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Diario de una docente interina en año de oposición

Estamos viendo llegar mayo, el mes en el que tradicionalmente hemos elegido dónde, cómo y cuándo disfrutar de las vacaciones de verano; para un docente interino en año de oposición, mayo es  la guantada en la cara, es la voz que te grita que ya no queda nada, es la conciencia que te culpa por no haber estudiado más, es el mes antes del examen.

Este año, en medio de toda la pandemia, los profesores de secundaria que no somos funcionarios, tenemos que presentarnos a una oposición para demostrar nuestra valía, a pesar de que muchos compañeros lleven más de una década en las aulas y han pasado con nota muchas de estas. Se trata de un proceso de oposición bastante injusto, pero son las reglas con las que un día, en nuestra primera oposición, empezamos a jugar, aceptando cambiar de destino cada semana, aceptando dejar familias e hijos pequeños para atrás y aceptando la posibilidad de que en cualquier momentos podríamos pasar a engordar las listas del paro. Y no soy yo de las que pido que me regalen una plaza ni nada de eso, sigo pensando que para conseguir un puesto fijo debo medirme con todos los que haya en ese momento y resultar de entre todos la mejor o, en su defecto, de las mejores. Otro tema aparte es cómo conseguir un examen capaz de descubrir quién es mejor para este trabajo, pues bien sabemos que el actual no es demasiado certero.

En cualquier caso, como este año tenemos este evento o pesadilla, no sé bien cómo llamarlo; quería explicar aquí mi día a día para que haya quien entienda la razón por la cuál muchos compañeros deciden no estudiar más y abandonar esta carrera de fondo que no parece tener fin.

El día comienza todo lo temprano que quieras levantarte, sabemos que el centro en el que trabajo abre a las ocho de la mañana y que lo ideal es levantarme un poco antes para que me dé tiempo a estudiar algo, aunque sea poco. Esto hace unos años era muy sencillo, pues no tenía hijas, ahora tengo dos y no todas las noches son iguales.

Cuando preparé la primera oposición ni tan siquiera contaba con que a las ocho entraba en el instituto, no trabajaba; en la segunda tenía trabajo, pero no tenía niñas; en la tercera tenía una hija y ahora, en mis cuartas oposiciones, tengo dos; con lo que hay noches que he dormido dos horas. Difícil eso de levantarse temprano.

Bueno, no pasa nada, no me he levantado temprano para estudiar, pero a las siete y media no puedo negarme, me levanto y me meto corriendo a la ducha, preparo a las niñas y las llevo antes de entrar a trabajar al cole (aula matinal) y a la guarde, pues cada una tiene una edad distinta y tengo que recorrer media ciudad para dejar a cada una en su sitio. En mi caso, puedo repartirme esta tarea algunos días con mi mujer porque su horario es parecido al mío y nos repartimos las niñas como el que reparte caramelos, una coge un coche y a otra el otro. Pero aquí pienso en aquellas madres que tienen parejas que entran antes que ellas a trabajar y no tienen esta ayuda que tengo yo en mis mañanas… ¡ufff ! ¡qué complicado todo!

En el instituto intento dar lo mejor de mí, intento que mis alumnos aprendan y el tiempo se me pasa muy rápido. Cuando tengo alguna hora libre la utilizo para preparar clases o corregir, todo lo que pueda adelantar para no tener que invertir la tarde en ello, aunque no siempre lo consigo.

Las dos y media, salgo del centro, recojo a las niñas y voy a casa; cuando quiero sentarme en la mesa son casi las cuatro de la tarde, pero no pasa nada, lo importante es que ya estoy en casa y si termino rápido de comer, pronto estaré estudiando. Esto antes era también mucho más fácil, cuando no había niñas, pues el cansancio no era el mismo, ahora sin mi cabezadita en el sofá no puedo concentrarme. Total, que entre que recojo todo, me tumbo quince minutitos, hago el café, le doy el pecho al bebé y me siento en la mesa del despacho para primero terminar de preparar las clases del día siguiente y después estudiar, no antes de las seis.

A las ocho, haya hecho lo que haya hecho, ya tengo que levantarme, debo bañar a las niñas, preparar la cena, la comida para el día siguiente, preparar la ropa y recoger juguetes, hay juguetes por todas partes. Esas dos horas en el despacho las he podido tener porque mi pareja se ha quedado con las niñas, si no puede un día quedarse con ellas, no dispongo de esas dos horas.

Son las diez de la noche, una niña ya está dormida y la otra tiene su toma larga de pecho, puede estar una hora agarrada a él, sé que debería darle el pecho mientras repaso el tema siete o mientras leo unos casos prácticos, pero no puedo, me pone muy nerviosa hacerlo, sobre todo ahora que la niña está pasando una racha en la que pega tirones debido a una de esas crisis del crecimiento o de lactancia.

Niñas acostadas, tengo dos opciones, me meto en el despacho o me quedo un ratito en el sofá con mi mujer para hablar de cómo nos ha ido el día, para ver la tele o simplemente para descansar una en el hombro de la otra. Sé que quizás debería optar por la opción del despacho, pero no lo hago…  Normalmente me quedo dormida, a duras penas me llevan a la cama, al poco tiempo el bebé despierta para una nueva toma de pecho y en un cerrar y abrir de ojos, ya son de nuevo las siete y media de la mañana.

Todos los días me digo, “Mañana estudiaré más”, pero lo cierto es que el día siguiente no es muy distinto, se repite una y otra vez y al principio lloraba de impotencia; ahora no lloro, me conformo, es lo único que puedo hacer, he aceptado que el día tiene veinticuatro horas.

 

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Sobre el autor

Soy una joven extremeña, natural de Zahinos, un pueblo al sur de Badajoz, poblado por gente humilde y trabajadora del campo, aunque también hay otros sectores. Fue en mi pueblo donde fui al colegio y, más tarde, a la localidad vecina de Oliva de la Frontera, donde fui al instituto tanto para la Educación Secundaria como para el el Bachillerato. A los 18 años fui a Cáceres para estudiar en la Universidad, y ahí estuve siete años, que como todo el que ha estudiado fuera sabe, fueron los mejores años de mi vida. Allí aproveché bien el tiempo, pues terminé la Licenciatura de Filología Hispánica (2012), la Licenciatura de Teoría de la Literatura y Literaturas Comparadas (2013) y el Máster Universitario en Formación del Profesorado de Educación Secundaria con Especialidad en Lengua y Literatura (2014). Al año siguiente me mudé a Huelva, me casé y empecé a prepararme oposiciones, cosa que no dejaré de hacer hasta conseguir mi ansiada plaza y poder trabajar para siempre en un centro de secundaria. Por el momento, me conformo con la vida actual que tengo, disfruto de la familia que he formado junto a mi pareja y mi hija y saboreo, también, las pequeñas oportunidades laborales que el sistema me permite, habiendo trabajado como profesora ya en dos centros en Madrid y uno aquí en Huelva, la ciudad donde vivo.


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