Dime con quién andas…Y te diré quién eres. Así lo dice un viejo proverbio. Así me lo recordó un personaje por estas calles de reyezuelos y pantanos cuando me nombró a los hermanos Grimm. Y es que en estas viejas historias donde la literatura tiene un papel tan importante, que sus imaginarios que parecen tomados de la realidad le hacen ver otras cosas a muchos de los que hemos sentido esas persecuciones sicológicas por unos personajes que siendo de calles, parece que en realidad lo estuvieran persiguiendo o amenazando. Son trabajos soterrados donde el que lo hace tienen poder y parece que ronda en las calles con sus mañas y sus dientes como los que a uno le permite deducir de lo que le pasó a la pobre viejecita. y uno comienza a entender que hace parte de esos extraños personajes que se confunden tanto con la realidad, que a veces se creen los dueños y señores de las vidas de los demás, que en en estas latitudes siendo de ley, y obligados a desempeñar sus papel pues al fin y al cabo el estado les paga, usan a estos renacuajos para que entre risas, sibilinamente resulten amenazándolo. Y es que desgraciadamente en estos países donde la mentalidad policiva a llevado a más de uno a creerse ley, mientras con sus habladurías riegan el cuento, usan a esos vendedores de zapatos o de dulces, en las plazas y calles, o los cuidadenderos de éstas hacen su papel de zapa, que nos recuerda a Balzac.
Ud. sale de su casa cualquier día, y se encuentra con una zapatilla roja. Es más, como sufre de la próstata, cuando hacen esos calores tan terribles como los que a veces vivimos en el trópico, o esos fríos que parecieran nos calan los huesos, siente la necesidad de ir al orinal frecuentemente. Y por esos días ha cogido una costumbre que es la de que tiene que acercarse a uno de esos centros comerciales y entrar a hacer lo que el cuerpo le pide. No se trata de esa canción de “Los toreros muertos” de “La aguita amarilla”. Si no, que ha sido toda una constante desde que viví en el barrio Centenario en Bogotá, y que mi imaginario particular lo ha venido contado en “Crónicas Gendarmes” . “Voz de Humo”, en uno de esos momentos en que yo estuve ido de la cabeza y asustado, me dejó unos salivazos en la puerta de su casa todos teñidos de rojo. Una familiar que estaba de visita, dejó en mi cama después de sentarse en ella el color de sus angre, pues tenía la menstruación; y unos policías durante mucho tiempo se dieron a la tarea de amenazarme permanentemente y burlarse de lo lindo cuando yo entraba a algunos de los negocios más cercanos como diciéndome muy sutilmente:
-Eres delincuente.
Y sin embargo los delincuente estuvieron como en aquel trance que nos cuenta Perrault sobre “Caperucita Roja”, donde el Lobo feroz se come a la abuelita de Caperucita y la espera a ella para hacer lo mismo.
Afortunadamente los hermanos Grimm le dan un giro a este cuento medieval, y al final “Caperucita” es salvada del “Lobo Feroz”, y al abrirle el estómago la abuelita sale viva. Y uno como lector se contenta con este final feliz no tan macabro como el que nos describió Perrault.
Al entrar a hacer su necesidad se encuentra con que le han dejado precisamente adonde va a entrar, mientras el otro orinal permanece ocupado, un lapicero con una publicidad tan alusiva a lo mismo que estoy diciendo, y que Ud. finalmente sabe que lo están amenazando con un familiar.
El que lo estaba esperando cuando salió de su casa, y que seguramente dejó aquella zapatilla de niña, le muestra sus férreos dientes, y entre recuerdo y recuerdo se le parece a uno de esos granujas dueños de esas calles que digo, a uno de esos que salen a ver qué se consiguen en ellas aunque no parecen de malas muertes, y solo apenas dejan entrever que son viciosos que supuestamente están haciendo su ley por sus propias manos, a cuenta de otros.
Hace muchos años, cuando regresé después de muchos años a Ibagué, y que me tocó ir a la registraduría a sacar nuevamente la cédula, pues lamentablemente junto con la libreta militar y otros papeles se me extravió en Bogotá, me encontré en aquella fila aciaga porque tuve que estar esperando más de dos horas para que un empleado me atendiera, con otro que hacía fila y que se me parecía a uno de los que conocí de joven .
-¡Y ohh!
