El verano, esa estación que más se me asemeja al crecimiento del ser humano. Pero como con todo, llega un momento en el que se acaba y toca decir adiós a la forma más juvenil de nuestro ser; a las risas infinitas, a la piel marroncita y a la ganas de salir y vivir. Porque aunque a nadie le guste, toca volver a la madriguera y al trabajo. Volver al hibernar.
Septiembre, ese mes que debería sustituir a enero en lo de ser el que da comienzo al año. Porque si de verdad hay un mes en el que nos hacemos promesas y nos proponemos retos es en este y no en otro.
Época de cambios; vuelta a clase, al trabajo, al café calentito y a los domingos de cuestionárselo todo, existencia incluida. Quedando atrás tal vez algún amor de verano, amigos que vinieron a visitarnos, lugares que nos maravillaron y momentos que siempre se recordarán.
Llegas tú, septiembre. Aquí estás como cada 12 meses. Te presentas de sopetón y sin avisar. Traes incertidumbre y algunos temores, pero ten claro que nunca, nunca serás igual; cada verano es uno, ninguno se olvidará.