Cierro la puerta del coche, llueve a cántaros. Hacía años que no veía llover de aquella forma en París, he podido ver cómo la tierra comenzaba a rechazar tal exceso de agua para verter al asfalto algunos ríos de lodo que se perdían calle abajo. Me quito las gafas repletas de gotas de agua para secarlas con el jersey, la patilla derecha ha cogido algo de holgura, tendría que reservar alguna hora para acercarme a la óptica esta semana. Bueno, ya veremos. Salgo de mi mundo y echo un rápido vistazo al reloj del salpicadero, las 7:42. Cinturón, motor, limpiaparabrisas, France Musique, primera marcha.
Avanzo por el pasillo del instituto, mochila a un hombro, hoy toca Enseñamiento moral y cívico a los alumnos de Première. Les he preparado una clase más visual sobre libertad de expresión así que llevo la mochila llena de ejemplos para enseñarles. Solo espero que al menos les cale algo, casi veinte euros me ha costado imprimir todo en cartulinas. Entro en la sala de profesores, «buenos días», digo como saludo. Cuatro cabezas se levantan al unísono y me responden lo propio, los profesores más puntuales ya se habían marchado a sus respectivas aulas mientras que los que quedaban esperaban su hora repasando temario o corrigiendo alguna tarea. Todo se hacía rodeado de un solemne silencio. Me quito la parka y lo dejo sobre una silla, echo un último vistazo a lo que tengo en la mochila para comprobar que está todo y enfilo el camino hacia el pasillo del segundo piso.
«…en definitiva, es aquí donde, por primera vez, se recoge explícitamente el derecho de poder expresar cualquier opinión de forma libre en nuestro país», digo mientras dejo sobre la mesa una cartulina con una fotografía de la Constitución francesa de 1791. Con una rápida ojeada puedo ver cómo ya comienzo a perder la atención de la clase, sé distinguir cuando los chavales dirigen sus ojos hacia mí, pero en realidad no están mirando nada, ni mucho menos escuchando. «Ahora voy a mostraros una serie de dibujos sobre Mahoma, el profeta musulmán. Es interesante precisamente por cómo, de una forma cultural, unos individuos consideran esto algo poco más que indiferente y otros lo consideran la mayor de las ofensas. Eso sí, voy a pedir antes de enseñarlos, que, si alguien no se va a encontrar cómodo viendo esas ilustraciones, por favor, puede abandonar el aula si lo desea», dicho esto, saco un par de cartulinas con sendas portadas de la revista Charlie Hebdo. «Seguro que recordáis bien los atentados de hace cinco años…».
Un estrepitoso timbre anuncia el final de la jornada y, lo que era mejor, el inicio de las dos semanas de vacaciones de otoño. No sé qué es lo que voy a preparar, pero me gusta la idea de pasar unos días en el sur, nunca he visitado Marsella. Salgo a la calle, el cielo parece haber dado un respiro y se percibe algo de azul entre las nubes, al menos ya no llueve. Entro en el coche y me voy a casa.
Bzzzz, bzzzz. Escucho vibrar el móvil desde la cocina, lavo el último tenedor y me acerco para ver de qué se trata. Una compañera del instituto me manda un enlace de Facebook y me pide que lo mire corriendo. Qué raro, le hago caso. El enlace lleva a un vídeo de un señor con cara enfadado mirando a cámara e insultándome. Parece ser que es el padre de unos mis alumnos, la verdad es que no estoy muy puesto en el tema de padres por lo que no me extraña no reconocer su cara. Me insulta por haber enseñado a los chicos las caricaturas de Mahoma, me amenaza. Cierro el vídeo. No descartaba algún tipo de queja al instituto por aquello, pero no había imaginado que se llegara hasta aquel punto. Pero bueno, no era el primer chalado que me insultaba ni sería el último. Tras el vídeo, tuve la imperiosa necesidad de lavarme la oreja. Compruebo que el termo de agua está en orden y me meto en la ducha dispuesto a ser abrazado por el agua caliente.
Bip, bip. Bzzzz. Aquel maldito trasto seguía sonando cada vez más. Aún secándome el pelo cojo el móvil, treinta y siete llamadas perdidas, todas de números ocultos. Reconozco que aquello me asustó aún más. No soy ningún tremendista, pero tampoco un loco. Mañana, para hacer la compra, daré una vuelta más larga.
Hago crujir la grava del camino a mi paso, la verdad es que hacía mucho tiempo que no pasaba por aquel parque, el viento me despeina un poco el pelo. Hace un día gris, las nubes amenazan con descargar de un momento a otro. Acelero el paso. De forma casi instintiva observo a las personas que tengo a la vista, gente con el mismo frío que yo que acelera el paso ante la lluvia inminente. Dos ancianas, un jardinero, un señor en traje y dos adolescentes en chándal hablando sobre baloncesto mientras un tercero se les acerca para preguntarles sobre, parece, la hora que es. Medio minuto después, veo por el rabillo del ojo cómo el chico que preguntaba camina rápido hacia mí, viene por mi perpendicular, a la derecha. Clavo mi mirada en él casi en el instante en el que él clava algo a la altura de mi hombro. Noto el metal frío chocando contra un hueso, no sabría decir cuál. Noto la sangre caliente y pegajosa empapando el jersey, pero también empiezo a dejar de notar cosas. Dejo de notar cómo de mi hombro sale lo que parece un puñal tintado de rojo, dejo de notar cómo se vuelve a introducir en mi cuerpo, dejo de notar cómo caigo de bruces contra la grava mientras las zapatillas del chico se ponen delante de mis ojos. Dejo de notar cómo la lluvia comienza a emborronar todo a mi alrededor, o quizás no fuera la lluvia.
«Continuaremos, profesor. Defenderemos la libertad que usted enseñaba tan bien. Sostendremos el laicismo. Preservaremos los valores de la República que encarnaste de forma tan sublime…». Aquella voz me sonaba, la había escuchado muchísimas veces en televisión y la vuelvo a escuchar ahora. Era Emmanuel Macron, presidente de la República Francesa. La verdad, pensé, jamás había estado en un funeral como aquel, lástima haber sido el protagonista. Estaba todo engalanado, gente a la que conocía y a la que no, le pareció el patio de la Sorbona, aunque no estaba seguro. Estaba demasiado cambiado, en las paredes estaban proyectadas la silueta de Marianne y las letras del lema francés, «Liberté, Egalité, Fraternité». Libertad, igualdad, fraternidad… repetí en mi mente.
Libertad.
Igualdad.
Fraternidad.