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El vuelo del águila y el oso

«Houston… aquí base Tranquilidad, el Águila ha alunizado»1 son las primeras palabras que llegan al Centro Espacial John F. Kennedy cuando, con 39 segundos de retraso sobre la hora prevista, el módulo lunar Eagle se posa sobre la superficie de nuestro satélite completando uno de los hitos más grandes de la Humanidad y la promesa del fallecido presidente Kennedy de llegar a la Luna antes de terminar la década de los sesenta.

Un hecho que en el ideario general menos especializado supuso el hito más grande de la carrera espacial, hizo que Estados Unidos arrasara a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y que se alzara en lo más alto del podio de esa carrera —una más del maratón que fue la Guerra Fría— que en pleno siglo XX hizo despertar ilusiones tanto en niños como en ancianos, hizo surgir tecnologías hoy imprescindibles e hizo demostrar de lo que es capaz el ser humano cuando persigue su propio límite. Algo equiparable a cómo lo plasmó la mente genial de Kubrick en su «2001: Una Odisea del Espacio»2: es el primer ser vivo que ha conseguido salir de su propio planeta, que ha conseguido desarrollar la capacidad técnica y lógica para hacerlo, es el segundo gran salto evolutivo de la Humanidad tras el uso de la primera herramienta hace millones de años; algo que sigue asombrando a día de hoy cuando se reflexiona el tiempo preciso.

Sin embargo, esto no fue del todo como el ideario de Hollywood nos ha transmitido durante décadas, Estados Unidos tenía un serio competidor, uno que —objetivamente— lo superó, existieron unos hitos que tuvieron, aún hoy en día, un valor incalculable y que, además, no fue EE. UU. el que los logró, al menos en parte. Si interesándonos un poco sobre la Segunda Guerra Mundial aprendemos que fue la Unión Soviética quien tuvo el mayor peso en la derrota nazi —y no el soldado Ryan de la mano del Tío Sam—, también aprenderemos quién ganó y llevó el mando principal de esa época tan apasionante como fue la carrera espacial. Este reportaje no descubre nada para cualquier aficionado al «mundillo espacial», no reinventa la rueda, expone la otra parte menos contada de la carrera espacial; solo desarrolla, como debe ser siempre, la verdad.

Con la mirada puesta en el cielo

El génesis de la carrera espacial lo encontramos al término de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos lanza las bombas atómicas Little Boy y Fat Man sobre Hiroshima y Nagasaki respectivamente, abre un nuevo orden mundial y se posiciona a la cabeza del poder militar en todo el globo. La URSS, por tanto, debía acortar esta distancia con su rival occidental si quería tener importancia internacional como contrapunto a la influencia capitalista de Estados Unidos en la nueva situación geopolítica que estaba naciendo y que no cambiaría hasta el final del siglo XX.

Para esta tarea la URSS recurre al ingeniero Sergei Pavlovich Korolev —el cual, curiosamente, fue repudiado por Stalin y enviado a un campo de trabajo en 1939—. Esto supone que en menos de un lustro los soviéticos, sirviéndose de cohetes alemanes «V-1» y planos capturados, construyeran una réplica del modelo alemán, el misil «R-1». Este proyectil estaba pensado para llevar consigo su bomba atómica, recién desarrollada; sin embargo, el peso de las cabezas nucleares soviéticas requería un bólido de más propulsión, por lo que el equipo encabezado por Korolev desarrollaría el cohete más avanzado de la época, el «R-7 Semyorka», capaz de transportar una carga a una distancia de 7000 km. El desarrollo de este nuevo misil duraría casi una década, siendo su primer lanzamiento en 1957. «Como misil era malo. Se demoraban mucho en prepararlo para el despegue. Mientras se desarrollaban otros cohetes más eficientes, el “R-7” fue dedicado exclusivamente a la exploración espacial»3, cuenta el excosmonauta Georgei Grechko.

