Los libros marcaron mi infancia y mi adolescencia, durante muchos años fueron mi vida, y la única ventana que dejaba abierta al mundo. He de reconocer que era una rata de biblioteca, me pasaba las horas encerrada en mi habitación, sumergiéndome en multitud de historias.
Esos mundos eran totalmente mágicos, ahí podía ser todo lo que quisiera, la heroína, la aventurera, una hechicera, y cómo no, una princesa, pero no una princesa normal y corriente, sino una guerrera.
Nunca entendí esa necesidad que mi vida dependiera de otra persona, ni que tuviera que esperar en mi castillo a que alguien viniera a salvarme. En mis historias solo buscaba una sola cosa, ser fiel a mí misma y proteger a los más necesitados.
A día de hoy, ese papel no ha cambiado, sigo queriendo lo mismo, pero el desarrollo se ha vuelto más maduro, no hay tanta cursilería ni medias tintas, todo gira en torno a seguir mi destino, ese que no está escrito. Ese que creo a medida que pasan los años.
He de reconocer que ya no leo tanto como antes, quizás debido a esta caótica sociedad en la que vivimos, va tan deprisa que cuesta seguir el ritmo. Y a veces una no sabe cómo repartir las horas entre trabajo, familia, amigos, ponerte al día con películas y series, socializar y hacer lo que te gusta. Así que voy por temporadas.
Sí hay algo de lo que estoy segura, es que la lectura me salvó innumerables veces, y sé que siempre estará ahí cuando la necesite