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El destino de las miradas

Entonces la vio, jamás habría creído que se iba a enamorar de una chica como ella. Existía una posibilidad entre mil millones de que aquellas dos personas se juntaran, pero el destino es caprichoso cuanto menos y quería verlos en la misma vida, en la misma parada de autobús cuando los estudiantes alborotados abarrotaban las calles, desesperados por llegar a tiempo a sus exámenes de enero. Había una fila de personas detrás de ella que gritaban furiosas para que se diera prisa en montar en el autobús, pero ella estaba teniendo dificultades para hacer lo que, con muy malas formas, le pedían. Se tropezó y estuvo a punto de caerse, pero alguien la sostuvo para que aquello no ocurriera y la ayudó a subir al autobús. Natalia caminó hasta que encontró un asiento vacío, casi al fondo del vehículo y Carlos la siguió y se sentó a su lado.

  • Gracias por ayudarme antes. — le dijo. Carlos sonrió.
  • Gracias a ti por dejar que te ayudara. — le respondió él. Y esta vez le tocó sonreír a ella.

Natalia, que siempre había tenido complejos por su cuerpo poco convencional, se sorprendió de que un chico de aquellas características estéticas perfectas se hubiera dirigido a ella y le hubiera hecho un favor tan enorme. Tantos insultos asolaban la mente de aquella chica tan insegura de sí misma a cada paso que daba…

  • ¿Qué estudias? — le preguntó Carlos mirándola como si fuera la persona más hermosa del planeta. Natalia se sonrojó al instante y se puso ciertamente nerviosa al responder a su pregunta.
  • Filología, Filología Hispánica. Estoy en mi primer curso. ¿Y tú? — se atrevió a preguntarle.
  • Yo estudio… — un grito proveniente de un asiento delantero interrumpió la conversación entre los dos chicos que no podían dejar de mirarse a los ojos.
  • ¡GORDA! — exclamó mirando a Natalia. Un grupito de gente que se encontraba a su alrededor le río la gracia y ella miró a Carlos totalmente avergonzada.
  • ¡TÍA! ¡SI NO CABES POR LA PUERTA DEL AUTOBÚS, PÍLLATE UN TAXI! — gritó otro miembro del grupo apoyando el comentario de su amigo.
  • ¡O UNA GRÚA! — aportó otro. El autobús entero prorrumpió en carcajadas y Carlos se levantó del asiento y se dirigió a todos ellos.
  • ¿Sabéis una cosa? Me dais lástima, chicos. Ojalá en todas vuestras cabezas huecas tuvierais una ínfima parte de la inteligencia que tiene esta chica. — y de repente se sentó y nadie volvió a girarse hacia ellos, nadie los volvió a mirar, tan solo cuchichearon sobre ellos. Pero Carlos y Natalia no dejaron de mirarse a los ojos en ningún momento, no dejaron de apoyarse ni un solo segundo, se dieron el mundo entero en unas sencillas miradas.

Llegaron a la facultad de Natalia y Carlos se levantó y le tendió la mano. Los dos caminaron hacia la salida bajo la mirada atenta de todos. Él no le soltó la mano, continuó caminando a su lado hasta que llegaron a la puerta de la facultad y entonces él le comentó que él estudiaba Historia en el mismo edificio que ella, en la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres. Continuaron avanzando, todavía agarrados de la mano, pero esta vez Natalia tomó la delantera para guiarlo hasta su clase. Cuando llegaron, ella se giró hacia él y, contrario a todo lo que Carlos se hubiera imaginado, Natalia lo abrazó y se sintió como nunca antes se había sentido, se sintió libre y protegido al mismo tiempo, como si nada ni nadie pudiera separar aquel amor que había surgido de la nada.

