¿Alguna de las personas que está leyendo esto se ha parado a pensar en algún momento de su vida en el origen de las palabras que decimos y escribimos todos los días? ¿Alguno de vosotros se ha dado cuenta de que cada vez que los estudiantes decimos que vamos al campus universitario, estamos citando textualmente palabras latinas? Yo sí, y esa es una de las principales razones de que esté estudiando Filología Clásica en la Universidad de Extremadura.
Hace unos días, se organizó una huelga general por la gran polémica que surgió en torno a la idea de ir erradicando poco a poco las asignaturas de latín y griego en los centros educativos españoles. Cientos de profesores y alumnos dedicados y entregados en cuerpo y alma a estas materias alzaron la voz ante la injusticia de verse mermados por aquellos que quieren quitarle importancia a algo tan importante como la Filología Clásica.
Pero, por mucho que los docentes y alumnos de este tipo de asignaturas se signifiquen y luchen por la causa justa que es el destino incierto de nuestras vidas laborales por una ley que busca hundirnos de nuevo en la laguna Estigia para que nuestras almas se pudran en los infiernos, es muy difícil cambiar un sistema al que tanta gente apoya. En primer lugar, me gustaría hablar de los estudiantes de ciencias, esas personas que, en numerosas ocasiones, se consideran superiores a los estudiantes de humanidades y opinan que las matemáticas, la biología o la física son disciplinas que están a kilómetros luz del griego, el latín o la cultura clásica. Y lamento deciros que no son casos aislados, sino que estas personas están más presentes de lo que creemos. Sin embargo, parémonos a pensar un segundo en el sentido que posee su afán de superioridad. El otro día, estaba estudiando un examen de griego cuando unos compañeros de residencia que estudian ingeniería informática entraron en mi habitación; miraron la hoja de papel en la que había escrito un sinfín de verbos griegos y, asombrados, me señalaron la letra μ y me dijeron que ellos usaban aquella letra en las asignaturas de física y de matemáticas. Después, estuvimos repasando el alfabeto griego y, para mi sorpresa, conocían casi todas las letras, con algunos problemas en la pronunciación, por supuesto. Pero, ¿sabéis lo más increíble de todo? Que algunas de estas personas no sabían que las letras que tanto usaban en sus asignaturas eran griegas.
Me gustaría que, por un segundo, cerrarais los ojos y pensarais en vuestro trabajo soñado, y después, que os imaginarais que un grupo de personas que no saben lo importante que es ese trabajo para vosotros, tomara la decisión de arrebatároslo de las manos. Ahora yo os pregunto, ¿cómo os sentiríais? ¿Cómo os sentiríais si todo lo que habéis estado construyendo con trabajo y esfuerzo con el paso del tiempo se derrumbara ante vuestros ojos como un castillo de naipes? Pues justo así, con el dolor recorriendo todas y cada una de nuestras terminaciones nerviosas, nos sentiremos los amantes de la Filología Clásica al ver que nuestra fortaleza ha sido derruida.
Hoy me gustaría deciros que los meses del año vienen del latín, que los días de la semana vienen del latín, que, en definitiva, casi todas las palabras que pronunciamos desde que nos levantamos por la mañana hasta que nos acostamos por la noche son de origen latino. El español es el hijo de una lengua que se extendió tan rápido como el imperio que la transportaba y, a pesar de que nos empeñemos en negarlo, el latín está presente en todos los ámbitos de nuestra vida.
Cuando me preguntan la carrera que estudio y yo respondo que: “Filología Clásica fue la carrera que me robó el corazón”, las personas tienden a dibujar una mueca de incomprensión en el rostro que va seguido de un “Buff, menudo aburrimiento” o, en su defecto, de un “Buff, ¿y qué es eso?”. Y esto no es más que una prueba de que en torno a las filologías en general y, en particular, la Filología Clásica, hay un aura de desconocimiento total y absoluto.
“¿Para qué sirve el griego clásico? ¿Y por qué estudias latín si es una lengua muerta?” El latín sirve para comprender nuestro idioma, también como base para entender otros nuevos que nos muramos por aprender. El latín es un paseo por la literatura del imperio más poderoso que existió y existirá en el mundo. El latín es como las muecas que vamos dejando en la pared cuando vamos creciendo y nuestros padres nos miden orgullosos al ver que medimos tres centímetros más que la última vez, es el crecimiento de nuestra civilización. Y el griego es el arte en estado puro, el griego constituye todas esas sensaciones maravillosas, es el afán de aprender, pues, por mucho que creamos que es una lengua que se ha apagado con el paso del tiempo, no lo es, está más viva que nunca, os lo puedo asegurar.
Y queridos lectores, me siento frustrada, me siento impotente ante esta situación, porque es totalmente injusta. Nos quieren arrebatar nuestra alma. Nos quieren quitar las enseñanzas de Esopo, con sus moralejas características al final de cada fábula. Nos quieren quitar los infinitos amoríos de Zeus y los correspondientes ataques de celos de Hera por las infidelidades de su marido. Nos quieren robar el peligroso vuelo de Ícaro, el desgarrador monólogo encolerizado de Ariadna al verse sola y abandonada en el medio de ninguna parte. Nos quitan cada vez más rápido la Guerra de Troya, el caballo envenenado y la trampa maldita. Nos usurpan, delante de nuestros ojos, la traición a César, su muerte, sus veintitrés puñaladas por la espalda; la historia de amor de Eros y Psique; el dolor de Hécuba al ver morir a los suyos en una guerra que ni siquiera tuvo sentido. Nos están quitando nuestra vida, nuestro corazón clásico que brilla por cada una de las constelaciones que se inventaron en la esperanza de que fueran ciertas, de que fueran de verdad.
Y me encantaría deciros que todo el mundo piensa como yo, que todos los habitantes de este país en el que los deportes o la ciencia van siempre por delante del arte o de las letras también opinan lo mismo; pero lo siento, no es así. Nos queda una ardua lucha por delante en la que tendremos que demostrar que los sentimientos son tan importantes como los datos o las cifras, en la que nos daremos cuenta de que somos mucho más poderosos si trabajamos juntos, si les damos a las letras el valor que se merecen.
Esta vez quiero darle las gracias a mis profesores de Filología Clásica, que viven por y para ella, que nos ayudan a encontrarnos a nosotros mismos dentro de las letras que tanto bien le han hecho a la humanidad. Le quiero dar las gracias a las personas que de verdad viven y sienten esta carrera, que de corazón se entregan en cuerpo y alma a ella, que la aman tanto. Ahora mismo me faltan las palabras para expresar todo lo que siento, para desliar esa maraña de sensaciones que alberga mi pecho. Por eso, solo me puedo despedir diciendo que vivamos nuestra vida amando lo que hacemos, que dediquemos nuestro tiempo a aquello que verdaderamente nos completa y que luchemos por lo que nos haga felices.
Gracias a todos los que, cada día, leen mis escritos. Gracias infinitas.
Un beso a todos, ¡nos vemos en el próximo escrito!