Decía que en aquel restaurante de una familiar de Memín(un compañero de universidad) había visto un ratón cuyos ojos brillaban, y que pasando tan cerca me dañó el almuerzo. Nunca imaginé que ya en esos años yo estaba marchando a la locura, y que estaba siendo provocado por otros. Ni siquiera pude probar más de aquella comida, y además nunca volví a pesar que durante un buen tiempo había frecuentando dicho restaurante. Terminé convencido que allí no había aseo, pues el ratón lo vi salir desde la cocina, y había pasado cerca de mi sobre una especie de pared interior cuya altura terminaba cerca del hombro de los comensales que sentados podían disfrutar de todas las comidas que allí preparaban. Nunca se lo dije al amigo de aquellos tiempos, pero dentro de mi quedó ese sinsabor. Sus ojos que brillaban como los de una luciérnaga en la noche nunca se me olvidarían. Tuvieron que pasar muchos años para que lo entendiera. Y es que ese mismo día resulté yendo en una buseta por la avenida tercera hasta el barrio Galán a visitar a una cliente que hacía mucho tiempo no me compraba. De regreso, otra vez hacia el centro -a San Victorino- pude ver nuevamente a otra rata que saltaba entre un alcantarillado destapada, por donde vierten aguas sucias todas las alcantarillas de ese sector bogotano y donde antes seguramente fue una quebrada de aguas limpias. Saltaba entre el pasto que hay en rededor. Y así fue que la pude ver desde la ventanilla de la buseta en que iba. Nunca lo entendí. Después de que me enloquecieron muchos años después, y que terminé con varillas en la columna vertebral, cuando quise averiguar que había pasado conmigo respecto a mi entorno sicológico en medio de toda una confabulaciones reales a donde ladrones me salieron a robar en un contrato que tuve con el Bienestar Social del Distrito, pues colocaban rejas adonde no tenían que colocar, y a sabiendas que ya estaba loco, y que en cierta medida ayudaron a provocar mi desequilibrio sicológico por la falta de dinero de la que a éstos le había pagado, y que lo devengaban colocando rejas y rejas sin tener en cuenta lo establecido con aquella entidad local, y porque en las calles ya habían salido otros a matarme, como si con ésto los falsarios lograban sus propósitos. Lo extraño es que eran hijos de policías que actuaban de mala fe, que solo les importaba el dinero. Y aunque cumplieron su trabajo de todas maneras prolongaron mi desequilibrio sicológico que no hacía sino tomar y tomar licor. Así anduve mucho tiempo hasta que terminé con la columna vertebral fracturada al arrojarme de un segundo piso en el Bienestar Social del Distrito desde un segundo piso interior que allí hay, cansado de escuchar voces, y que creo que en algún momento hubo voces impostadas y agentes policiales que terminaron participando de aquel festín de un alcohólico que no lograba finiquitar dicho contrato. Hipotequé el apartamento dado en herencia en vida por mi papá, y tuve que hacer un cambalaché con un tal Aldana empleado del ejército por una casa en Bellavista al sur de la ciudad con unos pocos millones de propina, adonde nuevamente fui intentado asesinar por tres disfrazados de pordioseros que con revólver en mano casi me matan tal y como lo conté anteriormente, y que según mi vecino barrio que era policía en aquel barrio del sur, éstos eran unos muchachos que se disfrazaban y salían a atracar a donde uno de ellos era mujer, mientras aducía que como había hecho contrato con otros vecinos para que arreglaran paredes e hicieran dicha casa habitable, también se ganaron sus buenos pesos a sabiendas seguramente que yo estaba destinado a morirme por esos días. Dicho vecino entre otras cosas, quien fue el que consiguió los albañiles, también se robó un trabajo de tapicería que me hizo sobre un armario de madera que necesitaba, y a quien le pagué por adelantado. Estos albañiles después los vería rondando en la “Casa Embrujada” en una visita que uno de ellos hizo a “Voz de Humo” que también estaba arreglando su casa en aquel callejón y que le había comprado a una enfermera que murió de cáncer. Sus rostros cuando los vi se me hicieron muy parecidos, aunque también se que muchas veces me hicieron dichos trabajos maniqueos que todavía tengo que contar, como haciéndole a uno creer que estuviera viendo alucinaciones.
