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El más feliz, el que menos necesita

“No es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita”, una de esas frases que conforman mi filosofía de vida, y que, si nos detenemos un poco en ella, podemos comprender que somos más felices de lo que creemos. Basta con echar la mirada atrás unos años, unos más que otros, y visualizar aquel momento en el que éramos pequeños, en el que podíamos pasar el día jugando con un montón de tapones de  botellas, que nuestras madres nos daban con un  puñado de garbanzos crudos  y otro de arroz ¿lo recuerdas? ¿Recuerdas cómo te brillaban los ojos cuando tu padre te traía un puñado de chapas? Éramos felices con aquello, no pedíamos ni tener una cocinita porque con latas, tapaderas y tapones podíamos hacer una vajilla más útil que las que vemos hoy en IKEA ¡Qué tiempos aquellos! ¿Y qué me contáis de una lata a modo de balón? ¿Cuántas veces hemos jugado a “la lata”? Seguro que recuerdas aquel juego interminable  en el que uno tiraba la lata, que normalmente era una botella de dos litros llena de agua o de arena para que hiciera peso, y todos salían corriendo a esconderse, cualquier sitio era viable y pobre del que la “picaba” como alguien volviera a tirar la botella…

¡Con qué poco éramos felices! Nadie deseaba tener un teléfono de última generación, de hecho, yo con diez años no tuve ninguno y, aunque a algunos os parezca una locura, éramos muy felices. No teníamos grupos de whatsApp, teníamos grupo del futbol, del balonmano, de vecinos o, simplemente, de amigos que quedaban de hoy para mañana a tal hora y al día siguiente nos presentábamos todos en el sitio y a la hora acordada, había organización hasta para saber quien llevaba ese día el balón. El juego empezaba cuando el del balón llegaba, se hacían los equipos y a jugar hasta que una voz, desde lo alto de la calle, te llamaba por tu nombre y te decía aquello de “la comida está en la mesa”. Entonces, sin mediar más palabra, el juego acababa hasta el día siguiente. Hay que reconocer que a veces el juego acababa un poco antes, pues cuando el balón se colaba por algún tejado, más que acabar, cambiaba; pues ya el juego era “recuperar el balón de Fulanito”, si había que saltar una pared se saltaba y si había que llamar a una puerta porque podría haber caído en su corral, pues se hacía, porque mientras duraba el juego, el balón era responsabilidad de todos.

Ahora los niños quieren tener cosas que sus padres no pueden pagar, y los padres quieren que sus hijos tengan “aquello que ellos no pudieron tener”. Pero sin darnos cuenta le estamos quitando “aquello que tuvimos nosotros”. Estamos haciendo niños consumistas, niños dominados por el consumo y la necesidad de tener todo lo que sale por la televisión, niños que no dan valor a lo que tienen porque se nos ha ido de las manos este asunto. ¿Quizás era menos feliz el niño que se conformaba con jugar con unas chapas que el que necesita una table de 300 euros?

Y volviendo a nosotros, los adultos, ¿qué nos hace felices? ¿Necesitamos mucho más de lo que tenemos para ser feliz? ¿Está la felicidad en esas zapatillas o en ese coche nuevo que no necesito? ¿Compramos lo que queremos o lo que la sociedad nos impone? ¿Somos lo que realmente queremos ser? ¿Me he convertido en el adulto con el que soñaba  ser de pequeño?

“La felicidad es la certeza de no sentirse perdido” (Jorge Bucay)

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Sobre el autor

Soy una joven extremeña, natural de Zahinos, un pueblo al sur de Badajoz, poblado por gente humilde y trabajadora del campo, aunque también hay otros sectores. Fue en mi pueblo donde fui al colegio y, más tarde, a la localidad vecina de Oliva de la Frontera, donde fui al instituto tanto para la Educación Secundaria como para el el Bachillerato. A los 18 años fui a Cáceres para estudiar en la Universidad, y ahí estuve siete años, que como todo el que ha estudiado fuera sabe, fueron los mejores años de mi vida. Allí aproveché bien el tiempo, pues terminé la Licenciatura de Filología Hispánica (2012), la Licenciatura de Teoría de la Literatura y Literaturas Comparadas (2013) y el Máster Universitario en Formación del Profesorado de Educación Secundaria con Especialidad en Lengua y Literatura (2014). Al año siguiente me mudé a Huelva, me casé y empecé a prepararme oposiciones, cosa que no dejaré de hacer hasta conseguir mi ansiada plaza y poder trabajar para siempre en un centro de secundaria. Por el momento, me conformo con la vida actual que tengo, disfruto de la familia que he formado junto a mi pareja y mi hija y saboreo, también, las pequeñas oportunidades laborales que el sistema me permite, habiendo trabajado como profesora ya en dos centros en Madrid y uno aquí en Huelva, la ciudad donde vivo.


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