La exploración del cosmos se convirte en una cuestión de Estado para ambas potencias; en el caso de la URSS, el desarrollo de la cosmonáutica fue incluido oficialmente en el Sexto Plan Quinquenal, desarrollado entre 1956 y 1960. La carrera espacial ha comenzado.

El primero en nadar en el espacio

Los viajes al espacio eran posibles y así lo querían demostrar la URSS y Korolev, este a la cabeza del programa espacial soviético. Para ello, se inicia el Programa Sputnik («satélite») que logra poner en órbita, el 4 de octubre de 1957, al primer satélite artificial de la Historia, el Sputnik 1. Con forma de esfera y un peso de 83 kg., este pequeño satélite —que apenas se componía de un par de transmisores de radio y cuatro antenas— se convirtió en un arma de propaganda importantísima que demostró las capacidades técnicas y científicas de la URSS sobre las de su rival estadounidense. Cuatro meses más tarde, y tras varios intentos fallidos que supusieron un descrédito importante, EE. UU. logra poner en órbita su primer satélite, el Explorer 1. El Sputnik afecta a la conciencia general estadounidense, se pensaba que Estados Unidos era superior técnicamente y este revés genera escepticismo hacia el programa espacial, en parte debido a las grandes cantidades de dinero usado por el Gobierno para financiarlo.

Tras este éxito, Nikita Jrushchov, dirigente de la Unión Soviética, solicita una nueva misión espacial para el cuadragésimo aniversario de la Revolución Rusa de 1917, se plantea la puesta en órbita de un ser vivo. Esto deja al equipo encabezado por Korolev apenas cuatro semanas para construir una nueva nave —ya se estaba construyendo previamente otra cuya puesta en órbita estaba prevista para un mes después, sería el Sputnik 3—, el nuevo satélite estaría compuesto de un módulo de soporte vital con un generador de oxígeno, un ventilador, aparatos de medición, comida y una bolsa de residuos. El animal escogido fue Laika, una perra callejera de Moscú. El Sputnik 2, nombre dado a esta nueva nave, es lanzado con éxito el 3 de noviembre de 1957 y supone para la URSS la primera puesta en órbita de un ser vivo en la Historia.

Sin la tecnología suficiente aún para hacer un reingreso satisfactorio de un ser vivo en la Tierra, Laika muere entre cinco y siete horas después de la puesta en órbita debido a un fallo de los controles climáticos y al consecuente sobrecalentamiento de la cabina. Sin embargo, este hecho no fue inconveniente para ver que la Unión Soviética había vuelto a conseguir otro hito espacial por delante de Estados Unidos, cada vez más pesimista ante los triunfos soviéticos.

Posteriormente, ya en 1960, el programa espacial soviético abre un proceso de selección de aspirantes para intentar conseguir su siguiente paso en la carrera espacial, la llegada del ser humano al espacio. El Programa Vostok («Este») será creado como consecuencia de este objetivo. Se presentan 3500 aspirantes en total, de los cuales, tras diversas selecciones, resultan tres: German Titov, Grigori Nelyubov y Yuri Gagarin. Al final el elegido será este último, quien se convierte, el 12 de abril de 1961, en el primer ser humano en el espacio a bordo del Vostok 1. «Korolev terminó escogiendo al hijo de campesinos Gagarin —dice Grechko—, nosotros pensábamos que el más listo y el mejor educado era Titov. Pero el jefe consideró aspectos en los que nosotros, como ingenieros, no habíamos pensado: cuán apuesto era el candidato, su sonrisa. Y tenía razón»3 más atrás. Titov volará cuatro meses después en el Vostok 2, será el tercer hombre en el espacio tras el vuelo estadounidense de Alan Shepard el 5 de mayo de 1961, 23 días después que Gagarin.

