Soy de un pueblo de Extremadura donde nunca pasa nada, donde la gente no cierra con llave hasta que no llega la hora de irse a dormir, donde la gente le dice “pasa, estás en tu casa” a cualquiera que llame a la puerta, sin necesidad de mirar por la mirilla ¡Más de uno no sabe ni qué es eso! sin necesidad de acercarse a la puerta para asegurarse de que no hay peligro; donde todos se sienten con la tranquilidad de no echar las llaves a los coches o, incluso, de dejarlos con el motor arrancado y las llaves puestas. Por todo esto, cuando fui adolescente podía salir y llegar tarde, mis padres, al igual de los de mis amigas, estaban en casa con la tranquilidad de que volveríamos, no había peligro.
Esta ausencia de peligro hizo que no valorara este gran tesoro, veía normal llegar a la una de la madrugada sin el miedo en el cuerpo, entre otras cosas, porque en las tardes de verano al volver a casa me iba encontrando con un muchísima gente sentadas en sus sillas “tomando el fresco” o en las mismas aceras que te saludaban al verte pasar, lo que me hacía pensar que tampoco andaba sola por la calle. Si hubiera notado que alguien andaba detrás de mí, jamás hubiera pensado que era alguien que quería hacerme daño, seguramente ni hubiera prestado demasiada atención a esos pasos que seguían los míos y de echar cuenta en ellos, habría sido para saludarle y continuar el camino a casa mejor acompañada.
Pero hoy, según los casos que vemos en los medios y lo que nosotros escuchamos a la por la gente de manera reiterada, ya no es tan segura la calle para una mujer a ciertas horas de la noche, a veces tampoco durante el día. Hoy volvemos con miedo, sobre todo cuando estamos en una ciudad grande y nos toca volver andando. Damos unas vueltas exageradas para evitar las calles oscuras, escribimos a una amiga en cuanto llegamos a casa para que sepa que estamos “ a salvo”, llevamos las llaves muy a mano para no perder mucho tiempo en la puerta y, si notamos unos pasos que nos siguen, nosotras aceleramos la marcha o echamos a correr sin pensarlo dos veces.
Parece que hay una serie de peligros que sufrimos solo las mujeres, que antes pensábamos que era sólo en las ciudades, pero ahora se han trasladado al ámbito rural, lo que nos provoca un miedo que a veces no nos deja vivir, porque no se puede vivir con miedo, eso no es vivir. Vivir con precaución es normal, pero no podemos vivir siempre alerta, no podemos cambiar por el miedo. Nadie se cuestiona si un hombre que va sin camisa por la calle está pidiendo que lo violen, pero si una mujer, en cambio, lleva una minifalda o un escote “lo va pidiendo a gritos” le puedes escuchar decir no solo a hombres, sino a muchas mujeres que la ven y la enjuician, desgraciadamente.
Este mes hemos visto toda una marea de mujeres que han alzado la voz para decir “BASTA”, basta ya de que la mujer sea tratada como un simple objeto, basta de las desigualdades entre hombres y mujeres, porque aunque nos paguen lo mismo por el mismo trabajo, es algo que no se da en muchos sectores. Aunque los hombres “ayuden” en casa, como si ellos no vivieran en ella. Y aunque las mujeres tengamos voz y voto en una sociedad con sufragio universal no somos tratadas de igual manera cuando salimos por las puertas, no podemos beber las mismas copas que ellos porque se nos llamará borrachas o cualquiera que nos vea aprovechará tal situación. No podemos vestirnos con la ropa que nos apetezca, porque parece que hay ropa que provoca que los hombres se conviertan en animales y no tienen ellos la culpa, sino nosotras que los hemos incitado a ello con nuestra ropa y nuestros movimientos (nótese la ironía, por si hay algún despistado). No podemos volver solas a casa, como sí pueden hacerlo ellos. No podemos viajar solas a algunos países del mundo porque seríamos tratadas como ganado que se compra, se vende, se usa o se mata si no interesa. No somos libre aun, aunque llevamos un gran camino recorrido y estamos mucho más cerca que hace cincuenta años, aun no somos libres, aun nos queda lucha.
¿Significa esto que el hombre es el malo en este asunto? No, claro que no. La marea del 8 de marzo defendía la igualdad, no la superioridad de la mujer, una igualdad que debemos conseguir muy pronto en esta sociedad y trasladarla, después, al resto del mundo. Espero que un día no haya necesidad de un 8 de marzo, como tampoco celebramos ningún día del hombre, sencillamente porque no lo necesitan. Espero que un día se estudie en los libros de historia que hubo un momento en el que muchas mujeres morían a manos de sus parejas sentimentales, espero que llegue el día en el que ser hombre o ser mujer no condicione nunca para un puesto de trabajo. Pero sobre todo espero, que por eso empecé a escribir hoy, que todas las mujeres puedan llegar a sus casas sanas y salvas sin sentir el peligro, sin el miedo y que en sus casas sean esperadas y besadas, nunca golpeadas. ¿Pido mucho? Nadie tiene derecho a quitarle la vida a nadie, y si lo hace, creo que bien merecido tiene que una sociedad entera se pronuncie y lo prive de libertad para el resto de su vida.