Prejuicios, envidia, apatía, obsesión por las apariencias y muchas otras imperfecciones asolan en silencio nuestra sociedad hoy en día. Una espiral de situaciones que se repiten una y otra vez, generando bucles de conflicto y soluciones camufladas, es el principal causante de la mayoría de nuestros problemas, pero, ¿realmente queremos poner solución a todo esto? Nietzsche diría que no, sin ninguna duda.
Friedrich Nietzsche fue un filósofo, poeta, músico y filólogo alemán que condicionó por completo la filosofía del siglo XIX con su “Dios ha muerto”. En su obra “Así habló Zaratustra”, narraba la historia de un ermitaño con ese nombre, que un día bajó de las montañas al pueblo para anunciar la muerte de Dios. Esta muerte, por supuesto, es metafórica. Era un grito sordo hacia una sociedad cuyos valores habían quedados caducos. Ante esta situación Nietzsche distinguía dos grupos: los nihilistas pasivos y los activos. Los primeros eran aquellos que, ante el conocimiento de la ineficacia de sus actos y de esa caducidad de los valores, se resignaban a modificar su conducta, se aferraban a una visión pesimista de la vida de la que se engañaban para no salir. Los segundos, en oposición a estos, son aquellos que, ante la falta de valores crearán unos nuevos, adaptados a las necesidades del mundo y de sus personas. Estos corresponden con lo que Nietzsche conocía como “Superhombre”. Para que la historia avance, el hombre debe superarse así mismo.
De este modo, si trasladásemos estos principios a nuestros días, descubriremos que nuestras calles están inundadas de nihilistas pasivos, de entes que vagan resignados a valores sin trasfondo, a defender lo indefendible, al engaño.
Se han parado alguna vez a pensar cuántas veces escuchamos a alguien criticar a otra persona, con la que, incomprensiblemente, entabla una relación por interés. Cuántos escándalos se les permiten a los gobiernos, solo por el desconocimiento y la divinización de los gobernantes. Cuántos casos de corrupción se ven con una normalidad sorprendente, lo que nos hace preguntarnos si quizás haríamos lo mismo si estuviéramos en su caso. Cuánta caridad mostramos en momentos clave, cuando nuestro interés personal interfiere en una situación, pero cómo nos limitamos a cambiar de acera cuando vemos a una persona que se tiene que rebajar hasta los límites más indeseados de la decencia y la vergüenza para pedir dinero para comer. Cómo nos mostramos asolados cuando se muestran datos sobre las consecuencias del calentamiento global y la contaminación, pero cómo seguimos tirando papeles al suelo, malgastando folios o dejando el grifo o las luces encendidas.
Podría extenderme más, ampliando la lista de defectos, pero no es necesario.
Así, sin darnos cuenta, vivimos en una sociedad con las mismas circunstancias que la de Nietzsche. Unos se engañan a sí mismos, otros manipulan al resto y otros permanecen en la sombra.
Si Nietzsche levantara cabeza…
No se sobresalten, la vida seguirá igual y seguirán pasando generaciones, es inevitable. Pero, lo que si se puede evitar es vernos encadenados en el nihilismo pasivo. Si saben que algo no es correcto, no lo secunden. Si los actos son peligrosos para la reputación, reestructure la suya. Si nuestros valores se han quedado desfasados, reinvéntelos.