Tras escribir una carta de despedida para su pequeña hija que aún ni siquiera había nacido, debido a que una enfermedad llevaba robándole la vida durante años, Esperanza se quedó sentada en la silla de su habitación con abundantes lágrimas en los ojos, observando su enorme barriga de seis meses, la acariciaba suavemente mientras cantaba una nana con la que su madre la mecía para que pudiera conciliar el sueño. No se dio cuenta del momento en que la puerta se abrió dejando ver a su marido Adrián, que se había quedado apoyado suavemente sobre el marco de la puerta mientras veía a su esposa llorar y cantar a su pequeña niña. Adrián en seguida cerró los ojos y se dejó llevar por la suave melodía que Esperanza entonaba, fue capaz de reconocerla al instante, era la nana que había sonado durante su boda, debido a la importancia sentimental que ésta tenía para la familia. Cuando la canción terminó, Esperanza se rompió completamente y empezó a llorar desgarrando con cada lágrima, el sensible corazón de Adrián, que se volvía vulnerable con el más mínimo gesto de tristeza en su adorada esposa; éste se acercó lo más rápido posible y la envolvió en sus brazos formando un cálido abrazo que consiguió que ambos se pusieran a llorar aún más desconsoladamente que minutos antes. Adrián levantó suavemente la cabeza de Esperanza, sosteniendo su mentón con los dedos:
—Estaremos bien, mi amor. — dijo suavemente.
—Te haré daño; una vez que la niña nazca yo… — no pudo continuar porque nuevas lágrimas volvieron a aparecer en sus ojos.
—Tú, estarás aquí conmigo. — ella negó suavemente con la cabeza.
—No, Adrián, yo no estaré. — él sintió que algo dentro suyo, se rompía, porque sabía que su esposa tenía razón, aun así, no podía permitirse mostrarse débil, no podía desperdiciar los últimos meses que le quedaban con ella.
—No pensemos en eso, cariño, aún no estamos seguros. — lo estaban, pero Esperanza decidió no hablar y volver a acurrucarse en los cálidos brazos de Adrián deseando que el mundo no fuera tan cruel con ellos.
Durante unos minutos, no existió nada más a parte de ellos dos, simplemente estaban dos almas desdichadas por el cruel futuro que les aguardaba, pero que se mantenían en pie, por el simple hecho de que el amor que se profesaban era mucho mayor que cualquier lazo de crueldad en el que el destino hubiera decidido enredarlos.
Pasaron dos meses, cada vez Esperanza estaba más decaída y cada vez más, Adrián se dejaba llevar por el humor que tenía su esposa; el ambiente navideño se podía notar ya que sólo quedaba un mes para tan señaladas fechas. Esperanza y Adrián, decidieron salir a dar un paseo para liberar la tensión que llevaban soportando durante varios meses. Una vez que estuvieron preparados, salieron al frío invernal de Madrid, donde vivían ya, desde hacía mucho, fueron andando agarrados de la mano como una pareja cualquiera, a diferencia de que ellos en vez que sonrisas encantadoras, ofrecían miradas tristes y ojos sin brillo ni color. Se sentaron en un banco, en un pequeño parque al que solían acudir a menudo.
—Me encantan las Navidades. – reveló Esperanza con la mirada perdida. — Son fechas en las que la familia está junta y en las que se olvidan las preocupaciones. — Adrián asintió, dando a entender que sentía lo mismo.
—Lo sé. — dijo este último. — A mí también me encantan. — hizo una pausa. — En estas fechas nos conocimos, ¿lo recuerdas? — inquirió. Ella sonrió de manera genuina mientras asentía lentamente.
—¿Cómo olvidarlo, Adrián? Desde el primer momento en que te vi, descubrí que había caído en el cruel juego del amor. — ambos sonrieron. — También por esta época, me pediste matrimonio.
—Es cierto. — recordó él. — Eran vísperas de Navidad y yo estaba muy nervioso, no sabía qué hacer ni dónde meterme. — rio tristemente. — Pero en cuanto tú apareciste por la puerta de tu casa, con ese vestido azul marino, todos mis miedos pasaron a ser mariposas de felicidad. Me enamoré de ti desde el primer momento en que te vi.
