario vemos, y que nos horrorizan igual a las vividas por los colombianos en esa lucha sin cuartel entre el estado, los consumidores nacionales, y la ampliación del comercio que a toda costa lo llevan hacia los Estados Unidos y a Europa, tanto que a pesar que nos aterran, lo que sucede hoy ya mañana se nos olvida tal y como nos lo cuenta su amigo Gabo en “Cien años de soledad”.

Lo mismo que podría decir Pancho Villa:

-¡Que viva Chihuahua que también es pueblo!

Las noticias que recibimos de este hermano país nos conmocionan. Nadie entiende cómo aparecen tantos muertos masacrados en esa guerra sin cuartel que el gobierno libra contra los carteles de la droga, pero que como respuesta solo las nefastas noticias de los periodistas muertos y los más de 50.000 mexicanos que ya yacen en medio de torturas salvajes, que solo lo pueden hacer dementes en un país que se precia de civilizado, a pesar que dentro de su territorio desde su misma independencia y los avatares por los que ha vivido nos muestran el sufrimiento y el dolor por lo que han pasado.  Su crisis social en 1.968, y su progreso económico después, también nos han influenciado incluso que desbarajustó en su momento las bolsas de valores del mundo. Desde la muerte de los estudiantes en Tlatelolco hasta nuestros días, sabemos de la influencia que ejerció Carlos Fuentes no solo como político y ensayista, sino también como novelista.

Y es que el concepto de la muerte tal y como lo entendemos, los mexicanos la viven de una manera muy particular, que incluso ya nos la contó ese otro gran escritor Juan Rulfo en “Pedro Páramo” y ” El llano en llamas”, en esas historias que van contando los fantasmas de los muertos de esos pueblos por donde tanto anduvo, que solo dejaron los recuerdos porque sus pobladores se murieron en esas revoluciones que allí se libraron alrededor de una reforma agraria donde los grandes dueños de esas haciendas tenían a sus campesinos casi que como esclavos en un mundo rural tan atrasado que solo las huestes de Juárez y Pancho Villa  lograron reivindicar, pero que en esa luchas sin cuarteles tales y como nos los pintan su cine acerca de las rancheras y sus pistoleros, sus muertos fueron cobrando vida en medio de los recuerdos donde esos fantasmas fueron reordenando y recordando la tragedia de un país que fue consiguiendo un lugar en el mundo a pesar de haber perdido buena parte de su territorio por el colonizaje de los Estados Unidos.

Y así, al sur del río Bravo, estos dos escritores nos recrearon ese mundo donde los muertos se idolatran, que incluso hasta existen museos de otros más recientes en ese homenaje que ellos hacen cada año todos los primeros de noviembre en medio de grandes festejos donde la comida con el sabor criollo y el machismo de que han hecho gala, traspasaron las fronteras en la época dorada del cine mexicano, que su influencia en nuestros pueblos han hecho escuelas de seguidores de su música y su cultura.  Incluso ahora que esa música se ha transformado en otra que más bien pudiera parecerse a la apología de una nueva forma de vida que sobrepasa a la de los corridos mexicanos, que bien pudiera ser la respuesta a los anhelos populares de vivir tal y como lo viven esos personajes de los carteles de la droga donde consiguen a las mujeres más bonitas, compran los carros más lujosos, y sus casas ostentan el lujo que ningún pobretón como el que escribe ésto puede conseguirlo, mientras toda una red de traficantes entre ellos se pelean por repartirse los mejores botines, y haciendo gala de su poder a fuerza de su armamento y sus ejércitos particulares, además de enseñorearse en su territorio se pelean en el norte de su país los caminos de la pasada de los inmigrantes con los coyotes a los Estados Unidos así sea por tierra o por el mar. Y en esas travesías la droga que los hará así sea por un momento deslumbrar en estas tierras en vida, a punta de sus armamentos y de su fuerza le están disputando al gobierno mexicano el poder en una guerra sin cuartel adonde han involucrado a todo un país y a gran parte del mundo.

“A lo mero, mero” la muerte se ha enseñoreado en México, y no es la muerte que lucía a pesar de todo de hidalguía en un homenaje a los difuntos, porque éstos ya no tienen ningún respeto hacia sus semejantes, que lo mismo les da matar a un periodista, o matar a 49 personas no sin antes haberlos torturado, y sin saberse todavía si algunos de ellos hacen parte de esos inmigrantes que quisieron pisar esas tierras en su búsqueda de  “El sueño americano”; o solo hace parte de esa lucha de propaganda donde un partido que los benefició durante muchos años al verse compelido por otras fuerzas políticas, lo dejan ver como un mensaje a los que se opongan. Y todo ésto en un país a donde los mismos policías acuden a los rezanderos que hacen sus prácticas de brujerías para que les den los amuletos que los pueda favorecer de esa barbarie que se vive en sus calles y en las grandes ciudades.

“La vida no vale nada”, así lo dice un corrido antiguo mexicano de José Alfredo Jiménez. Así parece que es lo que se vive en este país hermano.

Y sin embargo Carlos Fuentes o Juan Rulfo nos recordarán con sus libros que la vida es hermosa, y es por ella por la que los que estamos vivos tendremos que reivindicarla.

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