Hemos vuelto a perdernos. Lo que un día, allá por el siglo XVIII, se pensó como el gran proyecto de la razón, que tenía las pretensiones de liberar a la humanidad del yugo de la esclavitud -en un sentido más amplio del que todos pensamos al oír la palabra esclavitud- ha fracasado.
El mundo siempre estuvo lleno de fantasmas. Desde la antigüedad más prehistórica, la humanidad se ha dedicado al servicio. En sus inicios más remotos, las tribus o pequeñas sociedades de humanos suponemos que primariamente no se dedicaban más que a satisfacer sus necesidades más básicas, aquellas que les permitía, sin más, sobrevivir. Pero siempre, también desde los rincones más remotos de la historia, el ser humano se ha percibido a sí mismo despegado de su propia naturaleza (si se le puede llamar “su”), de modo que necesariamente, por el procedimiento natural de su psique, se vio abocado a ofrecer un especial servicio a aquella naturaleza que consideraba superior.
Así, desde siempre, en todo momento y lugar, hemos vivido nuestra vida en función de algo más. En todas las poblaciones, ciudades, estados e imperios, los seres humanos hemos dedicado la vida prestando nuestro servicio a algo mayor que el propio individuo. Hemos trabajado más por algo externo a nuestra existencia que por nuestra existencia misma. Y, curiosamente, este “algo-externo” siempre se ha visto materializado en una persona o dogma que ejercía las veces de nuestro Superior. El mundo siempre ha estado plagado de fantasmas.
No vamos a entrar aquí a investigar las causas o a buscar los responsables de la forma en la que nos han robado el timón de nuestra existencia. En lugar de eso, me gustaría exponer brevemente lo que me parece el núcleo de este problema, y ver cómo, a pesar de ser una cuestión ampliamente dilucidada a lo largo de la historia, parece que o bien no acabamos de enterarnos, o hay algo en nuestra naturaleza que no podemos evitar sin una compleja y larguísima educación, o bien simplemente el sistema en el que vivimos no nos deja hacernos conscientes de nuestra situación para apoderarnos de ella. Yo, personalmente, opino que es una mezcla de las tres.
Nuestra sociedad se está pudriendo por razones evidentes. No podemos estar un día sin mirar nuestro teléfono móvil, no podemos sentirnos entretenidos si no es con nuestras pequeñas dosis diarias de contenido audiovisual: no podemos sentirnos no entretenidos. Yo mismo sufro esta patología, y dudo muchísimo que tú, que me estás leyendo, no estés en el mismo caso.
Decía Platón en el libro noveno de su famosa República -a través de su maestro y amigo Sócrates- que no hay mayor esclavo que el tirano.
Todos tenemos en nuestro interior una parte salvaje, aquella más cercana a nuestros instintos animales. Según Platón, la intensidad de esta dimensión se nos manifiesta en sueños, donde cualquier tipo de deseo puede surgir. Y obviamente nos convertimos en tiranos cuando vivimos un sueño estando despierto, cuando lo único que deseamos en la vida es cumplir esos placeres que vienen de nuestra parte más salvaje, placeres que realmente no aportan nada a nuestra vida. Por este camino, solo conseguiremos satisfacer las falsas necesidades que se nos han ido creando en base a una confusión, la de no distinguir entre el placer y la felicidad. Y si vivimos en base a la satisfacción de falsas necesidades, yo creo conveniente y correcto decir que nuestra vida se convierte en una ficción. Una ficción enfermiza, pues entre tanto nos vamos creyendo que es la Realidad más correcta, que así es como se es verdaderamente feliz.
Todos tenemos nuestra casa llena de objetos que realmente no nos hacen falta en el más mínimo nivel. Tú, al igual que yo ahora mismo, probablemente tengas a tu alrededor infinidad de cosas que para nada son necesarias. Aun así, en su momento probablemente nos proporcionaron algún placer al haberlas adquirido, y además en cierta medida nos proporcionarán alguna utilidad.
Y aún así seguimos necesitando cosas, mirando nuestras redes sociales en busca de gotas de irrealidad que llenen el embalse de nuestras experiencias (sin darnos cuenta que nuestro embalse tiene un escape enorme en su superficie). Seguimos necesitando muchas cosas. La realidad es que las necesitamos. En este punto no nos pueden exigir no necesitar cosas como una cartera para guardar las tarjetas del banco, o una grapadora para tener ordenados los papeles, o una buena funda para que nuestro teléfono esté bien protegido, o una entrada del cine el día de nuestro cumpleaños.
Vivimos en una sociedad experta en crear tiranos y soñadores sin rumbo.
La libertad, la verdadera libertad, la que buscaban para el futuro los grandes sabios de nuestra historia, no tiene nada que ver con lo que haya ocurrido en ningún momento de la historia universal. Ocurre sin embargo en la intrahistoria, en pequeños rincones del mundo donde una persona se siente libre y feliz realizando un trabajo o cualquier actividad porque la ame en sí misma. Y aunque suene fácil al oírlo, sabemos que encontrar un ejemplo en nuestros círculos no es tan sencillo.
A través de los intereses de unos pocos tiranos que poseían demasiado poder se nos ha traído a un punto inflexible de la historia, donde la ficción supera a la realidad en grandísimas proporciones. El proyecto de la razón ha fracasado para la humanidad. Lo único que podemos hacer ya es afrontar ese proyecto como individuos, más que como especie. De esa forma, aunque seamos seres especiales dentro de un mundo poblado por zombis y gente dormida en sus sueños más salvajes, podremos al menos ser nuestros propios señores, y no esclavos de los deseos que nos consumen.
Así es como funciona hoy la esclavitud. Quien tiene deseos tan superficiales, nunca termina de cumplirlos porque nunca son lo suficientemente necesarios para complacer ese vacío. Siempre está necesitado de la mayor parte de las cosas, por lo que es un nido de vicios que, como poco, se vuelve muy pobre.
Así que, en un mundo donde los viejos fantasmas se han transformado en unos nuevos y más aterradores, no nos queda más que luchar en la medida en que nos sea posible por nuestra individualidad e intentar ser felices de una forma más humana.