A menudo me planteo qué es lo que sentirán los profesores cuando llegan a una clase universitaria de ochenta o cien personas, se suben al estrado que está situado en la parte delantera y empiezan a explicar la lección que les corresponde, con cientos de ojos prestándoles toda su atención; debe ser una situación vertiginosa. Y también con más frecuencia quizás de la que debería, pienso en si de verdad están haciendo bien su trabajo, en si realmente creen que los alumnos entienden todas sus explicaciones con tan solo citarlas en un monólogo perceptiblemente interminable. Hoy vengo a hablar sobre la educación, y no solo sobre la educación universitaria, sino también la primaria o la secundaria.
Durante toda mi vida, he tratado de obtener la máxima cantidad de información posible cuando un profesor se presentaba en mi clase y comenzaba a hablar, sin embargo, no siempre era algo sencillo. Cuando somos pequeños, tendemos a absorber toda la saber que se nos ofrece, nos formamos en leer y escribir sin darnos apenas cuenta; pero a medida que vamos creciendo, el aprendizaje se complica. Está científicamente comprobado que los niños tienen mayor capacidad de absorción de la información que los adultos y, es por ello que es aprender, por ejemplo, un idioma, es mucho más difícil una vez llegada nuestra madurez.
Cuando llegamos al instituto, comenzamos a ser conscientes de la realidad que nos rodea, tenemos profesores especialistas en materias determinadas, ya no es como en la educación primaria en la que nuestros profesores tenían nociones generales de todas las asignaturas y podían darnos tres o cuatro disciplinas que no tenían nada que ver entre sí. En mi primer año de instituto, comencé a darme cuenta de cuán determinante puede ser un profesor en la vida de un alumno, de cómo puede una sola persona arruinar una asignatura o convertirla en la mejor del año; porque todo depende de cómo se explique algo. Gracias a varios profesores, estoy en la universidad estudiando Filología Clásica y gracias a otros tantos, no estoy estudiando Física, Matemáticas o Medicina. Recuerdo la primera vez que asistí a una clase de Literatura en segundo de la ESO, nuestro profesor nos contó un mito de origen egipcio; nos lo explicó durante tres días de clase y es una historia que recuerdo con exactitud desde ese mismo día en el que empezó a relatárnosla. Muchas veces se dice que el profesor hace la asignatura, pero supongo que también tienen que ver en este planteamiento nuestros gustos.
La educación en España siempre ha sido duramente criticada, sin embargo, a pesar de que tiene numerosos defectos que contaré a continuación, tiene otra serie de virtudes que no se suelen mencionar. Hace pocos meses, vi un documental en el que se hablaba de la Teoría de la Evolución, de Charles Darwin, una teoría que casi todos los españoles conocen por haberla estudiado en la asignatura de Biología. Pues bien, les puede parecer curioso este dato, pero esta parte de nuestra evolución que está comprobada científicamente no se da en ciertos centros educativos del mundo porque compromete la realidad teológica. Hay profesores de Biología que creen fielmente en la aparición del ser humano brindada por la Biblia y no explican, ni creen, por supuesto, en la Teoría de la Evolución de Charles Darwin. En España, por suerte, no tenemos ese problema; en nuestro país se cuentan todos los datos que se han resuelto y comprobado empíricamente.
Sócrates, el gran filósofo clásico griego fue condenado por su propio pueblo, por los atenienses que lo acusaron principalmente de perturbar a la juventud, ¿y sabéis lo único que hizo Sócrates por los jóvenes? Ayudarlos a pensar, a desmontar ideas equivocadas que tenían en la cabeza que habían sido implantadas por una sociedad que tan solo pensaba en la corrupción de sus mentes. En la Segunda Guerra Mundial, Hitler decidió quemar todos los libros posibles para evitar la formación académica de los habitantes que estaban bajo su control. Con la Inquisición, se prohibieron libros que pudieran ser contrarios al pensamiento religioso o que pudieran, de algún modo, alterar los ideales de las personas que los leyeran. También tenemos otro ejemplo en España con el Franquismo; se prohibieron cientos de libros que fueran contrarios al régimen del General Franco durante su dictadura y todos los avances que se habían producido en cuanto a la educación se refiere durante la Segunda República Española fueron abolidos.
¿Qué tiene que ver la dictadura franquista con la condena de Sócrates en unos años tan remotos?, Lo que pretendo, con todos estos datos históricos que aparentemente tienen poca relación entre sí, es demostrar que la inteligencia y la educación siempre han sido abolidas por los organismos políticos. La sabiduría es el poder de cambiar el mundo y también el saber que podemos cambiar el mundo con ella. Los políticos que, generalmente, han sido totalitarios en la historia de nuestro planeta trataban de hacernos presos de sus palabras, sin darnos la libertad de poder elegir nuestros propios pensamientos políticos. Y respondiendo a la pregunta que planteaba anteriormente, ¿qué tiene que ver la dictadura franquista con la condena de Sócrates? Pues, queridos lectores, tiene que ver mucho más de lo que ustedes se piensan. Franco relegó a las mujeres a academias de señoritas dando un paso atrás en la formación de las mismas, privándolas de su derecho igualitario de educarse. Los atenienses condenaron a Sócrates porque pretendía que los jóvenes pensaran por sí mismos y que no se dejaran llevar por un gobierno que, al igual que otros muchos, trataba de manipularlos.
En España, he presenciado clases eternas de profesores que llegan para soltar un monólogo de dos horas sin la búsqueda de ningún tipo de intervención por parte de los alumnos. Y son, en definitiva, clases aburridas en las que los alumnos ni siquiera intentan prestar atención a lo que los docentes dicen. Una clase no es un monólogo, no es un discurso en el que una persona trata de imponer su criterio al de todo el mundo, ni siquiera es una charla en la que se tiene que acatar todo lo que diga una sola figura. Según el método socrático, la enseñanza se basa en un diálogo entre el maestro y el alumno, que es la forma en la que el discípulo realmente entiende el porqué de las cosas porque se las plantea de una forma en la que nunca lo había hecho. Es complicado aplicar el método socrático en nuestro sistema educativo, sin embargo, deberíamos hacerlo.
Hace unas semanas, nuestra profesora de griego nos planteó la pregunta de… ¿Qué diría Sócrates si presenciara una clase universitaria de hoy en día? Y una de las respuestas de las personas de mi clase fue: “Diría que los profesores lo están haciendo todo mal”. La profesora se rio, pero le dio la razón absoluta.
Según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, la palabra “profesor” significa “Persona que ejerce o enseña una ciencia o arte.” Y enseñar, no es contar esa ciencia o arte que señala el diccionario sin más; enseñar es hacer que las personas que están escuchando entiendan lo que se les está contando. Un maestro es una figura, a menudo, determinante en nuestras vidas. Como he dicho previamente, una serie de profesores de literatura, de latín y de griego son los responsables de que yo esté hoy estudiando una carrera que tan gratificante es para mí y son también lo que han conseguido que yo quiera dedicarme a la enseñanza. No quiero decir que el método socrático sea quizás el más indicado para desarrollar en las aulas de hoy en día, pero a lo mejor, una buena forma de aprender a enseñar es tratando de enseñar no con el monólogo y la prepotencia, sino con humildad y diálogo.
Espero que les haya gustado esta reflexión sobre la educación de hoy en día. Es un tema que debemos de tener presente, ya que nos afecta a todos. ¡Nos vemos en el próximo, y… Sapere aude!