15 de febrero de 2052
— Hola Mamá. — dice Jimena emocionada al tiempo que cruza la puerta de entrada de su casa.
— Hola, cariño, ¿qué tal te ha ido hoy en el instituto? — le pregunta Carmen a su hija que está cursando el último año en el instituto antes de marcharse a la universidad.
— Pues genial. La profesora de Historia de España nos ha dado un texto para que lo comentemos. Es un artículo de un periódico que se llamaba “El País”. ¿Te suena de algo? — La mujer se sonríe acordándose de la época en la que ese periódico era uno de los más famosos del país y asiente con la cabeza a la pregunta de su hija. — Pues el artículo es de una mujer que estaba en el último curso de instituto cuando se desató la crisis del coronavirus, esa de la que me has hablado tantas veces, porque tú también eras joven cuando esto pasó, ¿no? — Pregunta Jimena mostrando bastante interés por el tema.
— Sí, ya te lo he contado otras veces. En 2020 yo había cumplido los dieciocho años. — dice la mujer.
— Madre mía, cómo pasa el tiempo, ¿no crees? — Carmen asiente de nuevo con la cabeza, ciertamente compungida. — Te voy a leer el artículo, mamá, a ver qué te parece. — Las dos caminan hacia el salón y se sientan en los sofás. La adolescente comienza a leer con devoción un artículo que produce en su madre sensaciones indescriptibles y tan lejanas como familiares.
“El virus nos ha cambiado a todos, tenemos miedo, pero tengo el firme pensamiento de que, a la vez, tenemos la voluntad suficiente como para seguir hacia delante. Han pasado tantas cosas en tan poco tiempo, ahora los españoles somos personas nuevas, ya no somos los mismos que hace seis meses. Hoy, 20 de Julio de 2020, sabemos que esta lucha no ha terminado todavía, sabemos que la vida aún tiene mucho que demostrarnos, y, sobre todo, sabemos que la naturaleza puede ser tan letal y dañina como hermosa y beneficiosa para todos los habitantes del planeta.
Estoy segura de que cuando seamos padres, tíos, abuelos o bisabuelos, tendremos que escuchar a los más pequeños de nuestra casa hablar sobre esta pandemia que ha cambiado, no solo a todos los habitantes del mundo, sino también a nosotros como país, porque lo que nosotros estamos viviendo, pasará a los libros de historia dentro de menos tiempo del que esperamos. Pero hoy no quiero hablar del virus, no quiero hablar de esa palabra que mencionamos no menos de diez veces al día, no quiero hablar de enfermedad, de sueños muertos, de esperanzas echadas a perder por el dolor… hoy quiero hablar de nosotros, de quiénes somos gracias a esto, de cómo hemos cambiado. Quiero hablar de sentimientos, de emociones, de sueños… y, sobre todo, quiero hablar de vida.
Hace un tiempo, cuando la mayoría de mis amigos, que son un año mayor que yo, se fueron a estudiar a la universidad, descubrí la importancia de las relaciones, de las amistades y de los sentimientos que se crean entre unas personas y otras en la época de la adolescencia, descubrí muchas cosas cuando me di cuenta de que mi grupo de amigos se iba a separar después de haber compartido tantos años juntos… este sentimiento se elevó a la máxima potencia cuando decretaron el estado de alarma. Hemos pasado más de un mes sin ver a nuestra familia y a nuestros amigos, por lo que yo, en este tiempo en el que he estado confinada en casa, me he dado cuenta de muchísimas cosas. Cuando de verdad hay un momento en nuestra vida en el que sufrimos, en el que sentimos que nuestro mundo tal como lo conocemos se viene abajo, nos damos cuenta de quiénes son nuestros verdaderos amigos, comprendemos que hay personas que nos quieren tal y como somos, que nos aprecian, que nos ayudan en los momentos más duros de nuestra existencia y me da mucha pena… porque vivimos engañados pensando que las personas que tenemos a nuestro lado son realmente nuestros amigos, cuando, en realidad, nunca lo fueron…
En esta cuarentena he descubierto algo que debería de haber descubierto hace muchísimos años y es que tengo una familia maravillosa, una familia que me apoya en los malos momentos, que me ha hecho confiar en mí misma siempre, bajo cualquier circunstancia. Si en algo me puedo apoyar para darle un toque de optimismo y positividad a esta experiencia extraordinaria, en el más amplio sentido de la palabra, es en el vínculo tan fuerte que se ha creado entre mi familia y yo; hemos reforzado las murallas, ya fuertes de por sí, de nuestra relación y creo, sinceramente, que esto en una familia, es algo increíble y ciertamente reconfortante.