—Lo sé. — dijo ella. — A mí me pasó lo mismo, pero aún no puedo creer, que el chico torpe con el que tropecé en el metro, ese veinticuatro de Diciembre, esté ahora aquí, a mi lado, siendo mi esposo, mi mejor amigo, mi confidente y el amor de mi vida. — Esperanza cogió la mano de su esposo y la juntó con las suyas. — Quiero que tengas claro que te quiero muchísimo, Adrián.
—Yo a ti también, mi amor. — los labios de aquellos dos jóvenes se rozaron esa noche, ante la inmensidad de la ciudad de Madrid y de los sonidos que producían los miles de coches que se habían quedado parados con el tráfico, ante todo lo conocido y lo desconocido. Se separaron al cabo de unos segundos sonriendo plenamente.
—La Navidad ha sido nuestro escenario durante todas las cosas importantes de nuestra vida. ¿Te das cuenta? Incluso de nuestra boda — manifestó él el pensamiento que ambos meditaban en silencio.
—También lo será el día del nacimiento de nuestra niña. — dijo ella guiando la mano de Adrián que aún tenía entre las suyas, hacia su enorme barriga de ocho meses. — Y de mi muerte. — dijo apenas inaudible, pero lo suficiente para que Adrián lo oyera.
—No digas eso, por favor. — hizo una pausa y apretó los labios para no ahogarse en un mar de lágrimas. – Aún no estoy preparado para admitirlo. — miró hacia ella, que ya había dejado caer unas delicadas gotas de agua salada por su mejillas, y se apresuró a secárselas. — Cambiemos de tema. – dijo él de repente, lo que Esperanza agradeció con una profunda mirada y una triste sonrisa. — Estábamos hablando de las Navidades, no te desconcentres, preciosa. — Ella rio.
—Gracias. Y sí, estábamos hablando de las Navidades, de lo mucho que nos gustan.
—Exacto. — sonrieron.
—¿Recuerdas nuestro primer beso? — preguntó él al cabo de un rato.
—Por supuesto que sí. Era mi primer beso y estaba muy nerviosa, hace ya casi quince años de aquello. — hizo una pausa. — Adrián, me estoy dando cuenta de algo. — exclamó sorprendida.
—¿De qué? – preguntó él.
—Nuestro primer beso fue en Navidades, el veinticuatro. — dijo ella.
—¿En serio? — ella asintió. — Vaya, ahora sí que estoy sorprendido. ¿No crees que es demasiada casualidad, que el día en que nos conocimos, nuestro primer beso, cuando te pedí matrimonio y nuestra boda, fueran el mismo día? El veinticuatro de Diciembre, vísperas de Navidad.
—Siempre he dicho que la Navidad es mágica.
—Ahora estoy de acuerdo. — ambos sonrieron. Tras unos minutos más de conversación, volvieron a casa.
El último mes de embarazo y por lo tanto, de la vida de Esperanza, pasó muy rápido y antes de que se quisieran dar cuenta un terrible dolor, despertó a Esperanza en medio de la noche, el veinticuatro de Diciembre, la noche del veintitrés; antes de que se quisieran dar cuenta, ya estaban yendo hacia el hospital porque su niña venía en camino; antes de que se quisieran dar cuenta, Esperanza, estaba dando la vida en la sala de partos, con Adrián a su lado, para que su hija naciera con vida; antes de que se quisieran dar cuenta, ya tenían a la pequeña Soledad en sus brazos.
El médico que había atendido a Esperanza durante su embarazo, pidió a Adrián que abandonara la habitación para hacer las últimas pruebas, el doctor, un hombre bastante anciano, se sentó al lado de Esperanza, que aún tenía a su hija en brazos y le dijo:
—¿Está usted bien, señorita? — ella negó con la cabeza, dejando caer dos silenciosas lágrimas por sus mejillas. – ¿Cree usted en la magia de la Navidad? Recuerde que estamos a veinticuatro de Diciembre y son casi las doce. — ella sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos.