Cuando apareció el empleado a hacer sus oficio para tomar mis huellas digitales y la fotografía correspondiente, éste no parecía ser lo que decía, pues lo ví cómo vociferó para llamarme, e iba con un sombrero que se me hizo extraño en una isntitución estatal en horas de trabajo, y que según creo ya me conocía.
Así son estas marcas, aunque nadie me crea.
Después de otros años, no se porqué aquel recuerdo tan melodramático de su rostro me salvó. Y ya lo conté anteriormente en estos mismos blogs y en otro de los que tengo, ya que si no hubiera sido así cuando compré una hamburguesa yendo ha “El Amparo” que queda en la zona de Kennedy, y al ver su parsimoniosidad para preparámela, tanto que estaba casi que preparando mi propia muerte, instintivamente mastiqué y al comprobar que los trozos de lo que parecía cebolla cabezona no los lograba desmenuzar con mis dientes en medio de la carne y todo lo que contenía, mientras me metí en la boca uno de mis dedos, y me encontré con lo que dije:
Era un trozo de esos cables de electricidad que tienen varios alambrillos de cobre, y que curiosamente había sido partido por la mitad que estaba recubierta del plástico, y la otra no. Precisamente la que afortunadamente no mastiqué. Y solo por aquel recuerdo.
Un recuerdo que también me retrotrajo en esos años a aquel que fue vecino en aquella fila que hice para obtener nuevamente la cédula con el otro que digo .
Durante un buen tiempo en Bogotá, y en otros sitios comenzaron a aparecerme desprevenidamente agentes del orden a pedirme papeles en un desconcierto total que fueron durante algunos pocos años ya que se sucedían cuando iba a Bosa, o a Engativa, así como en otros sitios, pues siempre fue común que el pedido de mis papeles de identificación siempre lo hacían cuando yo me acababa de sentar en alguno de los negocios a donde iba para descansar de mi actividad, cosa que cualquiera no caería en la cuenta, pero uno si.
Y aunque fueran coincidencias, y aunque uno agradesca porque al fin y al cabo uno como ciudadano está en la obigación de mostrarlos porque de eso se trata, y además hace parte de nuestra propia seguridad.
Pues bien, en una de esas venidas que hice a Ibagué, me pareció ver aquel rostro nuevamente del que digo me echó algunas historias que en mi todavía rondan, y una de ellas era de que en este país ahora todo era un infierno, porque dos o mas vecinos se reunían, y entonces después entre todos entablaban una especie de pacto y de solidaridad y de vigilancia, pero que muchas veces como resultado de esos malos pensamientos resultaban abanderados para hacerse a las casas de los vecinos que no estaban dentro de esa clan, y es como si en realidad se hubieran vuelto en medio de esas vigilancias unos transgresores de la ley. Tal vez yo estoy loco, o mal informado precisamente en estas ciudades donde existe la ley, porque a mí me hicieron todo un trabajo en la misma casa y en todas las parte donde viví durante años desde que regresé de Venezuela y desde antes, tal y como lo he contado en”Un autista en Colombia“.
En uno de esos buses donde vine a esta ciudad con alguna frecuencia, me lo encontré en esos tiempos que digo. Llegando a Melgar al bus lo hicieron parar unos agentes del orden, y curiosamente el quedó retenido. Acababa de salir de una carcel, y todavía tenía el sello, y aunqne según dijo, había sido dejado libre; todavía no figuraba dentro de la base de datos de la institución que digo, como libre. Y claro que en el transcurso de tiempo que lo dejé de ver, desde aquella fila que dije, hicimos para conseguir la cédula de ciudadanía, ya habían pasado algunos años.
Tal vez Ud. no lo entienda. Aunque fuera casualidad, o de pronto algún parecido, sus nervios como que se los embolatan, y me temo que así existen muchos personajes que mediante esas coacciones logran a más de uno enloquecerlo y amedrentarlo. Conmigo lo han hecho. Y es por eso que estas historias también hay que contarlas, cuando de manera reiterada le van haciendo cierto tipo de trabajos como éstos y otros que serían largos de contar en estos breves trazos, pero así es que como desquician y así muchos logran sus propósitos malignos en estas calles adonde los reyezuelos son muchos, y así a uno le parece que anduvieran entre los pantanos. Unas calles donde muchos están pendientes y además quieren hacer sus complots nauseabundos.
Seguramente se querrán ganar algún billetico.
-No sé.
Afortunadamente para la historia de “La Caperucita Roja” de los hermanos Grimm, lograron un final feliz para todos sus lectores.