Gracias a este virus, hemos aprendido que un abrazo puede ser perjudicial, que un beso puede ser mortal, que el cariño y el afecto pueden ser un arma de doble filo y nos pasamos la vida amando cuando quizás el amor es el dolor más grande que sentiremos en nuestra vida. Y, es cierto que este virus nos ha cambiado la vida… llevo más de cuatro meses sin abrazar a mi abuelo… es la persona más fuerte que conozco, ha pasado por tantísimo… que jamás lo había visto amilanarse ante nada, ahora él, un ejemplo a seguir para muchísimas más de las personas que él mismo cree, tiene miedo a este virus que nos oprime y nos hace sentir más dolor del que deberíamos.
Quiero despertar, querida España, quiero dormirme y despertarme en un mundo nuevo, un paraíso en el que todos seamos como siempre, un valle de magia indescriptible en el que los abrazos sean legales, en el que los besos sean la medicina para curar la más férrea de las enfermedades; porque esta situación nos ha hecho sentirnos débiles ante las lágrimas, enfermos frente a la salud más absoluta.
Hay algo en todo esto que me duele más que todo lo demás. Hoy en día, todos nos pasamos las horas muertas leyendo noticias, viendo el telediario, intentando aprender todo lo que podamos de este virus para saber cómo reaccionar ante él… En una de estas noticias, vi una que me llamó especialmente la atención y era del número de ancianos que fallecían en soledad, lejos de sus familias, aislados de su mundo tal y como lo conocían… y duele, queridos lectores, este tipo de información duele porque todos tenemos parientes cercanos que podrían estar en esta misma situación.
Y por eso hoy, 20 de Julio de 2020, pido paciencia, pido ayuda y auxilio, pido silencio y aguante, pido una dosis de ilusión y de sueños para todos aquellos que, alguna vez, la perdieron, pido consideración y respeto para con todos nuestros mayores que están en peligro, que sufren en soledad y pido amor, amor del de verdad, amor unido al sacrificio de ayudar a las personas que más queremos y que más nos necesitan.
Seamos responsables y luchemos por aquellos a los que amamos con todo nuestro corazón. Gracias a todos.”
Un silencio repentino inundó la habitación mientras las lágrimas corrían raudas por el rostro de Carmen. Su hija se preocupó por su reacción.
— ¿Qué pasa, mamá? — dice. Carmen se enjuagó las lágrimas y se dispuso a contarle a su hija lo que había sentido desde el primer momento en el que había comenzado a leer.
— ¿No está firmado? — pregunta. Jimena niega con la cabeza. — He tenido esta reacción porque ese artículo… lo escribí yo… cuando estaba en Segundo de Bachillerato. — Su hija abre los ojos desorbitadamente. — Es normal que te sorprendas, cariño, pero tuve cierto reconocimiento cuando tenía tu edad, les entregaba muchos escritos a mis profesores y ellos los presentaban a los periódicos. Tuve mucha suerte y este lo publicaron en uno de los periódicos más importantes de aquel entonces. Sé que nunca te lo había contado, pero la crisis de 2020 fue muy complicada, espero que lo entiendas. — termina de contar la mujer. Jimena se levanta y comienza a andar por el salón. Se pasea callada unos instantes y después exclama:
— MAMÁ, ¿TÚ ERES CONSCIENTE DE QUE TENGO QUE HACER UN COMENTARIO DE TEXTO SOBRE UN ARTÍCULO QUE ESCRIBISTE TÚ? — Su madre sonríe y le tiende los brazos a su hija que la abraza emocionada. — Mi comentario será el mejor de toda la clase, te lo puedo asegurar. — Las dos sonríen, Jimena regodeándose en el orgullo que siente hacia su madre y su madre sumergiéndose en el baúl de los recuerdos que tanto dolor le causaba…
Este es mi homenaje a las víctimas del coronavirus en nuestro país y en todo el mundo. Sigamos luchando contra el dolor, contra la enfermedad y contra el desaliento. Mucho ánimo y muchísimas gracias por el apoyo incondicional.