Eran muchos años los que habían pasado cuando comencé a atar cabos. Desde que salí de Ibagué abruptamente después que Miguel A., otro amigo de esos años, tuvo el honor de darme alguna sustancia que me enloqueció después de tomarme dos tragos de licor cuando cumplía una cita con una empleada de un establecimiento que quedaba en la calle 14 con 4 en Ibagué, y que resulté después todo drogado en la estación de policía de la 21 mientras el amigo me decía que había resultado peleando y armando problemas, historia de la que salí convencido, pero que con los años uno sabe que no fue así. Habían jugado con mi cerebro, en una extraña marca que ya se venía gestando y que con el tiempo el autor sabe que todo ha sido un extraño estigma donde más de uno ha participado, y que a veces uno llega a pensar que ha tenido su policía particular, o de familia.
Extraño, porqué cómo puede alguna persona en particular, o algunos tanto poder como para que uno durante años y años haya sido víctima de semejantes impostores de lay.
Claro que se entiende que este tipo de delitos sicológicos lo hacen a la vista de todo el mundo, mientras uno resulta siendo el bandido que además de haber sido esquizofrénico por cuenta de unos mendaces que iban desde compañeros de universidad y de amistades de joven hasta todos los desadaptados y antisociales que creyeron mediante estos sapeos en convertirlo en “Un conejillo de Indias”, y que incluso todavía están algunos en esta ciudad mediante amenazas sibilinas parece que estuvieran tratando de conseguirse algún peculio escondido. Eso creo.
El hecho es que al leer esos libros de siquiatría que digo en la biblioteca Luis Angel Arango en Bogotá, y después que acaba de salir con una lesión en la columna vertebral, y haber sido operado en el hospital de la Hortúa, mientras todavía escuchaba voces voces que iban y venía, a sabiendas que eran producto de mi estado nerviosos provocado por el desequilibrio mental del delirium tremens provocado, e ir entendiendo que también en estos casos se usan las frecuencias de radio hertzianas, mientras los esquiroles que como los lameladrillos también resultaron participando, para provocar el miedo infundado donde uno termina arrojándose a un carro, o cualquiera de estos delincuentes tal y como lo hicieron en más de una ocasión, lo intentaban matar.
Y sin embargo…
En aquellos libros de siquiatría intuía que Memín me había drogado, idéntico a lo que muy joven ya había sucedido con el amigo que dije en algún blog a donde resulté en la estación de policía en la 21 de Ibagué, y donde se juega con el cerebro de las personas.
Tal vez porque somos ingenuos adonde uno cree que cualquier aparecido(a) es un amigo.
Así somos los autistas.
La peor de las desgracias es tal vez que le sucedan cosas mientras uno resulta un burlesco para estos desgraciados que cuentan con la complicidad de estos imaginarios que aparentando ser de ley, son de las peores pesadillas con las que uno se topa.
Termina entendiendo que siempre ha sido vigilado como si estuvieran persiguiendo a algún rufián, a sabiendas que no.
Esos ratones que digo que vi, ya eran producto de alguna sustancia que eso amigos con los que anduve lo estaban haciendo. Incluso el amigo de Memín, que ya también he nombrado, y que fue expulsado por corrupción de ese organismo estatal devigilancia del que tanto todavía se habla, por esos mismos días en alguna ocasión me devolvió un dinero que me había guarddo porque yo ya estaba muy ido de mi mismo.
Lo entendí con los años. Muchos años después que los mismos con las mismas y toros más parece que obedecían a ciertas ordenes.
Ni siquiera lo entendí , cuando encontré a Memín tomado con otro cuñado suyo, tomando licor a cuenta mi papá un poco tiempo antes de irme para Venezuela, a pesar que aparentemente se conocían por que yo se lo había presentado.
Se conocían entre todos, e incluso con otros, donde se va entendiendo que esas relaciones no solo eran solo de familia. Eran, según parecen…
¿Cómo puede Ud. creer que se conozcan los unos con los otros en una ciudad tan grande como Bogotá, o en otra ciudad lejana como Ibagué, o en un país extraño?
Ni porque uno fuera delincuente.
A no ser que esa marca…
En fin, lo de los ratones, no son casuales en estos libros de siquiatría. Que haya visto visiones, pero que otros de manera taimada también lo traten de hacer de manera consuetudinaria, deja un secreto muy bien escondido, a sabiendas que los que lo hacen lo saben.
Tal vez haya que seguirlo contando en otros capítulos, pero serán en “Un Autista en Colombia“, o “Viajando con un Autista“. porque el autor pretende en este espacio seguir contando otras historias.