(Gisela, 15 años)
Todas mis amigas van a ir de compras esta tarde, pero yo les he dicho que me duele mucho
la cabeza y que no puedo ir. No quiero ver cómo se prueban pantalones que se les ajustan perfectamente a las caderas mostrando una silueta tan idílica como la de los anuncios de
Woman Secret, mientras que yo me pruebo una falda tan ajustada que ni siquiera puedo
terminar de cerrar su cremallera. Mi madre me ha preguntado que porqué no he salido con
ellas esta tarde, pero le he puesto la misma excusa que a mis amigas, tampoco quiero hablar
con ella del tema, de hecho, no quiero hablar del tema con nadie.
¿Por qué nos sentimos así? ¿Por qué ninguna chica se siente a gusto con su cuerpo? Mi
poco conocimiento del sexo opuesto me impide saber si los chicos también son de esta forma,
pero lo cierto es que tengo curiosidad. Estoy harta de tener miedo, harta de sentirme inútil,
harta de pensar que no valgo para nada; que tener sobrepeso es lo peor que te puede pasar
en el mundo. Quizás soy hipócrita al hablar de superación, de valor, de ganas de vivir,
porque yo soy la primera que necesita aplicar todos los consejos que da, pero quiero contar
mi historia, quiero que nadie vuelva a sentirse como yo me siento.
Evito mirarme al espejo por las mañanas; cuando me cepillo los dientes, miro hacia el
lavabo mientras pienso en mis cosas o me organizo el día. Me enjuago la boca de la misma
manera, siempre mirando hacia al lavabo, no quiero verme, tengo miedo a odiarme más de
lo que ya me odio. Tampoco me gusta comprarme ropa, es algo que me avergüenza, que me
hace sentir la persona más ridícula sobre la faz de La Tierra.
Los complejos son algo que me persiguen desde hace años, vaya donde vaya y los temo,
porque soy perfectamente consciente de que me pueden llevar hacia los límites más
insospechados de la locura. Supongo que todos en algún momento de nuestra vida hemos
sentido que no valemos para nada, que somos objetos inservibles tirados en medio del
desierto; pero hay varios niveles dentro de la inseguridad, y creo que yo estoy en uno muy
pero que muy alto. Mi miedo al espejo comenzó hace dos o tres años, había comenzado a
desarrollar mis caderas y eran más voluminosas de lo que yo hubiera deseado, además, el
pecho que ya comenzaba a crecerme, tampoco era lo que yo esperaba, se quedó en un intento
de pecho, mucho más pequeño que el de todas mis amigas. Mi madre siempre me decía que
no debía tener complejos con mi cuerpo, pero como ya he contado, no me gusta tratar este
tema con ella, me da vergüenza, me siento débil y desprotegida frente al peligro de ser una
persona completamente ignorada por el cánon de belleza de la sociedad. Ahora mismo me
encuentro sola en mi casa, mis padres se han ido a pasear, mi hermana, dos años mayor que
yo, se fue hace una hora con sus amigos y yo comienzo a darme cuenta de que no estoy aquí,
de que ya ni siquiera formo parte de este mundo. La vida comienza a recordarme todo lo
malo que poseo, toda la tristeza que me embarga pese a mi corta edad, pero esto es algo
normal, me pasa a menudo. Sin embargo, en la mayor parte de las ocasiones, trato de
evitarlo, escucho música, escribo o incluso leo mi novela favorita una y otra vez; esta vez no
puedo parar este tipo de sentimientos tan dañinos.
Deseo con todas mis fuerzas que lleguen mis padres, pues no sé si puedo controlar mi cabeza
ahora mismo. Rectifico, no puedo controlar la cabeza. “¡Gorda, ten más cuidado!”, me dijo
ayer un chico de mi clase cuando me choqué con él sin querer; todos los compañeros que lo
oyeron comenzaron a reírse y a burlarse siguiendo el precedente que había sentado un chico
que no sabía lo que se sentía al ser humillado públicamente. Estaba acostumbrada a
sentirme grande y pesada, pero no sabía qué era que me insultaran, nunca nadie se había
atrevido a hacerlo hasta el día de ayer, hasta aquel momento en el que sentía que el mundo
se caía a mis pies, en el que sentía que mi vida carecía de sentido, en el que sentía que mi
vida carecía de mi propia vida. Quería irme, quería desaparecer, resguardarme en el sólido
refugio de mi habitación hasta que todo pasara, hasta que la vida decidiera dejarme ir. Me
levanto de la cama, me siento poseída por el miedo y por el ansia de acabar con lo que llevo
años empezando; “¡Gorda!”, “¿Sabes lo que son los gimnasios? Deberías ir a uno,
querida” Pensamientos entrelazados me quitan el alma, avanzo hacia el cuarto de baño.
“Menuda bola de grasa”, siento que me voy, que cada vez estoy más cerca de los infiernos.
“GORDA”, veo una luz blanca, se me nubla la vista.
Mis padres llegan a casa, acaban de salvarme la vida.
Las mujeres se sienten sometidas por la sociedad. Y estoy segura de que todas y cada una de
las mujeres que todos consideramos perfectas, están repletas de complejos y de obsesiones
por su cuerpo, su mente o incluso su forma de ser. Y no porque la mujer sea un ser débil que
necesita ser arropado y acurrucado en el seno de los hombres, sino porque la sociedad no nos
permite creer que somos perfectas tal y como somos. El maquillaje para ser más guapas, los
tacones para sentirnos más esbeltas, la depilación para ser más femeninas. ¿Hasta qué punto
debemos creernos lo que nos inculca una sociedad que incita al consumismo?
Esta historia que he contado no está basada en hechos reales, pero perfectamente podría
estarlo. Y por desgracia, a todo esto, no le damos la visibilidad que merece. Cuando ponemos
la televisión, vemos un vídeo de Youtube, reproducimos una película en Netflix, solo vemos
cuerpos perfectos, vemos cuerpos “90 – 60 – 60” y, ¿de verdad se creen todos aquellos que
supervisan los anuncios, las películas, los vídeos que esa visibilidad del cuerpo perfecto es un
avance para una sociedad completamente libre? Las mujeres nos sentimos presionadas,
creemos que tenemos que ser perfectas en todos los aspectos de nuestra vida y las personas
que podrían demostrar que no hace falta, no hacen nada para cambiarlo.
Los complejos nos van a acompañar durante toda la vida, y me dirijo a vosotros, queridos
lectores y lectoras para deciros que no es necesario que os dejéis llevar por ellos. Me gustaría ponerme de ejemplo y deciros que es muy fácil obviar todo lo que pensamos de nosotros mismos, pero no puedo hacerlo, porque yo, al igual que vosotros, tengo mis fallos, mis
defectos, mis debilidades. Yo como vosotros, soy humana, me equivoco, me caigo una y mil veces, pero me levanto también otras tantas. Yo tal y como vosotros soy una persona que tiene complejos, que se mira al espejo todos los días y piensa que puede mejorar en su físico y en su personalidad. Lo importante es trabajar en todo aquello que queremos cambiar de nosotros mismos y cambiarlo.
En este escrito trato temas muy delicados, tales como el bulling o el suicidio. Espero que lo hayáis disfrutado, ¡nos vemos en el próximo! Un beso.