Hacía rato que la noche había caído y, junto a ella la temperatura, provocando que el vello de los pocos valientes que se habían atrevido a salir a la calle se erizase; y, allí, en medio de una calle prácticamente desierta, Álex corría poseído por la euforia de su última victoria en las canchas de baloncesto; él y su equipo habían demostrado ser los mejores una vez más. Por eso corría, corría sin importarle que el frío viento de enero quemase sus mejillas, sin importarle las miradas interrogantes de los vecinos ni las gotas heladas de sudor que recorrían su espalda.
Saltó los escalones de la entrada de la casa que compartía con sus padres y su hermana pequeña con efusividad. Las olorosas prendas volaban formando un camino de ropa sucia que dirigía a los curiosos que deseasen seguirlo hacia el cuarto de baño, donde entró dando la espalda al espejo. Puso el agua caliente al máximo y se deleitó con el cálido vapor que calentaba su piel helada y junto al cansancio le concedían una visión de la estancia difusa, onírica incluso, como si las nubes hubiesen bajado a envolver su cuerpo dolorido y empañar todos los cristales.
Bajo el agua, sus manos acariciaron orgullosas la vellosidad que cubría sus musculosas piernas amoratadas, fruto de intensas aventuras, mientras entonaba con un fingido tono grave una canción que le concedía la libertad de fantasear con una voz tres tonos más bajos de lo que su naturaleza le permitió jamás.
Parecía estar claro que nada podría arruinar aquel día hermoso que, a pesar de ordinario, poseía la belleza de los detalles; incluso si…
¡Alexia! ¿Podrías hacer el favor de no tirar las cosas por ahí cada vez que llegas a casa?- tronó en voz severa entrando en el aseo.
Álex, mamá, me llamo Álex. Puedo recogerlo cuando salga, ¿algo más?
Resignado por las manías y dejadez de Alexia suspiró en medio del ambiente húmedo y asfixiante.
No, no es todo. Tengo algo para ti-su tono suavizó adaptando un tono reconciliador, alegre- es un regalo. Lo he dejado sobre tu cama. Espero que te guste cielo. Pero más te vale que cuando vuelva esté todo recogido, te lo advierto.
La puerta se cerró con un golpe disimulado tras la mujer, concediendo a Álex la tranquilidad de la soledad una vez más, aunque no tardó demasiado en iniciar una nueva carrera rumbo a su cuarto a la vez que iba amontonando ropa en sus brazos y, más tarde, acabaría formando una bola en un bonito cesto destinado a corregir el desorden al que acostumbraba.
Una vez todo quedó recogido a su parecer, se dirigió ansioso hacia la bolsa de papel depositada con cuidado sobre la colcha.
Sonriente y emocionado por el detalle sacó el contenido, pero en contra de sus expectativas y probablemente las de su madre, no fue corriendo a agradecer el gesto a su madre sino que, por el contrario, dejó caer el delicado vestido de seda.
Al girarse, una vez más, se encontró con ese odioso objeto, un espejo que su padre colocó a petición de su afable esposa, que jugaba a ser decoradora de interiores en sus horas libres. En el suelo se reflejaba la lujosa prenda tirada como un trapo más, una imagen insultante y obscena para la tela que había sido creada con el fin de vestir suaves curvas femeninas.
“Femeninas, no las mías” gritó Álex para sus adentros. Femeninas.
Presionó sus pechos voluptuosos y redondeados, sobre los que algunas lágrimas cristalinas habían caído. Gemidos desesperados se escapaban de entre sus labios agrietados. Y a su vez su reflejo se mofaba burlón ante él dibujando la amplia sonrisa del gato Risón en cada uno de los extremos de su vientre plano, haciéndole sentir el peso del que su actitud risueña y su personalidad imaginativa le habían permitido evadirse.
Llegados a este punto todo podría transformarse en la emotiva historia de un adolescente transexual incomprendido que convive día a día con sus demonios encarcelado en un cuerpo incorrecto; o siendo positivos podríamos encontrar una bonita lección de empatía, respeto y aceptación que acabarían en un final feliz; pero nada de esto ocurre pues no lo digo yo, sino que son palabras de Einstein aquellas que dicen “somos arquitectos de nuestro propio destino”.
Así pues, inspirado en el mayor científico que existió y en el mismísimo Unamuno, se lanzó contra el espejo, dispuesto a morder sus miedos provocando que mi bolígrafo llorase un mar de tinta y sorprendiéndome al desgarrar el folio para agarrar mi mano, mientras su sangre de letras impregnaba mi piel. “Yo soy Álex”, me dijo, “Álex es mi nombre, no obstante nadie me llama así pues me hiciste nacer en un cuerpo equivocado para enseñar cómo mis lágrimas brotaban al mirarme en un espejo. Pero yo no soy tu cuento, no seré un simple reproche que hagas al mundo ya que tú me creaste y yo valiente me negué a tu tiranía, que a quien hacer real deseas no puedes imponerle nada pues no solo es real su imagen, también lo son sus ideas.”
Yo quería contarte una historia, una real, no una inventada, pero nacen las ideas más brillantes de las formas más inesperadas. Tal vez es tarde ya para contar cuentos obsoletos, ya que por muy imaginativos que sean ya todo fue dicho alguna vez y no haría más que repetir una idea fingiendo no seguir un esquema. Por eso entre tanto garabateaba letras que construían delicadas rosas entre descripción y descripción, una espina de poesía brotó del papel y traicionera pinchó mi dedo sustituyendo la sangre
derramada por el veneno que reside en las más singulares ideas.
Entre estas cavilaciones estaba cuando en un abrupto estornudo un sueño se escapó de mi cabeza dejando una estela casi imperceptible en su huída. Salí pues disparada tras él tratando de alcanzarlo, hasta que me di cuenta de que hacía rato que la noche había caído y, junto a ella la temperatura, haciendo que el vello de los pocos valientes que se habían atrevido a salir a la calle se erizase; y, allí, en medio de una calle prácticamente desierta, vi a Álex correr poseído por la euforia de su última victoria en las canchas de baloncesto.