Este gran éxito está seguido de otras hazañas por el lado soviético como el primer vuelo espacial de más de un tripulante, la llegada de la primera mujer al espacio de la mano de la ingeniera Valentina Tereshkova —voló el 16 de junio de 1963 en el Vostok 6, 20 años antes que la primera mujer norteamericana— y, sobre todo, el primer paseo espacial fuera de la nave, realizado por el cosmonauta Alexei Leonov el 18 de marzo de 1965. El propio Leonov recuerda: «Korolev nos había dicho: “Así como un marino a bordo de un buque tiene que ser capaz de nadar en el océano, un cosmonauta debe saber flotar en el espacio”».3 más atrás

Elegimos ir a la Luna

«Elegimos ir a la Luna en esta década y hacer las otras cosas no porque sean fáciles, sino porque son difíciles, porque ese objetivo servirá para organizar y medir lo mejor de nuestras energías y habilidades, porque ese reto es uno que estamos deseando aceptar, uno que no estamos dispuestos a posponer, y uno que pretendemos ganar, y los otros también»4. Así motivaba el presidente Kennedy, a comienzos de la década de los sesenta, al escéptico y pesimista pueblo estadounidense que, tras los fracasos nacionales y la ventaja soviética, veían con recelo todo el programa espacial norteamericano; el mandatario estadounidense quería que apoyaran el nuevo Programa Apolo, el proyecto de la NASA destinado a llevar al Hombre a la Luna —este programa vendría a sustituir al ya completado Mercury, cuyos objetivos eran desarrollar la capacidad de vuelo orbital—.

Los principales objetivos de la carrera espacial ya han sido superados por la URSS: el primer satélite artificial, la primera sonda espacial, el primer ser vivo en el espacio, el primer hombre, la primera mujer, el primer vuelo de más de un tripulante, el primer paseo espacial, la primera estancia sin traje espacial, la primera sonda en fotografiar la cara oculta de la Luna, primera estación espacial —Salyut 1—, primeros «aterrizajes» de sondas en la Luna, Venus y Marte; y a todo esto habría que añadir la puesta en órbita de la estación espacial Mir («paz») en los últimos años de la carrera espacial. Por consiguiente, el ejecutivo soviético no está dispuesto a gastar más dinero en un objetivo tan poco útil como llevar una persona a pisar la Luna; sabedor además de la ventaja que les llevaba el programa norteamericano en este sentido. Estados Unidos, ya sin apenas objetivos que cumplir como pioneros, se centra totalmente en un solo esfuerzo: llevar al Hombre a la Luna. La Unión Soviética, en cambio, mantendrá un programa espacial descentralizado y sin apenas objetivos a largo plazo para no asumir costes innecesarios.

Esto es aprovechado por el programa estadounidense que, teniendo como único objetivo llegar a la Luna y enfocando sus máximos esfuerzos en ello, sabe mediatizar de forma sublime este hecho y de transmitir como nunca a todo el mundo la importancia del alunizaje del Apolo 11…

Neil Armstrong deja su huella eterna en la superficie lunar a las 2:56 del 21 de julio de 1969 en Mar Tranquilitatis («Mar de la Tranquilidad») mientras pronuncia sus famosas palabras que serán reflejo de la capacidad del ser humano para desarrollar los objetivos que persigue. Un ser vivo de un planeta ha tenido la capacidad de salir de dicho planeta y hasta de viajar a su propio satélite y caminar por él. La Humanidad se superó a sí misma a ambos lados del Telón de Acero. Mientras hoy, con un nuevo espíritu espacial que parece resurgir nuevamente, esperamos la llegada a Marte, no podemos dejar de recordar todo lo que como especie conseguimos; porque sí, porque nos lo merecemos, porque —por fin— el Águila alunizó

1 Neil Armstrong, Mar de la Tranquilidad, 20 de julio de 1969

2 2001: A Space Odyssey, Kubrick S., EE. UU./RU, Metro-Goldwyn-Mayer

3 Cosmonautas: cómo Rusia ganó la carrera espacial, BBC, 2014

4 John F. Kennedy, Universidad Rice, 12 de septiembre de 1962

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