Ha pasado solo un año desde las últimas navidades y todo parece tan distinto que no resulta posible creer que solo haya sido una vuelta al sol. Este año muchos nos hemos olvidado de las lentejuelas y las hemos cambiado por pijamas calentitos con colores y motivos navideños ¡No nos queda otra!. Ojalá y estas navidades sean recordadas como las navidades de la responsabilidad, pues no parece ni medio normal, ni aceptable, que sean las de la tercera ola, ni las del covid (eso ya ha sido el año entero), ni las de la fiesta máxima (eso parece muy lejos), ni la de la reunión de familia y amigos (eso es lo que peor llevamos)… debe ser la navidad que nos deje a todos vivos con la ayuda de la responsabilidad de todos y cada uno.
El primer cambio, al menos para mí como madre, ha sido no poder asistir al evento de fin de trimestre del colegio. Hablo de ese evento que año tras años en todos los colegios reúne a sus alumnos, desde los más pequeños hasta los más grandecitos, a cantar o bailar canciones navideñas. Siempre ha sido un evento en el que cada padre o madre ha ido a ver a sus pequeños artistas y volvía a casa con la sensación de que la navidad había comenzado en ese instante. Pero la pandemia nos quitó ese momento y nos lo sustituyó (en el mejor de los casos) por vídeos protagonizados por nuestros pequeños. Y no son los únicos cambios, de hecho, hasta los famosos boletines que los padres debían devolver firmados también han sido sustituidos por formatos digitales, cosa que parece que vino para quedarse.
Otra tradición muy navideña que se ha perdido debido a la situación, o a eso creo yo que se debe, es la bandejita que había en las pequeñas tiendas españolas con dulces navideños y la botella de anís al lado. ¡Anda que no gustaba entrar en una tienda y comerte un polvorón! ¿Y esas mañanas de compras navideñas cuando llegabas a casa con un poco de mareo entre tanto vasito de anís? Este año el único mareo que traigo cuando salgo de compras es de olor a alcohol, pero alcohol de lavarse las manos, una mezcla de olores que no hace falta que describa porque todos los vivimos diariamente.
También han cambiado las mesas grandes (o así debería ser) y este año nos reunimos en grupitos pequeñitos. En mi casa, por ejemplo, en Nochebuena seremos cuatro, que somos la unidad familiar, y con multitud de videollamadas. ¡Qué suerte que esto nos haya pasado en la era digital! No quiero ni imaginar cómo sería esta situación sin poder ver, aunque sea a través de la pantalla, a los padres y hermanos. Ahora bien, recuerdo cuando a las doce justas todos los años intentábamos llamar y las líneas estaban colapsadas hasta las doce y cuarto, lo que me lleva a preguntarme «¿se habrán preparado las compañías para la que les viene este año?» Lo descubriremos en pocos días…
Y es que este año las navidades no tienen las famosas reuniones de empresas, ni los legendarios conciertos multitudinarios, ni las tiendas abarrotadas, ni las tradicionales mesas llenas de comensales… Quizás porque durante mucho tiempo pensamos en unos motivos navideños que hoy se han visto cambiados, pues en esta navidad lo que la gente debe valorar es estar en una mesa, es estar vivo, es estar sano. Lo que tantas veces hemos dicho que nos tocaba el 22 de diciembre, cuando nuestros décimos no eran los premiados, es este año el tesoro más codiciado, y es que sin salud los villancicos no tienen ritmo, ni las luces muestran color, ni la familia puede reunirse. Ojalá y todo el mundo sea consciente de que este año debe ser diferente para que el año que viene todos estemos alrededor de la mesa.