  • Gracias… — dijo Natalia esperando a que él dijera su nombre una vez que se separaron.
  • Carlos — respondió él a su vez sonrojándose y revolviéndose el pelo con nerviosismo. — Con todo lo que ha pasado no me he dado cuenta de decirte mi nombre. — Ambos rieron como si estuvieran solos en aquel pasillo lleno de gente.
  • Yo me llamo Natalia. — le dijo ella a pesar de que a él ni siquiera se le hubiera ocurrido preguntarle. Carlos la miró a los ojos de nuevo y se quedó unos segundos observando detenidamente sus preciosos ojos ámbar que resaltaban sobre el resto de su rostro esculpido en cálido y bello mármol. Sonrió.
  • Tu nombre es casi tan hermoso como tus ojos. — Natalia bajó la mirada hacia el suelo y Carlos, muy suavemente, como si se fuera a romper en mil pedazos, le acarició la cabeza e hizo que volviera a mirarle a los ojos. — ¿Sería tan amable la señorita de decirme qué examen ha venido a hacer? — Ella rio risueña.
  • Historia de Europa. — respondió. — ¿Y usted, apuesto caballero? — preguntó siguiéndole el juego al chico que no podía parar de mirar.
  • Entonces, ¿le parezco apuesto? — Ella volvió a enrojecer y de nuevo Carlos se rio. — Yo también vengo a hacer el examen de Historia de Europa. Sabía que los de Filología y los de Historia compartíamos asignaturas, pero no sabía que en Filología habría una chica tan sumamente interesante como tú. — La chica lo miró incrédula, como si no se terminara de creer que aquel precioso momento estuviera ocurriendo con ella como protagonista.
  • No soy tan interesante, Carlos, solo soy una chica más que llama la atención no precisamente por algo bonito y estético. — Al decir aquellas sórdidas palabras, su rostro se oscureció de repente, se entristecieron sus preciosos ojos color ámbar, empalidecieron sus mejillas sonrosadas.
  • Pues a mí me pareces una persona preciosa… y eso que aún no te conozco demasiado. — respondió el chico intentando que Natalia recuperara su sonrisa.
  • ¿Aún? — preguntó ella asombrada.
  • ¿Acaso te creías que nuestra historia acabaría con un “adiós” y un “gracias” en la puerta de un autobús lleno de gente que ni siquiera merece la pena? Yo no, Natalia, yo no. — hizo una breve pausa. — ¿Tú te crees que esas personas tienen el derecho a insultarte y a hacerte daño con esas palabras? Te lo digo yo, cariño: No. Tú eres una persona maravillosa, con un potencial enorme, con un cariño seguramente inmenso a lo que amas. No te conozco, Natalia, pero sé quién eres, sé quién eres porque he mirado tus ojos durante veinte minutos mientras estábamos sentados en el autobús y, ¿sabes qué? Que he hecho un análisis de tu alma que me dice que es la más pura que yo haya visto nunca, que es buena, que es hermosa, que es capaz de amar por encima de todo y de todos. No quiero que te hundas por comentarios como los que has presenciado en ese estúpido autobús, porque vales muchísimo más de lo que te crees. ¿Y sabes otra cosa? Que no tienes que temer que nadie te insulte nunca jamás, porque yo voy a estar ahí para protegerte cuando tú sola no puedas, Natalia. Porque no sé qué demonios has causado en mí para que te esté diciendo todo esto cuando apenas hace media hora que te vi por primera vez en mi vida… pero me has llamado la atención de una forma única, porque tú eres una chica única. — Natalia lo miraba con ojos llorosos y él se apresuró a secar las lágrimas que amenazaban con aflorar de ellos mientras seguía hablando. — No me llores, Natalia, no puedo verte así. Solo te pido que no salgas corriendo por todas las locuras que te acaba de decir un chico raro al que acabas de conocer, porque no sé porqué has gritado de mi nombre sin siquiera abrir los labios, pero hazlo mil veces más, por favor. — Ella lo miró de nuevo y, sin saber cómo, dejó de llorar y lo abrazó de nuevo.

Y dos personas que no se conocían de nada, que no se habían visto en la vida fueron arrastradas por un destino que los instaba a estar juntos, que hizo que se enamoraran desde el primer momento en que se vieron. Aquella mañana del frío mes de enero, Natalia se dio cuenta de que el físico era solo una fachada, de que el amor no entiende de colores, formas o motivos, de que el amor es una montaña rusa que no para de subir y todos encontramos en la vida a alguien que se sube con nosotros, seamos como seamos, tengamos una forma u otra de amar. Natalia y Carlos fueron felices, se vieron, disfrutaron el uno del otro durante el resto de su historia de amor después de aquel primer encuentro… porque supongo que la vida quiere darle a todos la oportunidad de explotar su felicidad, pero, sobre todo, la vida nos da la oportunidad de amar, siempre de amar.

 

 

 

 

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