—No creo que la magia de la Navidad sea capaz de salvarme. No me queda ninguna esperanza ya. — el hombre, cogió una de las delicadas manos de Esperanza y la arrulló entre las suyas, haciendo sentir a la joven una sensación de plenitud y esperanza, como si con el simple tacto de aquel anciano hombre, un haz de energía, estuviera pasando por todo su cuerpo, dándole valor y fortaleza para seguir adelante.
—La esperanza es lo último que se pierde. — dijo. Cuando se quiso dar cuenta, el doctor, había retirado sus manos y se hallaba sonriendo en medio de la habitación.
—En seguida vengo, voy a avisar a su esposo. — antes de que ella pudiera decir algo, el hombre había desaparecido por la puerta y poco después, esta se volvió a abrir, mostrando a un Adrián, que intentaba mantener la entereza y la sonrisa.
Se sentó a su lado y esperaron juntos la llegada del médico. Esperanza lloraba en silencio mientras sostenía a su hija en brazos y Adrián estaba sentado a su lado, observando con lágrimas en sus preciosos ojos azules, una imagen que no volvería a repetirse, intentaba retenerla lo máximo posible en su memoria, pero sabía que en algún momento iba a desaparecer.
Al cabo de cinco minutos, el hombre mayor que se había ocupado de Esperanza, y uno más joven, llegaron a la habitación con una sonrisa que reflejaba absoluta felicidad. Adrián y Esperanza, no esperaban ni muchísimo menos, buenas noticias, pero al ver la felicidad que irradiaban los médicos, una pequeña hebra de esperanza apareció en sus corazones. El más joven de ellos exclamó:
—¡Esto es un milagro! ¡El tumor de la señorita Esperanza ha desaparecido por completo! — Esperanza y Adrián, esperaron unos segundos con la sorpresa recorriendo cada facción de sus caras. El mismo médico que había dado la noticia, dadas las caras de sus pacientes, explicó:
—Hemos hecho unos exámenes y donde antes había millones de células infectadas, ahora no queda ninguna, ¡debe ser el único caso registrado en el planeta! Aún no lo podemos creer.
—¿Esto está sucediendo de verdad? — preguntó Adrián con una voz llena de temblor. — ¿no está bromeando? Eso es imposible. No nos dieron ninguna esperanza. — Esperanza dirigió su mirada instintivamente hacia el doctor más anciano, este sonreía mientras la observaba, después asintió lentamente mientras ella le devolvía el gesto.
—¡Es un milagro! Su mujer está viva y continuará así, si Dios quiere muchos años más. — Adrián entendiendo que todo lo que relataba el médico era verdad, corrió a abrazar a su esposa, que lloraba aún más que antes.
—Te dije que la Navidad era mágica. — dijo ella entre el llanto. — No sé cómo, pero esta época me ha salvado.
—Estoy de acuerdo contigo, no sé cómo, pero ahora estás aquí conmigo, y no te voy a dejar escapar tan fácilmente. — besó suavemente sus labios. —Ahora ya puedes romper la carta que escribiste a nuestra hija. — Esperanza lo miró a los ojos sin poder creer lo que escuchaba.
—¿Cómo lo has sabido? — preguntó sorprendida.
—Simplemente lo sabía. No sé por qué, pero lo hacía. — Ella sonrió y repitió:
—La Navidad es mágica, y gracias a ella ahora estamos aquí, con nuestra pequeña Soledad en brazos y juntos, mi amor. — Adrián y Esperanza se besaron con su pequeña hija en brazos, porque estaban completos, pero sobre todo, juntos.
Así transcurrió la historia de dos personas que creían ciegamente en la magia de la Navidad, de dos personas que vivieron su vida inculcando a sus hijos las costumbres navideñas que habían tenido en su familia desde su nacimiento, de dos personas que se profesaban amor verdadero, de dos personas cuya creencia en la Navidad les había salvado. La carta y Soledad, ya son otra historia, pero la historia de estas dos almas nobles, termina aquí, el veinticinco de Diciembre, día de Navidad.
Tras encontrar esta vieja historia, no pude evitar publicarla; es yo en estado puro, es Navidad y es magia. Espero que os guste muchísimo.