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Aprendiendo a no aprender

No es difícil escuchar por doquier desde hace ya varios años discusiones y críticas sobre el sistema educativo español. Aunque como en cualquier tema, hay una gran variedad de ideas, curiosamente se suele coincidir en algo: el actual está siendo todo un fracaso.
Ya los niños de Primaria dan a conocer a sus familiares lo exhausta que puede resultar la situación, poniendo de manifiesto que echarle tantas horas a la lengua o a las matemáticas, realizando una y otra vez los mismos ejercicios, no es fácil de aguantar día sí y día también; mucho menos cuando el verdadero trabajo de los pequeños debería ser más jugar en la calle que sentarse en una silla frente a un libro de texto.
Así, la libertad que da el conocimiento queda oculta tras un sistema que más que asemejarse a una formación, pareciera una constante imposición de trabajos forzados, como si por el mero hecho de vivir en un país “desarrollado” los estudiantes debiésemos pagar esos crímenes que nadie nos dijo que habíamos cometido.
Y yo me pregunto: ¿acaso nadie se ha planteado por qué los niños dejaron de entrar entusiasmados al colegio para pasar a fingir estar enfermos con tal de no ir a clase? La respuesta está a nuestro alrededor; nuestros hermanos, hijos y sobrinos pueden pasar horas haciendo deberes y estudiando algo que muy probablemente olviden en poco más de tres meses.
Ruego que lean con atención esto que aquí se cuenta y reflexionen sobre ello: cuarenta y cinco horas semanales durante nueve meses memorizando información para olvidarla a la mínima oportunidad; y es que no podría ser de otra manera, no hay cabeza dentro de la media que pueda asimilar tanta información.
Pero tanto esfuerzo tendrá su por qué, ¿no? Resulta lógico pensar que ningún gobierno invierte millones de euros en algo que no vaya a aportar algún tipo de beneficio, y si bien el Informe PISA ha demostrado que sistemas educativos como el de Finlandia (cuya media de tiempo ocupado haciendo deberes y estudiando no pasa de la media hora) superan notablemente el español, ¿por qué nos empeñamos en continuar un método aparentemente ineficaz?

Aprender a no aprender, ese es el sentido oculto tras el anquilosado modelo educativo de nuestro país. No es difícil llegar a esto si año tras año, desde nuestra más tierna infancia hasta alcanzar el fin de la adolescencia, somos sometidos a una preparación frente a la vida que sólo aniquila nuestra curiosidad e ilusión por aprender.
Somos obligados a sobrevivir en un sistema diseñado para una sociedad que quedó atrás hace mucho tiempo, una sociedad donde la mano de obra en masa era necesaria y matar la imaginación era la perfecta manera de conseguirlo.
Echemos un vistazo a los centros educativos: seis asignaturas diarias (lengua, matemáticas, religión, ciencias, etc.) evaluadas todas y cada una de ellas de la misma manera, bien podría enfrentarse uno a un examen de biología que a uno de historia habiendo estudiado de la misma manera, ¿cómo es posible esto siendo dos asignaturas tan distintas?

La educación nos convierte en seres competitivos cuyo único objetivo es alcanzar una cifra, indiferentemente del esfuerzo, la creatividad o el entusiasmo con el que se ha emprendido la tarea. Aprendemos a no aprender, a recitar textos de memoria sin comprender su significado, a diferenciar gamas de colores sin plantearnos siquiera qué nos transmite cada tono, y, sobre todo aceptar que un nuevo punto de vista jamás será válido si no está impreso sobre las páginas de un libro.

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